Mientras el helicóptero se acercaba a la propiedad, Darío solo podía pensar en que Alonso Fisterra, su entrenador desde hacía ocho años, lo conocía mejor que el padre que lo había hecho. Estaba ya esperándolo en el enorme jardín trasero de la mansión, y cuando el helicóptero por fin se detuvo, Sammy pasó de sus brazos directamente a los de Grillo, que la llevó al interior de la casa como si fuera una pluma.Iba medio dormida, así que Alonso la acomodó en uno de los enormes divanes del salón y abrazó al Diablo.—¡Qué maldit0 susto, caraj0! —bramó con frustración mientras Darío asentía.—Gracias por ayudarme…—¡Ni lo digas! Sabes que eres otro más de mis hijos… ¡y al paso que vamos serás el único que me dé nietos! —rezongó el Grillo.—Te prometo que me voy a esforzar por eso —aseguró Darío.—Bien, en otro orden de informaciones, el clan Orlenko está ahí dentro —dijo Alonso señalando toda el ala este de la mansión—. Aleksei resolvió la compra de la propiedad antes de que todos pudiéramos
Ángel se levantó, frotándose la mandíbula, pero era evidente que muy pronto le saldría un cardenal. Aquella escena había sido idea suya. Gael había pasado los últimos años fomentando una guerra entre él y su hermano, y Ángel sabía que la única forma de mantenerlo tranquilo era haciéndole creer que lo había conseguido, que Darío y él seguían detestándose.Ahora era su turno de devolver todos aquellos años de manipulación, tenía que descubrir hasta dónde estaba aquella gente detrás del atentado a Sammy.La poca gente que había en la iglesia hicieron mutis sobre el escándalo que acababan de presenciar y el funeral continuó como estaba previsto. La misa no fue larga, apenas unos veinte minutos, y luego todos pasaron junto al viudo a darle sus condolencias.—¡Esto es horrible! ¡Deberían darme las condolencias a mí! ¡Yo soy la madre…! —exclamaba Carmina, y a Ángel se le revolvió el estómago, porque ni entre las lágrimas aquella mujer podía contener su necesidad compulsiva de ser el centro d
Ángel jamás se había dado cuenta de cuán vigilado estaba el abuelo Martín hasta que él había pasado a ser uno de esos con los que al parecer sus padres no querían que hablara. Siempre había un previsto para hablar con él, cuando no lo estaban bañando, estaba comiendo, o estaba tomando una siesta, pero a toda hora había una de las chicas de servicio abriendo la puerta para decirle que el abuelo no lo podía atender.¡Y Ángel necesitaba hablar con él! Necesitaba preguntarle qué sabía, por qué había mandado a Darío a subirse a ese avión para cuidar a Sammy, de quién exactamente estaba desconfiando.Finalmente a las siete de la tarde su paciencia superó los límites y fue de nuevo a ver a su abuelo.—Lo siento, señor Rivera, pero el señor Martin va a descansar ya —dijo una de las mujeres que atendían al abuelo y Ángel la miró con expresión gélida.—Sal —le ordenó y la mujer abrió mucho los ojos.—Pe-pero…—¿Qué? ¿Hablé en chino? ¿No se me entendió? Te dije que salieras —sentenció Ángel y la
Si alguien le hubiera dicho a Darío Rivera que una criatura del aquel tamaño y aquella complexión sería capaz de doblegarlo, no lo hubiera creído. Pero la mano de Sammy solo lo soltó para agarrar su playera y atraerlo hacia ella.—¡Eres tan estúpido, Diablo! —gruñó la muchacha sobre sus labios y Darío la envolvió en el abrazo más posesivo del mundo mientras hundía la lengua en su boca y la besaba como si estuviera marcando para siempre su territorio—. Lo último que te falta es orinarme en una pierna —rezongó ella.—Dame una hora y cuando te meta debajo de la ducha te juro que te orino —sentenció él levantándola y sentándola en el borde de la cama.—No sirvo para estos celos, Diablo —murmuró Sammy sosteniendo su cara entre las manos y a Darío se le hizo un nudo en la garganta—. ¿Cómo tengo que decirte que amo?Sammy lo vio negar avergonzado.—No tienes que decírmelo, ya lo sé, pero me pongo idiota cuando se trata de ti —sonrió con dulzura—. Te juro que jamás en mi vida he sido celoso,
