—¿Mamá?
—¿Qué pasa, cariño? —pregunto esperando lo peor, porque así son las cosas desde hace cinco años.
La voz de mi niña es suave como la arena; delicada y algo quebrada.
—¿Puedes bajar un momento?
Antes de que terminara de preguntar, yo ya estaba a mitad de las escaleras.
—¿Todo bien?
—Sí, pero me siento algo mareada.
—¿Quieres tomar aire fresco? Eso siempre te ayuda.
—¿Podemos ir al hospital?
Nada anda bien. Luz es enemiga de ir al médico a menos que la situación la rebase, y digo esto a mera intuición, que en otras ocasiones ha sido rebasada, y si acabamos en el hospital, es por culpa mía, no de ella. Menos de Martín, que en su afán de manten
—¿Alguna vez la engañaste?—No como ahora.—Esto no es engaño, Martín. Ya están divorciados.—¿Y por qué sabe a engaño?—Porque aún la amas.—Nunca dije lo contrario.—Yo tampoco.El silencio se adueña de nosotros. La doctora, que desde el primer día se saltó algunos lineamientos éticos, fue la tercera mujer en mi vida… si es que aquella pelirroja del Paraguay cuenta como vez.—¿Y cómo fue?—¿Qué cosa?—La vez que la engañaste.—Cosita de nada.Soné como un patán, lo sé, pero en verdad aquello significó muy poco.—Cuéntame.—Fue en un crucero.—¿Blanca iba contigo?&mdas
Llegamos al hospital ya entrada la madrugada. La chica de recepción es rubia y de ojo celeste; bonita y amable.—¿Cómo te llamas? —le pregunta a mi hija más como a una amiga que como a una paciente.—Luz.—Somos casi tocayas.—¿Cómo es eso?—Me llamo Sol.El chiste fue malo, pero a mi hija le bastó para reír un poco. Algo raro en ella en estos últimos días.—¿Te sientes muy mal?—Estoy algo mareada.—Mi hija tiene…—Solo algo mareada, mamá —interrumpe con cierto hartazgo—. Estoy bien.—Pregunto porque la sala está medio llena. Quizás tengas que esperar de quince a veinte minutos, pero sí estás mal puedo mover algunas cosas.Sol se refiere en todo momento a mi hija, eso es algo que Luz agradece. Lo veo en la
—Ya va mejor.—¿Qué va mejor?—La vida de soltero.—Son las tres de la madrugada, Martín. ¿Me marcas para responderme algo de lo que hablamos hace quince días?—Te marco para contarte que acabo de montarme el polvo de mi vida con Claudia.—¿Quién es Claudia?—La doctora.—¿Que no se llamaba Sol?Rogelio es experto en convertir días venturosos en momentos amargos. Sol es la recepcionista del hospital donde murió mi niña. No es doctora, aunque tiene algunos conocimientos en la materia. Blanca la frecuenta desde entonces. La ha ayudado mucho a sobrellevar la muerte de Luz.—No.Ora por la frialdad de mi respuesta. Ora porque la madrugada le agitó la memoria a Rogelio, él finge un ataque de tos para evitar el incómodo si
—¡Qué hermosa te ves con ese vestido!—Insististe tanto en que me lo pusiera que no podías decir otra cosa.Georgina y Martín se parecen muy poco. La nariz puntiaguda y la estatura que vacila entre lo alto y el promedio, son los únicos detalles que comparten. Eso y el apellido, claro está.En carácter también son distintos. Martín sacó el mal genio de los Gutierrez, Georgina es más Villanueva. Mi suegra… ex suegra, era de esas personas a las que parece correrles azúcar por las venas en lugar de sangre, con el perdón a la diabetes que la encaminó hasta el final.—Te voy a echar de menos.—¿Por qué dices eso?—Sé que tarde o temprano tomarás distancia.—No de ti. A menos que así lo desees.Siento un peque&ntil
Lo hicimos en el diván. Pactamos en silencio no repetirlo, pero simplemente no pudimos. Me pareció tan linda con esa bata blanca que siempre ha usado mas nunca le aprecié. Tan bella bajo esa mirada que algún recuerdo me trae de… no. No cometamos ese error.—Duraste un poco menos —me dice entre sonrisas—. Quizás ya no te parezco del todo fea.—Nunca me has parecido fea, Claudia.—Solo bromeo. ¿Tienes plan para esta noche?Se inclina y postra frente a mi. Sonríe. Descubro que para ésta mujer la aventura se ha salido de control, y lo peor de todo es que creo entenderla.Llegué aquí con la intención de superar la pérdida de mi hija y miren cómo acabé. Es cierto, la ocasión era ajena a mi divorcio, pero en el fondo había cierta conexión. ¿O no?
—¿Rogelio?—¿Rogelio qué?—Garza.Hay un pequeño silencio.—Ambos nos apellidamos así… que idiota que soy —ríe—. Habla el hijo. ¿Quién lo busca?—¿Roger? ¡Tienes la voz de tu padre, muchacho! ¿Cuándo volviste de Uruguay? Habla tu tío Martín.Roger se independizó desde muy chico. A los dieciséis años le entró el cosquilleo de cambiar de aires. Probó suerte en España, Colombia, Chile y Argentina, pero fue hasta que llegó a Montevideo cuando encontró las mieles que buscaba.No fue fácil, me contó. Muchas veces estuvo a punto de llamar a su padre y pedirle perdón, pues Rogelio no tomó del todo bien su decisión
—Siempre supe que manejaría mejor esto del divorcio.—¿Por qué lo dices? Mi hermano te amaba… te ama.—No me refiero a eso.—¿Entonces?—Martín sabe lo que es el fracaso. No lo digo a mal, de hecho siempre lo admiré por eso.No miento. Martín es una persona defectuosa, como todos. Sin embargo, dentro de esos fallos lleva una resistencia de la que me enamoré perdidamente. Para él no hay imposibles, o mejor dicho, los hay, pero que existan no le parece motivo suficiente como para dejar de luchar por lo que se propone.De niño quiso ser karateka; entendió que era malo para los golpes. En la adolescencia probó suerte en la actuación, solo para descubrir que podía memorizarse veinte mil guiones, mas era incapaz de sacarse la cara de tabla cuando los interpretaba. Intentó ser pintor y tablajero, abogado y ha
—¡Te juro que tiene cuarenta!—No lo tomes a mal, tío, pero parece de treinta.—¿Por qué lo habría de tomar a mal? —pregunto risueño, mientras me guardo en el abrigo la foto de Claudia—. Si es casi un cumplido para mí.Quedé con Roger en el bar donde mataba el estrés después de acabar mi jornada laboral. Está a cinco calles del banco, justo en frente de la torre principal donde algunos de los empleados la hacían de noviecillos sin que los gerentes se dieran cuenta.Claro que varias aventuras llegaron a oídos de los altos mandos, pero casi nunca pasaba nada. Igual tenía su dosis de adrenalina besarse a escondidas a escasos minutos de la oficina.—¿Por qué me citaste aquí?Roger está fasti