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Llegamos al hospital ya entrada la madrugada. La chica de recepción es rubia y de ojo celeste; bonita y amable.

—¿Cómo te llamas? —le pregunta a mi hija más como a una amiga que como a una paciente.

—Luz.

—Somos casi tocayas.

—¿Cómo es eso?

—Me llamo Sol.

El chiste fue malo, pero a mi hija le bastó para reír un poco. Algo raro en ella en estos últimos días.

—¿Te sientes muy mal?

—Estoy algo mareada.

—Mi hija tiene…

—Solo algo mareada, mamá —interrumpe con cierto hartazgo—. Estoy bien.

—Pregunto porque la sala está medio llena. Quizás tengas que esperar de quince a veinte minutos, pero sí estás mal puedo mover algunas cosas.

Sol se refiere en todo momento a mi hija, eso es algo que Luz agradece. Lo veo en la

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