Lo hicimos en el diván. Pactamos en silencio no repetirlo, pero simplemente no pudimos. Me pareció tan linda con esa bata blanca que siempre ha usado mas nunca le aprecié. Tan bella bajo esa mirada que algún recuerdo me trae de… no. No cometamos ese error.
—Duraste un poco menos —me dice entre sonrisas—. Quizás ya no te parezco del todo fea.
—Nunca me has parecido fea, Claudia.
—Solo bromeo. ¿Tienes plan para esta noche?
Se inclina y postra frente a mi. Sonríe. Descubro que para ésta mujer la aventura se ha salido de control, y lo peor de todo es que creo entenderla.
Llegué aquí con la intención de superar la pérdida de mi hija y miren cómo acabé. Es cierto, la ocasión era ajena a mi divorcio, pero en el fondo había cierta conexión. ¿O no?
—¿Rogelio?—¿Rogelio qué?—Garza.Hay un pequeño silencio.—Ambos nos apellidamos así… que idiota que soy —ríe—. Habla el hijo. ¿Quién lo busca?—¿Roger? ¡Tienes la voz de tu padre, muchacho! ¿Cuándo volviste de Uruguay? Habla tu tío Martín.Roger se independizó desde muy chico. A los dieciséis años le entró el cosquilleo de cambiar de aires. Probó suerte en España, Colombia, Chile y Argentina, pero fue hasta que llegó a Montevideo cuando encontró las mieles que buscaba.No fue fácil, me contó. Muchas veces estuvo a punto de llamar a su padre y pedirle perdón, pues Rogelio no tomó del todo bien su decisión
—Siempre supe que manejaría mejor esto del divorcio.—¿Por qué lo dices? Mi hermano te amaba… te ama.—No me refiero a eso.—¿Entonces?—Martín sabe lo que es el fracaso. No lo digo a mal, de hecho siempre lo admiré por eso.No miento. Martín es una persona defectuosa, como todos. Sin embargo, dentro de esos fallos lleva una resistencia de la que me enamoré perdidamente. Para él no hay imposibles, o mejor dicho, los hay, pero que existan no le parece motivo suficiente como para dejar de luchar por lo que se propone.De niño quiso ser karateka; entendió que era malo para los golpes. En la adolescencia probó suerte en la actuación, solo para descubrir que podía memorizarse veinte mil guiones, mas era incapaz de sacarse la cara de tabla cuando los interpretaba. Intentó ser pintor y tablajero, abogado y ha
—¡Te juro que tiene cuarenta!—No lo tomes a mal, tío, pero parece de treinta.—¿Por qué lo habría de tomar a mal? —pregunto risueño, mientras me guardo en el abrigo la foto de Claudia—. Si es casi un cumplido para mí.Quedé con Roger en el bar donde mataba el estrés después de acabar mi jornada laboral. Está a cinco calles del banco, justo en frente de la torre principal donde algunos de los empleados la hacían de noviecillos sin que los gerentes se dieran cuenta.Claro que varias aventuras llegaron a oídos de los altos mandos, pero casi nunca pasaba nada. Igual tenía su dosis de adrenalina besarse a escondidas a escasos minutos de la oficina.—¿Por qué me citaste aquí?Roger está fasti
Los padres de familia sentados, esperando a que sus hijos pasen por sus diplomas. El director trajeado, oliendo a perfume caro desde los pies hasta la cabeza. El jefe de intendencia y la sonrisa que evidencía lo cómodo que se siente laborando en este lugar. Poco parece importarle que le paguen menos de lo que merece.¿Y los maestros? Ellos van en cara larga, pues es parte de su máscara. En el fondo quieren mucho a sus alumnos. Les encanta estar ahí.—¿Estás lista?El director irrumpe mis pensamientos. Me trae de vuelta a esta realidad en la que cumplo veinte años trabajando para el colegio donde Luz hizo sus primeros amigos, rabietas e intentos de amores. Aquí estudió primaria y secundaria. Cada rincón me recuerda a ella.—Algo así —le contesto.—No es la primera vez que ofreces el discurso de
—¿Cuándo fue la última vez que tuviste algo estable en tu vida?La pregunta de Rogelio me confunde el sentimiento. Por un lado, me entusiasma que hable de vida. Siendo yo un viejo de setenta años, es más sencillo enfrentarme a temas como la muerte y cosas de esas. Pero a la vez me preocupa.Desde que descubrí que servía para escribir, o mejor dicho, desde que Roger tuvo la brillante idea de ponerle precio a mis vivencias, mis días han sido todo menos normales.Los lunes me encierro en éste café y me paso la tarde sin saber del mundo, los martes atiendo la llamada de Roger, que con tal de escaparse un rato de ese matrimonio que le truncó la carrera le invita unas copas a este anciano que se cree joven. Los miércoles me ves en el cine, y de jueves a domingo me entrego a la aventu
El divorcio es complicado para cualquier mujer, más atendiendo mis circunstancias. Sería mejor si no tuviera que ver a mi ex marido en cada esquina, y no lo digo a sentido figurado. A buena hora se le ocurrió a Martín jugarle al escritor.¿Quién diría que nuestra historia gustaría tanto?…—Le ha dado por escribir —soltó Georgina.Llegó de entrada por salida a la oficina que tenía en el colegio, con la exclusiva misión de ponerme al tanto del nuevo oficio de su hermano.—¿A quién? —pregunté haciéndome la desentendida.—A Martín —respondió mi ex cuñada abriendo los ojos como platos.¿Se habrá dado cuenta de que yo ya lo sabía?—Qué bien —le
—¡No sabía que tenía que sacar una cita para hablar con mi hermano!La voz de Georgina se distingue a kilómetros de distancia. Susana es nueva como secretaria, la contraté para alegrarme un poco la mirada. Es morena y de ojo grisáceo, cintura marcada y piernas torneadas. De estatura perfecta para lucir tierna, aunque le reste porte. Tuve la fortuna de adaptarme rápido a su ritmo de trabajo, sabedor de que soy yo quien debe marcarlo.¿Qué importa? Mientras cumpla con lo ordenado (en sus tiempos o en los míos), el resto me va y me viene. Ni sé de su vida, ni sabe de la mía. Por eso no quería dejar entrar a Georgina. Nunca le hablé de esa hermana con complejo maternal.—¡Déjala pasar! —grito desde el segundo piso.Escucho a Georgina bufar y en seguida toma las escaleras. Segundos desp
—¿Lo amas?—¿Por qué lo preguntas?—Por nada.—Pues sí, lo amo.—Entiendo.La pregunta de Georgina esconde más que el deseo de una respuesta. Va más allá de la curiosidad. Evidentemente amo a Miguel. ¿Quién estaría diez años con alguien a quien no ama?—Hoy es el cumpleaños de Martín —me dice.—¿De verdad?—Sí.Lo sabía. Lo sé. No hay año que no recuerde ésta fecha. ¿Y cómo no?, si en cinco años de amargura solo éramos felices en ésta clase de festejos.—Setenta y pico, ¿no?—De actriz te mueres de hambre, Blanca.Agacho la mirada. El engaño iba bien hasta que agregué la pregunta. O eso creo.—¿Podemos cambiar de tema? —le p