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—¡Te juro que tiene cuarenta!

—No lo tomes a mal, tío, pero parece de treinta.

—¿Por qué lo habría de tomar a mal? —pregunto risueño, mientras me guardo en el abrigo la foto de Claudia—. Si es casi un cumplido para mí.

Quedé con Roger en el bar donde mataba el estrés después de acabar mi jornada laboral. Está a cinco calles del banco, justo en frente de la torre principal donde algunos de los empleados la hacían de noviecillos sin que los gerentes se dieran cuenta.

Claro que varias aventuras llegaron a oídos de los altos mandos, pero casi nunca pasaba nada. Igual tenía su dosis de adrenalina besarse a escondidas a escasos minutos de la oficina.

—¿Por qué me citaste aquí?

Roger está fasti

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