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Dicen que las penas unen o desunen, pero lo que hizo con nosotros no tiene nombre. No hay ratos buenos ni ratos malos. Estamos mezclados en una cueva de la que, sospecho, jamás saldremos.

En los días menos muertos nos respondemos el saludo y decidimos ignorarnos hasta que el sueño nos recoja. Esto es casi siempre a las ocho o nueve de la noche. Mientras más corto sea el día, mejor. Mientras más duremos en otro mundo, también.

—Anoche hablé con Luz —soltó Blanca, reflexiva—. Me hizo prometerle una tontería.

—¿Qué cosa?

—Quiere que nos llevemos mejor.

—Quizás eso deberíamos hacer.

—Quizás, pero no podremos.

—No bajo esa actitud —agregué—. Me dejas remando solo, Blanca.

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