La ventana que da acceso a una luz intolerable, el médico que busca entre sus experiencias las palabras adecuadas para que estos padres golpeados por la vida no se destruyan al escuchar que su hija tiene cáncer.
Ese escenario me acompaña cada mañana, va de enemigo por las tardes, y en la noche, si el humor me permite cenar algo más allá del café negro y el tabaco, también aparece.
…
—¿Martín? —pregunta la doctora.
—Disculpa —le respondo—. Estaba en otras cosas.
—Entiendo —suelta, comprensiva.
—¿Cómo va todo? —pregunto con ironía.
—Martín…
Su tono es de reprimenda.
—Solo bromeo —le digo.
—¿Hiciste tu tarea?
—No.
—¿Y ahora cuál es el pretexto?
—¿Vienes con ganas de escuchar una nueva mentira? —le pregunto con cierto cinismo—. La que traigo es digna de premio.
—¿Por qué sigues con esto? —me pregunta, fastidiada.
—¿Seguir con qué?
—Sé que está mal que te lo diga, pero no tienes solución. No con ésta actitud. Tú no quieres salir adelante.
—Te lo dije desde el primer día.
—Sí, pero…
—¿Para qué seguir?
—Porque estás estancado.
—¿Y?
—Ese es tu problema.
—Llámalo problema, si gustas, pero yo lo veo como una última oportunidad para abrazarla y quererla. Cuidarla e impedir que…
—¡Entiende que no fue tu culpa!
—¿Y cómo le hago para convencerme?
—Cumpliendo con tus tareas.
—Mis tareas implican seguir como si nada hubiese pasado. Como si Luz nunca hubiera existido —le digo y la simple idea me parece ofensiva—. Si debo vivírmela estancado con tal de tenerla nuevamente a mi lado, así he de seguir hasta que el de arriba lo permita.
—No puedes vivir en una mentira.
—Prefiero intentarlo. Mejor esta mentira que mi amarga realidad.
Aquel verano del noventa y siete retumba en mi memoria mientras te vigilo el sueño. Tan pequeña e indefensa. Igual que ahora, pero por motivos diferentes. El doctor evidenció cuánta experiencia tenía al entrar en la habitación con una muñeca gigantesca.Te cambió el semblante. Estabas tan distraída con el inesperado regalo del médico, que ni cuenta te diste del piquete en el brazo.…—Muchas gracias, doctor.—No tienes de qué agradecer. Nuestra función va más allá de repararles la salud a los pacientes. Al tratar con niños, nos enfrentamos a misiones titánicas para que el escenario les afecte lo menos posible. Hoy fue solo una inyección, cosita de nada para nosotros, pero para ellos es un boleto
—¿La amas? —pregunta Rogelio.—¿A quién? —respondo, haciéndome el desentendido.—A Blanca.—¿Por qué habría de amarla? —contesto a la defensiva—. Si estamos por divorciarnos.De un sorbo me acabo el café y esquivo la mirada. Rogelio es el único amigo que me queda de la infancia. Con verme a los ojos lo descubriría todo.—Martín, te conozco —me dice.Les dije.—¿Entonces?—Aún estás a tiempo.—¿A tiempo de qué?—De arreglar las cosas, por Dios. Los dos están sufriendo… no quieren dejarse.—Pero tenemos que hacerlo.—¿Por qué?—Porque en ambos está la muerte de Luz. Verle la cara en la mañana, es recordarla gritando a los pies de nuestra ni&nti
—Ya te dije que no, Luz. No insistas —digo sin voltear a ver a nuestra hija.Supongo que se debate entre el llanto y la rabieta.—Cariño, no va a pasarle nada —intercede mi marido—. La cuidaré bien.—Ya sabes qué opino de esas cosas, Martín.—Es solo una cabalgata. Conocemos a la yegua. Además, iremos todos juntos.…Recuerdo la mirada suplicante de mi hija tras la intervención de su padre. Él la secundó con esos ojos cuasi amarillentos que navegan entre la rareza y la belleza. ¿Qué más podía hacer? Tuve que aceptar y aferrarme a los cuadros que cuelgan de la pared. Capaz en la bondad de ellos calmaba mis nervios. —¿Y ella qué opina de todo esto?