Alexa miraba con gesto desesperado cómo su marido echaba cada una de sus pertenencias dentro de una maleta, mientras resoplaba airado. Ella, angustiada, empezó a sacar cada prenda que él tiraba desorganizadamente; sin embargo, él no se daba por vencido y volvía a ponerlas dentro.—Cariño, puedo explicarte —le decía ella, casi al borde del llanto.—Mejor ahórrate tus explicaciones. Siento asco por ti —aseveró el hombre con tono hiriente.—¿Me tienes asco? —ella se rió histéricamente, con lágrimas en los ojos. —Quien debería decir esas palabras soy yo. Eres un mediocre. Lo que acabas de ver, lo hice para asegurar nuestra estadía aquí, porque dependemos de un hombre que espera que mi hermana le abra las piernas para estar feliz, y esa desgraciada no lo quiere —se justificaba con mentiras, mientras el hombre se echaba a reír irónicamente.—Y como ella no quiso, decidiste hacerlo tú. Eres una rastrera. Siempre vi lo que eras, solo que me costó aceptar que eres una mujer patética, vulgar y
—Buenas noches, disculpen mi demora — dijo Lizbeth, y el mundo pareció detenerse por un instante. Su cabello rubio caía en ondas sueltas sobre sus hombros, y sus ojos brillaban sin los feos lentes que solía usar. Vestía un vestido blanco ajustado que realzaba sus curvas de manera provocativa pero elegante. Sebastián, que conocía bien la belleza natural de Lizbeth, quedó atónito. Incapaz de apartar la mirada de ella, sintiéndose atraído. La había visto en su versión más sencilla, pero esta transformación era asombrosa. Sin embargo, sus pensamientos se volvieron oscuros. «¿Por qué ahora? ¿Por qué no se vistió así cuando se lo pedí? ¿Estará tratando de molestarme?». Desvió la mirada para dejar de admirarla, sin querer que ella se diera cuenta de cuánto le afectaba su belleza. Jorge, el hermano burlón de Sebastián, rompió el silencio. —¡Vaya, vaya! Parece que Fiona se ha convertido en Betty versión 3.0 — parloteó con una sonrisa. Aunque intentaba ser gracioso, su sorpresa era evidente.
—Te juro que no es lo que piensas — le dijo Lizbeth a Sebastián, intentando explicarse, y este alzó la mano derecha pidiéndole silencio con ese gesto mudo. —Desde cuándo te importa lo que yo piense. No me debes explicaciones — replicó Sebastián sin girar el rostro para verla, manteniendo sus ojos fijos en Nicolás, quien estaba recostado de su camioneta con postura relajada, sosteniendo un ramo de rosas azules mezcladas con rosas blancas. —Por supuesto que debo. Eres mi esposo... — Sostenía ella con voz temblorosa, cuando él volvió a interrumpirla. —Lo soy, pero no porque así lo desees. Pronto acabaré con esto para que puedas hacer lo que quieras sin sentirte atada a mí — expresó Sebastián, con tanto resentimiento que Lizbeth sintió ganas de llorar y se mordió el labio inferior. —No... —¡Sal de mi auto! — le pidió cortante, sin darle oportunidad de justificar todo. Lizbeth quedó desolada al ver que en cuanto se desmontó del coche y este arrancó. Observaba la carretera con la esper
Al volver a casa esa noche, la figura de Sebastián se dirigió pesadamente hacia su refugio personal: la oficina, un lugar rebosante de recuerdos y sueños, ahora convertido en su santuario de desolación. La habitación estaba sumida en una penumbra apenas rota por la mortecina luz de su escritorio de cristal, que proyectaba sombras danzantes que parecían burlarse de su tormento. Se lanzó sobre la silla de cuero, dejando que el aroma del alcohol inundara el aire, como una compañía tan amarga como sus pensamientos. Cada trago era un intento de ahogar las imágenes que torturaban su mente: escenarios ficticios de traición, donde Nicolás se convertía en el protagonista de su desventura amorosa. Su rostro era un torrente de emociones: ceño fruncido, mandíbula tensa, ojos que brillaban con la tormenta interna de su resentimiento.Soraya, como madre preocupada y atenta, no pudo soportar más la incertidumbre que corroía su corazón. Cruzó el umbral de la oficina sin previo aviso, con la preocup
