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Capítulo 06. Qué casualidad

Joseph salió corriendo del restaurante, no le dio explicaciones a Pierre.

   Llegó al hospital, ubicó a su abuela y a Silvia la esposa de su hermano que desesperada lo había llamado.

   — ¿Qué ocurrió? —Preguntó al ver a su cuñada con la cara hinchada de tanto llorar.

   —Lo consiguieron en la calle en la madrugada golpeado —explicó Aurora.

   —Lo golpearon brutalmente cerca de un casino, ya no sé qué hacer con Alfredo —se lamentó Silvia.

   Joseph suspiró sintiéndose culpable, cuando pagó la deuda de Alfredo, el dueño del casino Fortuna le advirtió que al ser expulsado del Fortuna buscaría otros casinos y habían lugares donde podrían matarlo.

    Y si Diego Coppola lo decía debía ser cierto, aunque los Coppola eran ilustres hombres de negocios sin deudas con la ley, se rumoraba que eran poderosos mafiosos.

   La pobre Silvia estaba muy mortificada, aunque Alfredo fuera un sinvergüenza era su esposo y ella lo amaba.

   —Ha ido acabando con todas las joyas, incluso las cadenas de bautizo de los niños.

   —Debiste decirnos algo Silvia, este problema de Alfredo se hace cada vez peor —exclamó Aurora preocupada.

   —Lo último que hablé con Alfredo fue para decirme que él tomaría la presidencia del grupo empresarial —Silvia miró a Joseph con mirada interrogante.

   —Así es Silvia —confirmó Joseph—, una nueva cláusula dispuesta por el abuelo me imposibilita tomar la presidencia y por eso pasa a Alfredo.

   Silvia desesperada se acercó a Joseph y lo agarró de las solapas de su saco.

   —Joseph no lo aceptes; sé que siempre has estado más cómodo con tus propios negocios, pero Alfredo está enfermo, necesita terapia para su adicción, ayuda a tu hermano, por favor Joseph.

   Joseph conocía a Silvia desde que era una niña, le tenía aprecio y ella a él, el dolor que expresa lo quebró.

   «Que no hubiera dado porque Chloe me amara así»

   —Yo tomaré el grupo empresarial y ayudaré a Alfredo, ya no te preocupes Silvia.

   Silvia le dio un abrazo sintiéndose aliviada, un hombre de administración vino a buscarla para llenar unos datos del seguro dejando solos a Joseph y su abuela.

   — ¿Qué harás para obtener la presidencia? —Preguntó Aurora.

   —Ya despedí a tu primera opción para ser mi esposa, busca una mujer adecuada y veamos si se deja comprar…

   Paola ingresó a la emergencia del hospital llevada por una ambulancia, Emily había recuperado el conocimiento, pero igual la llevaban con collarín.

   A Emily la ingresaron y Paola no sabía qué hacer, esto le demoraba su partida de Milán, muerta de miedo llamó a Wilmer a rogar por clemencia.

   *** ¿Me conseguiste el dinero?, te indicaré a donde enviarlo —fue lo primero que dijo Wilmer antes de saludar.

   —Me despidieron del trabajo y Emily sufrió una caída, estoy en el hospital con ella.

   ***Entonces es más fácil conseguir dinero ahora.

   — ¡Eres una piltrafa de ser humano!, ¿no te conmueve al menos un poco? 

   ***Los niños se caen Paola y a ti no te despedirán de tu trabajo porque tu jefa es tu amiga. 

   —Mi amiga es socia en Margarita, no en Milán, no puedo pedir prestado esa cantidad de dinero sin explicar para que la quiero.

   ***El tiempo corre Paola.

   —Wilmer…

   De nuevo Wilmer colgó.

   Paola se dejó caer en una silla de espera y lloró desesperada con las manos en sus ojos, ya no podía más, simplemente estaba agotada de vivir escondiéndose.

   —Llegó el momento, debo confesar y pedir ayuda para Emily.

   — ¿Muchacha estás bien?

   Paola levantó la cabeza y vio a una doña elegante que al verla se sentó a su lado y le ofreció un pañuelo.

   —Gracias señora.

   —Pero qué casualidad. Seguro no me recuerdas, vi cuando pasaron a tu pequeña en la camilla, la reconocí y vine a buscarte.

   —Yo no la conozco señora ¿Quién es usted?

   —Mi nombre es Aurora de Rinaldi, soy abuela de Joseph Rinaldi, vi anoche lo que ocurrió en el restaurante —Aurora le tendió la mano.

   —Paola Salazar —le respondió Paola sin prestarle mucha atención.

   — ¿Qué le pasó a tu hija?

    —Emily se cayó de un armario —le explicó Paola en voz baja sintiéndose la peor madre del mundo.

   —Espero que no sea grave, yo estoy aquí porque mi nieto sufrió un accidente.

   Paola se sorprendió.

   — ¿Está bien el chef Joseph?

   Aurora sonrió.

   —No él, mi otro nieto, el hermano menor de Joseph.

