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Tras colgar, acabo convencida de algunas cosas. Por ejemplo, mi odio por Martín no es genuino. Si realmente lo odiara, habría colgado en cuanto escuché su voz del otro lado del teléfono.

Me preocupas, dijo. Y aunque en el momento debí sentir rabia o algo parecido a la furia, he de admitir que me emocioné. Y mira que sale cara la alegría en tiempos de tragedia.

—Estoy —le digo—. Eso ya es ganancia.

—Pero quiero que estés mejor.

Así inició aquella conversación que acabaría con su inesperada propuesta.

—Quizás lo mejor sea el divorcio.

¿Así de fácil? ¿Dos meses fueron suficientes para que me olvidaras? Claro, entiendo por dónde va la flecha. Quieres continuar como si nada hubiera pasado. Olv

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