Ángel pestañeó despacio, y miró a su hermano como si a Darío de repente le hubieran crecido todas las cabezas de la hidra.—Tú me estás jodiendo ¿verdad? —le soltó. ¿Qué era aquello de que besara a Sammy?—Pues no, no te estoy jodiendo —replicó Darío, nervioso—. Tú vas… y te subes las mangas así, para que te vea los tatuajes… pero que no te vea esta mano porque no tenemos las mismas cicatrices… ¡y luego la besas y ya!Ángel achicó los ojos y levantó un índice acusador frente a la nariz de su hermano.—Tú lo que quieres es que a mí me pateen las pelotas —gruñó—. ¿¡Crees que Sammy es estúpida y no se va a dar cuenta solo por los tatuajes!? ¡Se va a poner hecha una fiera cuando se dé cuenta y te recuerdo que mi mini angelito todavía está resentido, no aguanta una agresión…!—Ya, ya, tampoco es para tanto… entras y sales, no se va a dar cuenta.—¡Darío!—¡Bueno está bien! ¡Sí se va a dar cuenta! —rezongó el Diablo—. ¡Pero hazlo igual!Ángel se cruzó de brazos y evaluó la expresión desespe
—No puede ser… ¡Dios! —Sammy se apoyó en la isla de la cocina, sollozando. Aquello era una pesadilla y el problema no era entender poco, sino que entender solo haría que todo fuera más doloroso. —Ángel… —Darío avanzó hacia él pero su hermano negó. —Perdona que no te lo haya dicho en cuanto lo supe, sé que fue muy cruel de mi parte pero… quería pasar tiempo contigo. Quería pasar tiempo contigo sin que me miraras exactamente como me estás mirando ahora —aseguró tratando de espantar las lágrimas. Darío se mesó los cabellos con desesperación. Saber que no iba a morirse habría sido la mejor noticia si de repente no le hubieran cambiado su vida por la de su hermano. —Los médicos te dijeron que puedes operarte… ¿verdad? ¡Te lo dijeron! —exclamó Darío, porque si tenía que ponerle una camisa de fuerza y llevarlo a operarse eso haría. —Me dijeron lo mismo que a ti —respondió su hermano—. Puedo tener un año más o menos bueno, o puedo operarme y si sobrevivo -lo cual tiene menos garantía que
Debían ser las seis o las siete de la tarde, y Darío pateaba su saco nuevo saco de boxeo como si fuera un niño regañado.Hacía tres días que Sammy lo había echado de la casa sin contemplaciones, había tratado de verla después de eso pero entre ella que lo esquivaba y Lory que lo amenazaba con el primer objeto contundente que veía, no había forma de que pudiera acercársele sin que las cosas se pusieran demasiado calientes, y para ser honesto, él la necesitaba con la cabeza lo más fría posible.—Ahí, está, anímalo, y si no puedes, ya meteré yo las manos —escuchó murmurar a su gemelo y giró la cabeza para encontrarse al Grillo Fisterra, de brazos cruzados en la puerta del pequeño gimnasio.Darío caminó hasta el borde del ring y bajó a saludarlo.—¿Grillo? ¿Qué haces aquí? Te creía en…Ni siquiera vio llegar el puñetazo, solo sintió que sus pies se levantaban del suelo mientras su cuerpo caía pesadamente hacia atrás.—Si tú quieres, la siguiente vez que te pase algo, no me lo digas, ¡para
Debían ser quizás las tres de la madrugada cuando Alonso «El Grillo» Fisterra, campeón invicto de las peleas clandestinas, rey de las jaulas, etc. etc., rezongaba cargando sobre su hombro al boxeador que le habían noqueado. Él no entrenaba a nadie, por ningún motivo, pero aquel muchacho había insistido en que le enseñara un poco. Grillo había aceptado solo porque era demasiado insistente, pero habían acabado noqueándolo en su primera pelea.Lo había echado en el asiento trasero de su coche, como un bulto de patatas, mientras protestaba.—¡No vuelvo a entrenar a nadie…! ¡Condenados millenials, son unos flojos…!Pero antes de que pudiera seguir con sus resabios, había visto un movimiento extraño en la calle del frente. Un chico que debía tener quizás unos veinte o veintiún años, a todas luces rico y consentido, salía de uno de los casinos de la ciudad, sin darse cuenta de que cuatro matones de oportunidad lo estaban siguiendo.Grillo puso los ojos en blanco, veía cosas como aquella todo