   Paola afirmó con la cabeza y miró hacia dentro esperando ver a alguien que le de noticias de su hija.

  — ¿Qué edad tiene tu hija? —Preguntó Aurora.

   —Tiene cuatro años.

   —A esa edad son imparables y traviesos; bueno mi nieto hospitalizado aún lo es, a veces creo que no creció por cómo se comporta.

   —Ojalá se mejore su nieto.

   Aurora sonrió ante la bondad de Paola.

   Un representante de administración se acercó a Paola.

   —Señorita, tenemos un problema con su seguro...

   — ¿Perdón? 

   Paola no entendía el italiano del joven porque hablaba muy rápido tratando de explicarle los procedimientos que debían hacer a la niña y que necesitaban que les diera una póliza válida.

   Quien contestó fue Aurora y su pronunciación pausada Paola la entendió por completo.

   —No se preocupe por los costos, serán cubiertos.

   Paola miró a la altiva señora.

   —Señora estoy muy agradecida, no tengo idea de qué ocurrió con el seguro.

   —Dicen que hay un error y la niña no está registrada por falta de datos.

   —Pero no entiendo…

   —No te preocupes ya por eso, llamaré a un doctor amigo que es un excelente traumatólogo, le pediré que se encargue de tu hija.

   Paola agradecida le dio un abrazo a Aurora que sorprendida le correspondió.

   —Dios le pague señora.

   Aurora sonrió y una enfermera buscó a Paola para que estuviera con su hija.

   En ese momento Silvia vino por Aurora.

   —Ya a Alfredo lo pasaron a una habitación —le informó Silvia sonriendo entre lágrimas.

   —Pero ya cálmate Silvia, él estará mejor.

   —Está muy golpeado, no pude pasar con él. Debo tranquilizarme antes.

   Joseph entró a la habitación de su hermano Alfredo.

   —Debes estar desilusionado porque no morí —espetó Alfredo.

   —A este paso no te queda mucho —murmuró Joseph y se acercó.

   Alfredo tenía tantos hematomas en el rostro que apenas podía abrir los ojos.

   —Fue un milagro que sobrevivieras ¿Qué diablos pasa por tu cabeza?

   —Querían Asaltarme…

   — ¡Cállate! No más, te golpearon porque tienes un enorme problema de apuestas, debes buscar ayuda…

   —Tú con qué moral me dices que tengo un problema.

   —Yo enderezaré mi vida, Alfredo, me casaré…

   —Solo lo harás para no dejarme ser presidente, eres increíble —pronunció con ira—. Tú siempre hiciste lo que te dio la gana, yo me quedé en las empresas y todos me vieron siempre como el segundo.

   —Tú eres el primero para la mujer que está allá afuera destrozada porque te ama y te necesita para criar a sus hijos.

   —No te atrevas a hablar de mi familia con tu tono condescendiente, tú solo sabes criticarme, ten tu propia mujer e hijos y entonces podrás venir con consejos.

   —Lo haré…

   Joseph salió de la habitación de su hermano muy furioso, el dolor en su pierna es lacerante y empieza a dificultarle el caminar, sabe que si se sienta no podrá levantarse.

   Joseph ha pasado algunas veces por estos episodios que un médico psiquiatra atribuyó a su mente, Joseph no le creía lo que a él le dolía era la pierna.

   Está cerca del consultorio de su médico y camina hacia allá.

   En la recepción del consultorio está la misma asistente de su doctor, experta en masticar chicle y limar sus uñas.

   —Señorita necesito ver al doctor Reynolds ¿tiene pacientes?—espetó Joseph con su usual poca amabilidad.

  La chica lo ve de mala gana.

   —El doctor está haciendo una evaluación en emergencia, debo anunciarlo.

   —Ni se moleste, siga usted con su manicura —indicó sarcástico.

   Joseph entró al consultorio y no tuvo que esperar mucho por el doctor.

   Harold Reynolds lo había atendido desde que tuvo el accidente.

   —Joseph, conseguí a tu abuela en la emergencia y me encomendó…

   Joseph lo interrumpió levantando la mano.

   —No tolero la pierna —masculló con dientes apretados.

   —Ve a la sala de consulta, espera en la camilla, avisaré en fisioterapia.

   Joseph entró y se quitó la ropa como de costumbre quedando solo en boxer y esperó.

   Paola llegó al consultorio que le indicaron, en la recepción no había nadie y la puerta del consultorio estaba abierta.

   —Buenos días… —saludó Paola sin entrar al consultorio.

   — ¡Adelante!... —escuchó a través de la puerta secundaria en el consultorio.

   Paola rodó la puerta corrediza y ve al enorme hombre extendido en la camilla, se quedó congelada.

   — ¿Chef Joseph?

   Joseph abrió los ojos.

   — ¡Pero qué demonios! 

Karina Peña De Goncalves

Hola queridos lectores, agradecida con ustedes por la oportunidad, espero les guste y continuen conmigo hasta el final

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