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La noche del viernes al sábado fue relativamente tranquila. En todos los hogares estaba puesta la televisión para estar al tanto acerca del terremoto que se suponía que iba a llegar en la tarde del viernes. Pero no fue así.

En la mañana Alice decidió ordenar su habitación justo después de desayunar un bol de cereales. No se sentía con muchas ganas de hacerlo, pero era eso o llevarse un sermón por parte de su madre. Pero por otro lado estaba contenta porque tenía ganas de hablar con Janet y preguntarle como le estaba yendo el día.

Recogió el cuarto como medianamente pudo y cogió un libro que tenía pendiente de leer de su estantería. Pasaban los minutos y el teléfono no sonaba. Empezó a preocuparse porque la hora de comer se acercaba y Janet le había dicho el día anterior por mensaje que la llamaría por la mañana porque en la tarde tenía que cuidar de su hermano pequeño.

Un montón de pensamientos empezaron a aflorar en la mente de Alice, desconcentrándola por completo de la lectura. Pero por suerte el teléfono comenzó a sonar.

—¿Diga? — preguntó Alice.

—¡Hola Alice! Soy yo. Perdona por no llamar antes pero tenía el teléfono sin batería y por aquí se había ido la luz en la mañana. — respondió Janet.

—¿Enserio? Aquí de momento está todo bien. ¿Cómo estás? — dijo Alice mientras volvía a poner el libro en la estantería.

—Yo estoy bien, sobre todo ahora que volvió la electricidad, no sabes lo difícil que es estar más de dos horas sin el móvil. — comentó entre risas. — ¿Y tú cómo estás?

—Bien, he ordenado la habitación y después me he puesto a leer el libro que me regalaste por mi cumpleaños. Está muy interesante.

—Me alegro, por cierto, te iba a preguntar una cosa, ¿sabes que anoche...? ¡Au! — soltó Janet con gesto de dolor.

—¿Janet? ¿Hola? ¿Estás bien?

—Me ha caído un maldito libro en la cabeza, justo desde el estante que tengo encima de la cama.

—El fantasma de tu casa está en guerra contigo. — añadió Alice riéndose.

—No sé si será un fantasma... pero sea lo que sea está haciendo temblar todo...

—¿Qué? ¿Qué ocurre?

—¡Está temblan...!

La llamada se cortó. Alice empezó a preocuparse muchísimo, y no era para menos. Bajó las escaleras para ir a la cocina y contárselo todo a su madre, pero justo cuando iba a pisar el último peldaño comenzó a sonar un ruido extraño acompañado de la caída de las diversas decoraciones que estaban en la mesa del salón.

Lo único que pensó Alice fue: está temblando.

En ese mismo instante su teléfono comenzó a emitir un sonido que le resultaba familiar, ya que era el mismo que el que había sonado el día anterior en el instituto durante la clase de filosofía. Alice leyó a prisas el mensaje y pudo comprobar que ponía exactamente lo mismo que ayer, salvo que el grado sísmico había aumentado un grado.

Buscar a su madre era una prioridad en ese mismo momento, pero al llegar a la cocina ésta no se encontraba allí. En el frigorífico había sujeto con un imán un trozo de papel, en el cuál habían escritas unas palabras.

Hola cariño,

he ido a la casa de la abuela porque no se encontraba muy bien, volveré a la hora de comer.

¿Y ahora qué? ¿Cuál era el siguiente paso? ¿Iba a buscar a su madre o se quedaba en su casa esperando a que todo pasase?

Cogió el teléfono de casa para no gastar batería del suyo propio y se puso a marcar el número de su madre mientras se escondía bajo una mesa. Habían momentos en los que el temblor cesaba durante un rato, pero cuando volvía lo hacía con más fuerza.

Lamentamos informarle que en este preciso momento el número que ha marcado no se encuentra disponible. Vuelva a intentarlo más tarde.

Tres veces que llamó, tres veces que salía el mismo mensaje. Como contactar con su madre era imposible en ese instante, Alice decidió llamar a Janet, pero el esfuerzo no dio ningún resultado.

No sabía muy bien que hacer. Nadie le contestaba las llamadas, seguramente porque se habría caído la señal. Se acordó de una frase que le dijo su padre antes de despedirse de ella, "por muy grande que sea un problema, busca muchas pequeñas soluciones."

