Juntos eran un maldito volcán en erupción y los dos sabían que era algo que no podía evitarse. Dos besos, uno de los dos lo bastante enojado y en pocos segundos la erección de Darío ya estaba presionando contra las bragas de Sammy. La besó con desesperación, mientras su respiración se aceleraba y sentía cómo a poco los dos se tensaban. Se hacían falta, eso era evidente, pero no quería que aquello sucediera en silencio, y en medio de la oficina no podían hacer un escándalo.—¿Sabes lo único que te salva? —murmuró en su oído mientras le sostenía la barbilla para que no se moviera—. Que este maldit@ oficina está llena de gente y yo quiero que grites… porque de lo contrario estaría pegándote la mejilla a este escritorio y haciéndote gemir hasta que se oyera en el primer puto piso.Salió de entre sus piernas y se echó atrás, mordiéndose el labio inferior mientras Sammy le dirigía una mirada asesina.—Voy a comenzar a trabajar en la empresa desde hoy —le anunció el Diablo con una sonrisa so
Darío estaba seguro de que lo que iba a encontrar en aquella oficina era la versión femenina de Mufasa, pero en lugar de eso cuando empujó la puerta al día siguiente lo que se encontró fue un montón de hombres sin camisa, cada uno más musculoso que el otro, instalando un acuario enorme contra una de las paredes de la oficina.—¿¡Pero qué dem...!? —gruñó Darío viendo a Sammy muy sentada en su escritorio, mirando todo el proceso.Sammy pestañeó despacio y sonrió de oreja a oreja como si estuviera en medio de una fiesta.—¡Gracias querido! —exclamó como si el día anterior no hubiera querido matarlo. Darío se puso colorado en un segundo y ella cruzó las piernas—. Debo reconocer que ayer me sorprendió mucho el regalo que me dejaste, pero como me enseñaste a agradecer todo lo que nos llega, decidí tomarlo por el lado bueno, y mandarle a hacer un lindo hogar a mis nuevos bebés… ¿Verdad que sí, bebés?Darío vio que junto a ella, en un recipiente con agua, estaban las tres langostas… ¡Pero eso
—Te vas a tragar un mosquito —le advirtió el Grillo, porque Darío estaba allí, con la boca abierta y la expresión desencajada viendo cómo se extendía por costado de su coche aquel letrero:«¡Y MI MUJER ME GOBIERNA!»Se puso rojo en un segundo y al siguiente ya se estaba subiendo al auto de nuevo y quemaba llantas sobre el pavimento de la entrada.—¡Este no entiende el concepto de hacerse el muerto! —se burló el Grillo antes de irse a dormir, sabiendo que Darío no regresaría esa noche.«¿¡Casado!? ¿¡Gobernado!¡?... ¡Ella va a saber lo que es casado y gobernado esta noche!», gruñó mentalmente mientras atravesaba la ciudad.Obviamente nadie se atrevió a detenerlo en la verja de entrada. La casa solo tenía iluminados el comedor y la cocina, así que en ellos entró el Diablo como un huracán, viendo a Sammy y Lory muy sentadas bebiendo un par de copas de vino y riendo.La primera se levantó de un salto y la segunda solo se acurrucó en su asiento como si pudiera perderse.—¿Qué estás haciendo
Sammy tembló. Había pasado casi un mes desde la última vez que había estado entre los brazos de aquel hombre y no necesitaba que nadie se lo dijera: ellos podían querer matarse, pero no iban a separarse nunca.—Dime que no quieres… —roncó Darío sobre su boca, empujándose solo unos centímetros y sintió cómo la vagina de Sammy latía y se contraía, devorándolo. Tuvo que hacer un esfuerzo para no darle todo lo que quería, porque si ella era resistente, él lo era más—. ¡Dímelo…! ¡Que no me extrañaste…!—¡Darío, te juro que…! —pero apenas él se empujó unos cuantos centímetros más y a ella se le cortó hasta el pensamiento—. ¡Dios…!—No, Diablo, Diablo princesa… —replicó él sonriendo al ver cómo el cuerpo de Sammy se suavizaba. Adoraba cada gesto de su rostro y podía reconocer cada pequeño puchero de satisfacción—. Pero si no me extrañaste está bien… yo solo… me voy a meter aquí otro poquito… ¡aaaah!... y luego me iré… —La penetró un poco más y la escuchó jadear entrecortadamente.—¡Te estás
