—¡Te juro que tiene cuarenta!
—No lo tomes a mal, tío, pero parece de treinta.
—¿Por qué lo habría de tomar a mal? —pregunto risueño, mientras me guardo en el abrigo la foto de Claudia—. Si es casi un cumplido para mí.
Quedé con Roger en el bar donde mataba el estrés después de acabar mi jornada laboral. Está a cinco calles del banco, justo en frente de la torre principal donde algunos de los empleados la hacían de noviecillos sin que los gerentes se dieran cuenta.
Claro que varias aventuras llegaron a oídos de los altos mandos, pero casi nunca pasaba nada. Igual tenía su dosis de adrenalina besarse a escondidas a escasos minutos de la oficina.
—¿Por qué me citaste aquí?
Roger está fasti
Los padres de familia sentados, esperando a que sus hijos pasen por sus diplomas. El director trajeado, oliendo a perfume caro desde los pies hasta la cabeza. El jefe de intendencia y la sonrisa que evidencía lo cómodo que se siente laborando en este lugar. Poco parece importarle que le paguen menos de lo que merece.¿Y los maestros? Ellos van en cara larga, pues es parte de su máscara. En el fondo quieren mucho a sus alumnos. Les encanta estar ahí.—¿Estás lista?El director irrumpe mis pensamientos. Me trae de vuelta a esta realidad en la que cumplo veinte años trabajando para el colegio donde Luz hizo sus primeros amigos, rabietas e intentos de amores. Aquí estudió primaria y secundaria. Cada rincón me recuerda a ella.—Algo así —le contesto.—No es la primera vez que ofreces el discurso de
—¿Cuándo fue la última vez que tuviste algo estable en tu vida?La pregunta de Rogelio me confunde el sentimiento. Por un lado, me entusiasma que hable de vida. Siendo yo un viejo de setenta años, es más sencillo enfrentarme a temas como la muerte y cosas de esas. Pero a la vez me preocupa.Desde que descubrí que servía para escribir, o mejor dicho, desde que Roger tuvo la brillante idea de ponerle precio a mis vivencias, mis días han sido todo menos normales.Los lunes me encierro en éste café y me paso la tarde sin saber del mundo, los martes atiendo la llamada de Roger, que con tal de escaparse un rato de ese matrimonio que le truncó la carrera le invita unas copas a este anciano que se cree joven. Los miércoles me ves en el cine, y de jueves a domingo me entrego a la aventu
El divorcio es complicado para cualquier mujer, más atendiendo mis circunstancias. Sería mejor si no tuviera que ver a mi ex marido en cada esquina, y no lo digo a sentido figurado. A buena hora se le ocurrió a Martín jugarle al escritor.¿Quién diría que nuestra historia gustaría tanto?…—Le ha dado por escribir —soltó Georgina.Llegó de entrada por salida a la oficina que tenía en el colegio, con la exclusiva misión de ponerme al tanto del nuevo oficio de su hermano.—¿A quién? —pregunté haciéndome la desentendida.—A Martín —respondió mi ex cuñada abriendo los ojos como platos.¿Se habrá dado cuenta de que yo ya lo sabía?—Qué bien —le
—¡No sabía que tenía que sacar una cita para hablar con mi hermano!La voz de Georgina se distingue a kilómetros de distancia. Susana es nueva como secretaria, la contraté para alegrarme un poco la mirada. Es morena y de ojo grisáceo, cintura marcada y piernas torneadas. De estatura perfecta para lucir tierna, aunque le reste porte. Tuve la fortuna de adaptarme rápido a su ritmo de trabajo, sabedor de que soy yo quien debe marcarlo.¿Qué importa? Mientras cumpla con lo ordenado (en sus tiempos o en los míos), el resto me va y me viene. Ni sé de su vida, ni sabe de la mía. Por eso no quería dejar entrar a Georgina. Nunca le hablé de esa hermana con complejo maternal.—¡Déjala pasar! —grito desde el segundo piso.Escucho a Georgina bufar y en seguida toma las escaleras. Segundos desp
—¿Lo amas?—¿Por qué lo preguntas?—Por nada.—Pues sí, lo amo.—Entiendo.La pregunta de Georgina esconde más que el deseo de una respuesta. Va más allá de la curiosidad. Evidentemente amo a Miguel. ¿Quién estaría diez años con alguien a quien no ama?—Hoy es el cumpleaños de Martín —me dice.—¿De verdad?—Sí.Lo sabía. Lo sé. No hay año que no recuerde ésta fecha. ¿Y cómo no?, si en cinco años de amargura solo éramos felices en ésta clase de festejos.—Setenta y pico, ¿no?—De actriz te mueres de hambre, Blanca.Agacho la mirada. El engaño iba bien hasta que agregué la pregunta. O eso creo.—¿Podemos cambiar de tema? —le p
—Tienes que dejar el tabaco.—¿Algo más?—También el café.El médico no entiende mi sarcasmo. ¿Dejar el tabaco? No pasará. ¿El café? Tampoco. Bandida manera de empezar mi cumpleaños.—No me lo tomes a mal, pero…—Llevas toda tu vida con este ritmo y nunca te ha pasado algo —me gana las palabras.—¿Entonces? —le pregunto—. ¿Por qué habría de cambiar ahora?—Ya no tienes veinte años, Martín.—De hecho hoy cumplo setenta y uno.—Pues pásatela bien —me dice—. Que con éste estilo de vida que te cargas, muchos más no aguantarás. O los vivirás mal.Me gusta la crudeza de éste sujeto. Supo de mí hace un par de meses, cuando ar
Las despedidas siempre me han causado conflicto, más cuando el trillado no eres tú, soy yo tiene su parte de verdad. Con Miguel es así, y me pesa.El hombre es quince años menor que yo, pero la edad dejó de importar desde que me dejé enamorar.Lo que siempre nos hizo diferentes, no obstante, fueron las ganas de vivir. A éste sujeto de baja estatura y enorme corazón parece aterrarle la idea de que cada día signifique uno menos, yo veo las cosas de otra manera.—Si eso es lo que quieres —me dice—, te entiendo. Solo prométeme una cosa.—Lo que quieras —respondo mecánica.Deseo que me pida algo complicado para dárselo y sentir que la cuenta está saldada, pero no. Miguel sería incapaz de ponerme en aprietos.—
—Aceptó mis pasiones —le digo—. Con eso me bastó para amarla.Claudia me ve de reojo. Si fuese otro tipo de mujer, juraría que hay celos detrás de esa mirada borrada. Encuentro nada, sin embargo.—¿Y por qué no la buscas? —me pregunta.—¿Y dejarte sola? —le pregunto.—Martín, seamos honestos —suelta como quien dice una obviedad—. Tarde o temprano pasará.Las venas se me convierten en un tobogán de sangre fría. No me alcanza la pena para mirarla a la cara. Podría distraerme en esas cejas gruesas y de vez en cuando verla a los ojos, pero no me nace engañarla.—¿Por qué estás tan convencida de que no cumpliré con mi palabra?—¿Y quién dijo que serías tú quien se iría?