Cuatro horas antes.Darío le había mandado a Ángel la dirección de la casa, y apenas estaba amaneciendo cuando dos autos cruzaban la verja de entrada. En uno venían Jacob Lieberman y Connor Sheffield, los abogados amigos de Darío, y en otro llegaba su gemelo.—¿Me quieres decir qué demonios está pasando? —fueron las primeras y amables palabras del Diablo para su hermano, pero estaba tan preocupado que no le prestó atención a eso.—El abuelo. Tenemos que sacarlo de la casa. O mejor dicho, tú tienes que sacarlo de la casa —respondió mientras miraba alrededor, un poco aturdido—. ¿Aquí vives?—Sí, lo acabo de comprar —respondió Darío encogiéndose de hombros como si no fuera importante.—¡Joooder, ni la duquesa de Alba necesita tanto espacio!—Pues yo quería un castillo para la princesa —murmuró Darío medio derretido.—¿Y tú qué eres? El dragón ¿no?—¡Imbécil! —rezongó Darío dándole un manotazo en la nuca—. ¡Anda, entra!En pocos pasos se encontraron con los abogados y el Diablo los reunió
—¿Vas a quedarte? ¿Quieres que te mande a preparar una habitación? —preguntó Darío y Ángel negó.Ya pasaban de las doce de la noche, y solo quedaban ellos dos conversando en la habitación del abuelo, el resto de la aguerrida tropa de aquella casa se había ido a dormir.—No, no te preocupes, me voy a quedar aquí con el abuelo. De todas formas tus sofás son mejores que las camas de la casa —se burló Ángel—. ¿Viste la cara que se le quedó a mamá cuando vio dónde vives?—¿Y viste la de papá? Parecía que le iba a dar una embolia ahí mismo —rio Darío—. Y a propósito. ¿Dónde cree papá que estás ahora?—Tirándome a mi asistente como el más capaz —gruñó Ángel cruzándose de brazos.—Con que no sospeche que estás aquí es suficiente.—No te preocupes, después de lo que pasó en el funeral no creo que sospeche nada. De todas formas mañana tengo que hablar con el teniente Norton, me dijo que quería reunirse conmigo, al parecer se puso en contacto con la policía de Honolulú y descubrieron algo sobre
Darío le dio un beso en la frente a su abuelo y sonrió.—Bueno, antes de que nos volvamos locos, Ángel y yo tenemos una sorpresa para ti, pero tienes que prometer que no te vas a alterarte, ¿de acuerdo? —le advirtió.—Yo lo preparo, tú búscala —dijo Ángel y Darío salió directamente a buscar a Sammy.No le importó sacarla de la cama en pijama, desgreñada y restregándose los ojos. Le dio dos besos para despertarla, y así mismo la llevó a ver al abuelo Martin.El anciano escandalizó tanto de la alegría que Sammy se sintió por un momento como si fuera su propio abuelo, y después de hacer que se tranquilizara se sentó a su lado.—¿De verdad estás bien, hija? —murmuró tomando sus manos—. ¿¡Cómo no me dijeron nada!?—Perdón, abuelo, pero la verdad necesitábamos que todo el mundo creyera que ella estaba muerta —le dijo Ángel—. No podíamos arriesgarnos a decirte, y cuando quise contártelo estabas… bueno un poquito ido.El abuelo negó con tristeza.—No recuerdo mucho, la verdad, era como estar
El teniente Norton se echó hacia adelante arrugando el entrecejo. —¿Cómo que usted firmó esos cheques? Para Ángel era doloroso hasta pensarlo, pero ya había visto a su padre medicando a su abuelo para provocarle demencia, ¿qué otras cosas no sería capaz de hacer? —Desde hace seis años mi padre viene diciéndome que mi hermano nos pedía dinero, yo no tenía idea de que no lo necesitaba, así que le firmaba un cheque al portador por catorce mil dólares cada mes. Yo pensaba que mi hermano lo cobraba, pero hace poco supe que era mi padre quien lo hacía. —Se quedó en silencio por algunos segundos, encajando aquella decepción—. Esa cuenta debe tener ahora un millón sesenta y cuatro mil dólares, y mi padre sacó la mitad para pagarle a los pilotos, pero ¿para qué? —Eso es lo que quisiéramos saber. Hasta ahora tenemos varios indicios extraños, como la manipulación del tren de aterrizaje del avión, o las cosas que se encontraron en esa maleta dentro de las ruedas —apuntó Norton—, pero es imposi