Tal vez sea un error, pero no puedo quedarme aquí; pensó Alice en su cabeza mientras salía con cuidado de debajo de la mesa con la intención de llegar a la puerta de la salida aprovechando que había dejado de temblar.

Al abrirla la luz del sol la cegó durante unos segundos y cuando volvió a ver bien se encontró con algo que nunca pensó que vería.

Las casas de enfrente estaban destrozadas, parte de los tejados se habían caído, algunos coches estaban siendo aplastados por unos postes de luz. Todo era un caos y parecía que el fin del mundo se estaba acercando.

La casa de Alice también sufrió daños. El jardín estaba tapado con un gran árbol que se había despegado de sus raíces y algunos pilares que sujetaban el balcón trasero habían caído. A pesar de todos los obstáculos que habían esparcidos por el suelo como trozos de ladrillos o ramas de los árboles, Alice intentó pasar a través de ellos y llegar a la acera de la calle.

Muchas personas cogían sus coches, lo más probable para salir de la ciudad, aprovechando que el temblor había cesado durante un momento.

¿Cómo estaría su madre y su abuela? ¿Y Janet? Tenía tantas ganas de verlas y darles un abrazo.

Alice comenzó a andar en dirección a la casa de su abuela, que se encontraba a cinco calles de la suya. Tras un minuto de caminar comenzó a correr porque volvió a empezar el temblor.

En el suelo pavimentado aparecieron unas pequeñas grietas que a medida que pasaban los segundos se hacían cada vez más grandes.

Cuando logró llegar a su destino llamó a la puerta y tocó el timbre todas las veces que pudo, pero nadie abría.

Dio una vuelta alrededor de la casa mirando a través de las ventanas que no estaban tapadas con unas cortinas; no se veía ningún movimiento.

¿A dónde habrían ido?

Volvió a llamar a su madre desde su teléfono pero seguía sin contestar. Pudo ver que había una ventana abierta, así que decidió colarse a través de ella e inspeccionar si realmente estaba vacía la casa. Todo era un desastre. La mayoría de las cosas estaban tiradas por el suelo; sillas, decoraciones, platos, cuadros... Entre el escombro pudo ver un cuadro que le trajo unos recuerdos muy bonitos. En él estaba su madre, su padre, su abuela y, por supuesto, ella. Recordaba ese momento a la perfección, ella tenía cinco años y estaban celebrando su cumpleaños en familia en un parque mientras hacían un picnic.

La caída de una figurita de la estantería la devolvió a la realidad. Siguió buscando por toda la casa. Ya había mirado la cocina, el baño, el salón y dos de las tres habitaciones que habían. Cuando llegó a la última se encontró que un gran armario estaba taponando la entrada del cuarto. Alice intentó pasar encima de él, pero era tan grande que no lo consiguió. Se puso de puntillas para intentar ver algo, pero al parecer no había nada fuera de lo común.

No sabía que más hacer, ¿se quedaba allí por si alguien volvía o regresaba a casa?

Ninguna de las dos opciones la convenció, así que hizo un medio giro sobre sus talones y emprendió el camino hacia la casa de Janet, con la esperanza de poder encontrarla y no sentirse tan sola y perdida. Con paso agitado atravesó las calles que se encontraban completamente vacías. Hacía rato que no temblaba pero no había que dejar de estar alerta.

Cuando llegó volvió a repetir lo mismo que hizo hace unos minutos, llamar al timbre todas las veces posibles. No hubo ningún resultado. Volvió a revisar todas las ventanas, pero en esta ocasión no había ninguna abierta.

¿Dónde estaban todos? ¿Porqué no era capaz de contactar con nadie? Su rostro comenzó a llenarse de lágrimas, unas lágrimas causadas por el miedo, la desesperación y el sentimiento de soledad. Pensó que el mundo la había castigado. Cogió su teléfono y empezó a deslizar su dedo por la pantalla mientras miraba la galería. No le importaba gastar batería, con o sin ella, seguiría estando sola. Mientras observaba las fotos que tenía con su familia y amigos comenzó a llorar más fuerte.

Pasados unos minutos decidió dar una vuelta por las calles por si encontraba a alguien a quien pedir ayuda. Salió del porche y miró a ambos lados por si había alguien a lo lejos, pero todo estaba completamente vacío. Giró a la derecha para emprender su camino cuando de repente una rama de un árbol cayó sobre ella sin darle tiempo a reaccionar.

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