Juntos eran un maldito volcán en erupción y los dos sabían que era algo que no podía evitarse. Dos besos, uno de los dos lo bastante enojado y en pocos segundos la erección de Darío ya estaba presionando contra las bragas de Sammy. La besó con desesperación, mientras su respiración se aceleraba y sentía cómo a poco los dos se tensaban. Se hacían falta, eso era evidente, pero no quería que aquello sucediera en silencio, y en medio de la oficina no podían hacer un escándalo.—¿Sabes lo único que te salva? —murmuró en su oído mientras le sostenía la barbilla para que no se moviera—. Que este maldit@ oficina está llena de gente y yo quiero que grites… porque de lo contrario estaría pegándote la mejilla a este escritorio y haciéndote gemir hasta que se oyera en el primer puto piso.Salió de entre sus piernas y se echó atrás, mordiéndose el labio inferior mientras Sammy le dirigía una mirada asesina.—Voy a comenzar a trabajar en la empresa desde hoy —le anunció el Diablo con una sonrisa so
Darío estaba seguro de que lo que iba a encontrar en aquella oficina era la versión femenina de Mufasa, pero en lugar de eso cuando empujó la puerta al día siguiente lo que se encontró fue un montón de hombres sin camisa, cada uno más musculoso que el otro, instalando un acuario enorme contra una de las paredes de la oficina.—¿¡Pero qué dem...!? —gruñó Darío viendo a Sammy muy sentada en su escritorio, mirando todo el proceso.Sammy pestañeó despacio y sonrió de oreja a oreja como si estuviera en medio de una fiesta.—¡Gracias querido! —exclamó como si el día anterior no hubiera querido matarlo. Darío se puso colorado en un segundo y ella cruzó las piernas—. Debo reconocer que ayer me sorprendió mucho el regalo que me dejaste, pero como me enseñaste a agradecer todo lo que nos llega, decidí tomarlo por el lado bueno, y mandarle a hacer un lindo hogar a mis nuevos bebés… ¿Verdad que sí, bebés?Darío vio que junto a ella, en un recipiente con agua, estaban las tres langostas… ¡Pero eso
—Te vas a tragar un mosquito —le advirtió el Grillo, porque Darío estaba allí, con la boca abierta y la expresión desencajada viendo cómo se extendía por costado de su coche aquel letrero:«¡Y MI MUJER ME GOBIERNA!»Se puso rojo en un segundo y al siguiente ya se estaba subiendo al auto de nuevo y quemaba llantas sobre el pavimento de la entrada.—¡Este no entiende el concepto de hacerse el muerto! —se burló el Grillo antes de irse a dormir, sabiendo que Darío no regresaría esa noche.«¿¡Casado!? ¿¡Gobernado!¡?... ¡Ella va a saber lo que es casado y gobernado esta noche!», gruñó mentalmente mientras atravesaba la ciudad.Obviamente nadie se atrevió a detenerlo en la verja de entrada. La casa solo tenía iluminados el comedor y la cocina, así que en ellos entró el Diablo como un huracán, viendo a Sammy y Lory muy sentadas bebiendo un par de copas de vino y riendo.La primera se levantó de un salto y la segunda solo se acurrucó en su asiento como si pudiera perderse.—¿Qué estás haciendo
Sammy tembló. Había pasado casi un mes desde la última vez que había estado entre los brazos de aquel hombre y no necesitaba que nadie se lo dijera: ellos podían querer matarse, pero no iban a separarse nunca.—Dime que no quieres… —roncó Darío sobre su boca, empujándose solo unos centímetros y sintió cómo la vagina de Sammy latía y se contraía, devorándolo. Tuvo que hacer un esfuerzo para no darle todo lo que quería, porque si ella era resistente, él lo era más—. ¡Dímelo…! ¡Que no me extrañaste…!—¡Darío, te juro que…! —pero apenas él se empujó unos cuantos centímetros más y a ella se le cortó hasta el pensamiento—. ¡Dios…!—No, Diablo, Diablo princesa… —replicó él sonriendo al ver cómo el cuerpo de Sammy se suavizaba. Adoraba cada gesto de su rostro y podía reconocer cada pequeño puchero de satisfacción—. Pero si no me extrañaste está bien… yo solo… me voy a meter aquí otro poquito… ¡aaaah!... y luego me iré… —La penetró un poco más y la escuchó jadear entrecortadamente.—¡Te estás