—¡No sabía que tenía que sacar una cita para hablar con mi hermano!
La voz de Georgina se distingue a kilómetros de distancia. Susana es nueva como secretaria, la contraté para alegrarme un poco la mirada. Es morena y de ojo grisáceo, cintura marcada y piernas torneadas. De estatura perfecta para lucir tierna, aunque le reste porte. Tuve la fortuna de adaptarme rápido a su ritmo de trabajo, sabedor de que soy yo quien debe marcarlo.
¿Qué importa? Mientras cumpla con lo ordenado (en sus tiempos o en los míos), el resto me va y me viene. Ni sé de su vida, ni sabe de la mía. Por eso no quería dejar entrar a Georgina. Nunca le hablé de esa hermana con complejo maternal.
—¡Déjala pasar! —grito desde el segundo piso.
Escucho a Georgina bufar y en seguida toma las escaleras. Segundos desp
—¿Lo amas?—¿Por qué lo preguntas?—Por nada.—Pues sí, lo amo.—Entiendo.La pregunta de Georgina esconde más que el deseo de una respuesta. Va más allá de la curiosidad. Evidentemente amo a Miguel. ¿Quién estaría diez años con alguien a quien no ama?—Hoy es el cumpleaños de Martín —me dice.—¿De verdad?—Sí.Lo sabía. Lo sé. No hay año que no recuerde ésta fecha. ¿Y cómo no?, si en cinco años de amargura solo éramos felices en ésta clase de festejos.—Setenta y pico, ¿no?—De actriz te mueres de hambre, Blanca.Agacho la mirada. El engaño iba bien hasta que agregué la pregunta. O eso creo.—¿Podemos cambiar de tema? —le p
—Tienes que dejar el tabaco.—¿Algo más?—También el café.El médico no entiende mi sarcasmo. ¿Dejar el tabaco? No pasará. ¿El café? Tampoco. Bandida manera de empezar mi cumpleaños.—No me lo tomes a mal, pero…—Llevas toda tu vida con este ritmo y nunca te ha pasado algo —me gana las palabras.—¿Entonces? —le pregunto—. ¿Por qué habría de cambiar ahora?—Ya no tienes veinte años, Martín.—De hecho hoy cumplo setenta y uno.—Pues pásatela bien —me dice—. Que con éste estilo de vida que te cargas, muchos más no aguantarás. O los vivirás mal.Me gusta la crudeza de éste sujeto. Supo de mí hace un par de meses, cuando ar
Las despedidas siempre me han causado conflicto, más cuando el trillado no eres tú, soy yo tiene su parte de verdad. Con Miguel es así, y me pesa.El hombre es quince años menor que yo, pero la edad dejó de importar desde que me dejé enamorar.Lo que siempre nos hizo diferentes, no obstante, fueron las ganas de vivir. A éste sujeto de baja estatura y enorme corazón parece aterrarle la idea de que cada día signifique uno menos, yo veo las cosas de otra manera.—Si eso es lo que quieres —me dice—, te entiendo. Solo prométeme una cosa.—Lo que quieras —respondo mecánica.Deseo que me pida algo complicado para dárselo y sentir que la cuenta está saldada, pero no. Miguel sería incapaz de ponerme en aprietos.—
—Aceptó mis pasiones —le digo—. Con eso me bastó para amarla.Claudia me ve de reojo. Si fuese otro tipo de mujer, juraría que hay celos detrás de esa mirada borrada. Encuentro nada, sin embargo.—¿Y por qué no la buscas? —me pregunta.—¿Y dejarte sola? —le pregunto.—Martín, seamos honestos —suelta como quien dice una obviedad—. Tarde o temprano pasará.Las venas se me convierten en un tobogán de sangre fría. No me alcanza la pena para mirarla a la cara. Podría distraerme en esas cejas gruesas y de vez en cuando verla a los ojos, pero no me nace engañarla.—¿Por qué estás tan convencida de que no cumpliré con mi palabra?—¿Y quién dijo que serías tú quien se iría?
Esperaba un poco más que ese saludo atabacado de mi ex marido y el intercambio de miradas frívolo e indiferente. Quizás un abrazo fuerte (con lo caros que salen a ésta edad), o algún cumplido de ocasión.Georgina se esfuerza en culpar al alcohol y yo hago como que le creo.El intento es bueno, no obstante. Porque en efecto; son las ocho de la noche y Martín ya está que se cae de borracho. Pero sé de primera mano que su frialdad no tiene nada que ver con la bebida.—Quizás no te reconoció —me dice.No se da cuenta de lo mal que se escuchó su comentario.—Gracias —le respondo.Intento ocultar mi cara de ofendida.—No quise decir eso, yo…—Descuida —la interrumpo—. Igual fue una mala idea desde el
Creí conocer la vergüenza, pero al ver a Blanca detrás de Georgina me di cuenta de que sabía nada sobre el tema. Los nervios me quemaron las venas, el alcohol me jugó una mala pasada y de cierta forma me sentí agradecido. Estaba borrosa y duplicada. No dio cabida a un abrazo fuerte (con lo caros que salen a esta edad), ni a algún cumplido de ocasión.Mejor así. ¿Se imaginan? Ella, que me conoce hasta los vicios de libreto, se daría cuenta de que mis manos empapadas se deben a lo bella que se ve. Mis mejillas sonrojadas delatarían que a pesar de los años sigue moviéndome el piso, y sus ojos… Dios bendito. Si cuerdo me encontrara con ese paraíso verde, no podría no caer rendido a sus pies. Le pediría una última oportunidad, pues a estas alturas de la vida ya todo es amigo del final.De cierto h
Quien diga que una mirada puede decir más que mil palabras, seguro conoció la historia de Blanca y Martín, o al menos fue testigo de aquél momento en el que nuestro cumpleañero coincidió, a las afueras del café, con esos ojos verdes que tanto le gustaban.…—Las malas noticias vuelan —dice ella.—Perdona —le responde—. No me di cuenta de que estabas aquí.—Acabo de salir.Ambos se miran el calzado. ¿Qué tendrá de especial el suelo que siempre volteamos a verlo cuando nos encontramos en aprietos?El silencio se torna todo, menos incómodo. Porque nuestros personajes se sienten bien al tenerse frente a frente; incapaces de entablar conversación alguna, sí, pero también incapa
Una tarde en primavera…Luz tomaba el sol como cualquier chiquilla de su edad. Se le hizo fácil prepararse una margarita y beberla en la terraza. La piel de Blanca le rindió honor a su nombre; los labios se le pintaron de morados aunque el labial era rojo. Corrió hasta donde su hija y de un manotazo le tumbó la bebida. Luz le pidió razones a su madre, ella la reprendió con explicaciones médicas. No se dio cuenta del daño que le hizo. Porque en esa margarita quizás había pequeños golpes a sus débiles defensas, pero le sumaba al ánimo, a la memoria de que podía ser una joven común y corriente.Intentó disculparse con su hija tras verla llorar, mas era tarde. Luz no la odió…¿quién puede odiar a su madre?, pero le compró la idea. Acept&oa