Lizbeth miró a través del visor para confirmar y vio al otro lado la cara sonriente de su mamá. Respiró profundamente como si le pidiera paciencia al universo. Tan pronto como se abrió la puerta, las dos mujeres quedaron sin aliento y en silencio. Ángela no podía dejar de parpadear ante la visión de Lizbeth, mientras que Alexa estaba furiosa. Aunque sabía que su hermana menor no era fea, como a menudo decía, el hecho de que Lizbeth comenzara a cuidar de su apariencia, revelando su belleza oculta, la irritaba profundamente.La miró detenidamente, escaneando cada detalle en Lizbeth, y luego se fijó en sus propias uñas, notando que el esmalte estaba viejo y desgastado. A pesar de vivir con comodidades y lujos, Nicolás no cubría sus necesidades personales y Ángela no quería darle un solo centavo.— Hija mía querida, estás radiante. No creí que te verías tan hermosa — la elogió Ángela cuando pudo salir de su trance de asombro.— ¡Cuánta falsedad! — murmuró Lizbeth entre dientes, sin sa
Minutos después, para su asombro, el lugar comenzó a llenarse de gente y muchos compartían su entusiasmo por conocer al autor, sin darse cuenta de que era ella. Al subir al podio y presentarse, los suspiros de sorpresa y la efervescencia de sus fans llenaron el ambiente. A pesar de ello, seguía pensando que estaba en un sueño, uno de esos en los que fantaseaba con tener cierta gloria.Sebastián, de pie a su izquierda, anunció la compra de los derechos para la adaptación audiovisual y presentó a los actores que interpretarían la obra, suscitando la emoción de muchos en el salón.Lizbeth pensaba que los flashes la cegarían, su corazón latía como el galope de un caballo salvaje, apenas lograba hablar con fluidez, estaba tan asustada que su voz temblaba, pero no dejó de sonreír y se veía preciosa.—Señora Lizbeth Weber, ¿es verdad que el señor Sebastián Barrett, CEO de la empresa que recientemente adquirió los derechos audiovisuales de su obra, es su esposo?— preguntó de improviso un peri
En la mansión Barrett, todos se congregaban en el salón de descanso, disfrutando de la música clásica interpretada por una violinista contratada por Jorge para complacer a su abuela, aficionada a tales melodías, quien con los ojos cerrados se deleitaba con cada nota.—Abuela, ¿te ha gustado mi regalo? — le preguntó el nieto, luciendo una gran sonrisa expectante, a lo que la anciana respondió con alegría.—Me ha encantado, querido. Estos días he estado de mucho mejor humor —comentó la anciana antes de sorber su bebida sin alcohol.—Esos dos siempre están tramando algo juntos — siseó Samuel, sin apartar la vista de su teléfono.—¿Te refieres a Sebastián y su esposa mentirosa? — le preguntó Jorge con una sonrisa maliciosa.—Sí, aquí aparecen juntos.—Abuela, ¿sabías que esa mujer ahora está teniendo éxito? —le informó Jorge.—Eso es porque fingió ser parte de esta familia, es una trepadora —replicó la anciana, cambiando drásticamente de humor.—No es así. Ella alcanzó su éxito por mérito
—No puedo; tú me desconcentras con tu fragancia, tu cabello, tus piernas, el escote de tu pecho, tu presencia. El problema eres tú, ¡no lo entiendes!— le gritó histéricamente. Ella se mordió el labio inferior antes de reír quedamente, provocando que se enfadara más. Sebastián la tomó en sus brazos fuertes, empujándola contra la pared sin delicadeza. —¿Qué te parece gracioso? — la interrogó agresivamente, clavándole los dedos en las caderas. —Me llena de placer ser la causa de tu desconcentración. Es lo que quiero, que me mires y no me ignores. Quiero que sientas que estoy a tu lado…— ella no pudo seguir hablando porque sus labios fueron silenciados por una boca ansiosa que se estampó en ellos, subyugándolos; obligándolos a rendirse. En medio de ese beso, su centro se humedeció y palpitaba, de anticipación, esperando con ansias a ser tocado. «¡Dios, sí que extrañaba estos labios!», pensó rodeando el cuello de su amado, y alzando una pierna como él, sin pronunciar una palabra, se