Darío se estiró el traje y de reojo vio cómo Sammy se apoyaba en la cama, con la barbilla sobre los brazos.—¿Tú no piensas ir a trabajar? —le preguntó riéndose—. ¿O vas a estar todo el día embelesada?—¡Oye, tengo un hombre que es un monumento, déjame admirarlo! —rezongó Sammy, además si me levanto es probable que me resbale con mi baba.Darío se acercó a ella, la hizo girarse boca arriba y la besó.—¡Tú estás demasiado loca! ¿No te alcanzó con los últimos dos días?La levantó y la mandó al baño con una nalgada de advertencia, pero la respuesta era sencilla.—¡Es tu culpa, me despertaste el reloj «sexológico»! —le gritó ella, pero media hora después ya estaba completamente lista.Darío tomó su mano porque sabía que solo podrían hacerlo mientras estuvieran en casa, de puertas para afuera no podían exhibir su relación. Después de todo, Sammy acababa de divorciarse de Ángel.Le abrió la puerta de uno de los sedanes y para no perder la costumbre fueron peleando por todo el camino.—¡A ve
La parte mala de las mujeres, o mejor dicho, la parte mala de Sammy, que Darío conocía exactamente bien, era que no la había convertido en una copia fiel de su maldad, sino en una maestra que era todavía diez veces peor que él.Así que por más que sus ojos se enfocaron en aquel camino hacia el baño, cuando la vio aparecer por el otro lado del salón, supo que no había hecho algo precisamente bueno.—Bueno, señora Hall, ¿qué le parece si hablamos por fin de negocios? —preguntó Sammy con una calma que a Darío le erizó hasta los pensamientos.—¿Negocios tan temprano? —preguntó aquel remedo de playboy, riéndose hasta que Sammy se giró hacia él y le sostuvo la barbilla con el índice.—Cariño, todos sabemos que eres un toyboy. Calladito te ves más bonito, así que ¿por qué no te bebes tu champaña extracara y dejas que las niñas grandes hablemos? —murmuró y vio al modelito apretar los dientes mientras miraba a Eleanor Hall de reojo—. Perfecto, ahora que nos entendemos, ¿qué tal si me explica e
Darío tomó aquel teléfono y vio la cadena de mensajes que había escrito allí. —¿Esta es…? —preguntó incrédulo. —¡La misma! Por lo que parece, son mensajes de mi querida madre —siseó Sammy. El Diablo negó sin poder creerlo. —¡Mierd@! ¿¡Y cómo rayos está enredada Carmina con esta gente!? —gruñó Darío. —No tengo idea, pero te apuesto a que lo vamos a averiguar, ¿verdad Diablito mío? —murmuró Sammy y lo vio hacer un puchero mientras le devolvía el celular. —¡Lo siento, princesa, de verdad! —dijo él con seriedad— Otra vez tienes razón, te entrené bien. Así que ahora no estoy muy seguro de si sentirme orgulloso de ti o decepcionado de mí. Sammy se acercó y le dejó un beso en la mejilla que lo hizo sonreír embobado. —No puedes estar decepcionado de ti, porque yo nunca lo estaría. Creo que solo te agradó la idea de creer que yo estaba celosa —dijo Sammy. —¿Y no lo estuviste ni un poquito? —protestó Darío uniendo el índice y el pulgar. —Acabo de mandar a la asaltacunas al baño con un
Darío levantó una ceja coqueta. —Sé honesta, princesa. ¡A ti te encanta organizar fiestas! La rodeó con un brazo y dejó un beso sobre su cabeza viendo la cata que ella y Lory habían organizado en menos de cuarenta y ocho horas. Solo había cincuenta invitados: la Cámara de productores y los distribuidores más importantes de región, los mismos que habían asistido al evento de los australianos. Lo habían anunciado como un evento privado e importante, así que todo el mundo se estaba asegurando de ir. —Bueno, ¿quién me enseñó que si quería hacerlo tenía que hacerlo en grande? —replicó Sammy dándose la vuelta. —¡Pues yo, ya sabes, caballo grande y mejor que ande! Sammy rompió en carcajadas y se giró para darle un beso fugaz y arreglarle la corbata. —Los invitados están por llegar. ¿Qué tal si nos comportamos como las criaturas malvadas que somos y hacemos lo que vinimos a hacer esta noche? —le preguntó y el Diablo sonrió como un niño en su cumpleaños. El pequeño evento privado comenz