—¿De las terapias?—No. Espera… ¿sabe de ellas?—No.La doctora suspira y le entrega su paciencia al de arriba. Él la ignora. O hace como que la escucha. Para el caso es lo mismo.—Me refiero a lo que me cuentas. ¿Sabe que te culpas?—¿Que si lo sabe? Es su deporte favorito.…Era un mañana otoñal. De esas veces que a esta ciudad rara se le antoja obedecer a las estaciones. Salimos de casa. Luz y Blanca portaban un impermeable amarillo, yo disfrutaba de la lluvia. Te vas a enfermar, ambas me advirtieron, mas yo no hice caso. Emulé la rebeldía de hace unos cuantos meses, cuando convencí a mi niña de montarse a caballo para sacarme el susto de mi vida. Me espanta, admito, recordar más la emoción de verla caba5
—¿Qué les pasa?—¿A quiénes, cariño?—A ustedes. Papá y tú están muy raros últimamente. Es por mi culpa, ¿verdad?Sospecho que Luz escuchó el crujido de mi corazón, por eso me regala una caricia en la mejilla y me ve con esos ojos que pronto, según los doctores, cerrarán para siempre.¿Cómo le haré para seguir adelante?, si al imaginarla muerta se me parte el alma. ¿Para qué continuar?, si desde hace cinco años esto ya no es vida.—Arreglen sus cosas, por favor. Es lo único que les pido. No me quiero ir sabiendo que fui la causante de su divorcio.—No digas eso, corazón. Los dos estamos muy nerviosos por todo lo que está pasando, pero no vamos a divorciarnos. Y tú no vas a irte a ningún lado.
Dicen que las penas unen o desunen, pero lo que hizo con nosotros no tiene nombre. No hay ratos buenos ni ratos malos. Estamos mezclados en una cueva de la que, sospecho, jamás saldremos.En los días menos muertos nos respondemos el saludo y decidimos ignorarnos hasta que el sueño nos recoja. Esto es casi siempre a las ocho o nueve de la noche. Mientras más corto sea el día, mejor. Mientras más duremos en otro mundo, también.—Anoche hablé con Luz —soltó Blanca, reflexiva—. Me hizo prometerle una tontería.—¿Qué cosa?—Quiere que nos llevemos mejor.—Quizás eso deberíamos hacer.—Quizás, pero no podremos.—No bajo esa actitud —agregué—. Me dejas remando solo, Blanca.
—¿Realmente crees que fue su culpa?—Hablemos de otra cosa, Georgina.—Estás en tu derecho, pero creo que no puedes ser tan injusta con mi hermano.—Ese es el problema —le digo—. Martín es tu hermano. Ves por él, y está bien. Yo veo por Luz.—Luz ya no está más, Blanca. ¿Crees que le encantaría saber que ustedes se divorciaron poco tiempo después de su…?—No sigas, por favor —le suplico en un hilo de voz casi inaudible.—Lo siento.—Está bien —agrego sin voltearla a ver—. Tengo que irme. Me siento un poco mareada.—¿De nuevo?—Sí. No he dormido bien últimamente.Miento. He dormido más de la cuenta.—Está bien. ¿Quedamos el lunes?&mda
—El problema fue que la quise cuando no me quería ni a mi mismo.Suelto sin darme cuenta de que la doctora bien puede tomar mi acalorada deducción como un agravio a su profesión. Como quienes aseguran que la depresión se cura sola o que el cáncer te da por acumular sentimientos negativos.Ella, sin embargo, conserva la calma. Hoy viene de buenas, me parece.—Cuéntame un poco sobre Blanca —me dice—. ¿Qué fue lo que hizo que te enamoraras de ella?—Era la más hermosa del colegio, ¿sabes? Tenía unos ojos que te invitaban a sonreír y luego te perdía en ellos. Aún no entiendo qué vio en mí.—Las mujeres somos vanidosas, Martín. Nos enamoramos de quienes nos ven como tú la veías.—¿Y cómo sabes cómo la ve&i