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Un reencuentro con sabor a hiel y miel.

El reloj marcaba las 4 de la mañana, cuando el Duque de Wellington partió hacia Escocia en su carruaje particular, el cual lo llevaría a las Highlands escocesas. Este lo llevaría más rápido que si se fuera a caballo, aunque en toda Inglaterra era bien conocida su habilidad para la equitación, la cual practicaba desde niño, convirtiéndolo así en un jinete prodigioso.

Mientras tanto, en casa de los Cavendish, para Giorgiana fue imposible conciliar el sueño. Pese a que su madre, Kylie y, posteriormente su padre la tranquilizaron, con respecto al miedo que sentía de ser ejecutada por orden del que fue su esposo, el no saber el motivo que llevaría al Duque de Wellington a su casa esa misma tarde, la sumió en una profunda y total incertidumbre. Su mente se vio envuelta de crueles recuerdos sobre un feliz pasado que, hasta ese momento, ella mantenía enterrados en el fondo de su corazón, impidiendo que ese pasado la atormentara como lo estaba haciendo ahora, con lo que fue y pudo seguir siendo, pero que ahora ya no era ni volvería a ser. Y en ese momento, detestó tanto que su ex esposo la hiciera sentir tan vulnerable.

Eran las 10 de la mañana, cuando el carruaje del Duque de Wellington bordeó un lago muy conocido para él, ya que a orillas de dicho lago, le dio su primer beso a Gigi. Había sido el mejor beso que había dado en toda su vida. Aún recordaba con una melancólica sonrisa, el día que él le robó a ella su primer beso de amor. Sí, él le había robado su primer beso a Giorgiana. ¡Y vaya que le costó el atrevimiento de besarle y así comenzar a conquistarla! Y todo se debía a que ella no creía que un Noble tan poderoso como él pudiese enamorarse de una plebeya como ella; y por ninguna razón, ella aceptaría ser su amante o su querida, por muy aristócrata que él fuese, hecho que lejos de alejarlo, lo enamoró mucho más, motivándolo a pedirle matrimonio y demostrarle de esta manera que quería convertirla en dueña y señora de toda su vida y de todo lo que poseía.

Recordaba ese día como si hubiese sido ayer; día en el que le demostró a ella lo poco que le importaban las clases sociales…

Cuatro años antes.

El Duque de Wellington había ido una vez más a la residencia de los Cavendish, como ya tenía por costumbre desde que los conoció hacia un año en el palacio de su tío, el Rey, pues para nadie era ya un secreto el interés que Adler demostraba por Giorgiana. Ni para la familia de él ni para la de ella, pasaban desapercibidas las múltiples atenciones que él tenía hacia ella, demostrándoselas a través de innumerables cartas y costosos regalos, los cuales Gigi devolvía sin ningún miramiento, afirmando que si ella aceptaba tan sólo uno de sus obsequios, estaría aceptando ser su amante, algo que nunca haría por más enamorada que estuviera de él. Porque si, Giorgiana también amaba al Duque de Wellington.

De hecho, en una ocasión Gigi le envió una carta al Palacio Ducal que decía: 

“Su excelencia, soy plenamente consciente del interés que demuestra hacia mí, por eso le pido que desista, por favor. Le digo esto debido a que soy consciente de que no soy de sangre Noble, y, aunque sus intenciones de convertirse en mi protector serían muy ventajosas tanto para mí como para mi familia, yo no poseo ningún tipo de riqueza. Mis únicos dos tesoros los tengo reservados para el hombre que llegue a ser mi esposo; y estos tesoros son mi virtud y mi pureza. Por lo tanto, espero que comprenda que no puedo convertirme en su amante, aunque mi corazón reclame el suyo como propio. Es por tal motivo, que le pido que por favor, entienda que no puedo aceptarlo en mi vida y en mi lecho, sin que haya un matrimonio de por medio, porque mi corazón siente algo muy profundo por usted y me temo que mi corazón terminaría desgarrado, al ser  consciente de lo voluble de sus sentimientos para conmigo.

Siempre suya: Giorgiana Cavendish”.

Fue gracias a esa misiva, que ese día él le demostraría a Giorgiana que no la quería como amante, sino que él deseaba convertirla en su esposa y en la única mujer a la que le entregaría su amor y fidelidad. Por tal motivo, y con previo consentimiento de los señores Cavendish, el Duque le pidió a Gigi unos minutos a solas para que ambos pudiesen hablar, a lo que ella aceptó a regañadientes.

 

Ayer recibí la carta que me enviaste. –le dijo el Duque una vez que se quedaron solos.

 

Entonces, deduzco que ya tiene clara mi respuesta a las intenciones que tiene hacia mí, Milord. –le dijo Gigi. “No es necesario que me las exprese, pues creo que sé cuáles son.

 

¿De verdad sabes cuáles son mis intenciones contigo? Pues déjame aclararte que si mis intenciones fuesen hacerte mi amante, tu negativa es más que evidente. Pero, mis intenciones contigo van más allá de eso y lo sabes. –afirmó él.

 

¿De qué está hablando, Excelencia? Otra relación más allá de eso sería imposible, usted es un aristócrata muy poderoso y yo soy… –dijo ella, pero fue interrumpida.

 

Eres la mujer que quiero para que sea mi esposa, para que sea la madre de mis hijos y mi Duquesa. –afirmó Adler.

 

¿Me estás hablando en serio? –le preguntó ella, atónita. “¿Adler esto significa que quieres casarte conmigo?” –agregó ella, llamándolo por su nombre por primera vez.

 Así es. Y, ¿Sabes por qué? Porque hoy también mi alma reclama la tuya como propia; y ya no puedo esperar ni un minuto más para convertirme en tu esposo y, de esta forma, tener junto a ti esa hermosa familia que ambos deseamos. –y diciendo esto, él se arrodilló frente a ella, sacando del bolsillo un hermoso anillo de oro blanco con incrustaciones de pequeños diamantes y un bello rubí en el centro.

Adler miró a Gigi fijamente a los ojos y agregó:

Giorgiana Alexandra Cavendish, el día de hoy me presento ante ti, como un simple mortal enamorado de un ángel, un ángel maravilloso, el cual, a partir de hoy prometo amar, cuidar y proteger, hasta exhalar el último aliento de mi vida. Es por eso, que te pregunto Giorgiana, amor de mi vida, ¿Me concedes el honor y el maravilloso privilegio de ser mi esposa? –sólo lágrimas silenciosas bañaban el rostro de Gigi, quien era incapaz de proferir sonido alguno.

 

¿Por qué me escogiste a mí? Yo no tengo nada que ofrecerte, ni siquiera tengo una valiosa dote. –le susurró ella a los pocos minutos, mirándolo a los ojos.

Él se levantó y subiéndole el mentón le susurró:

 

Te escogí porque te amo, y porque quiero pasar el resto de mi vida construyendo una nueva realidad junto a ti. En cuanto a la dote, no hay mejor dote que tú misma, ya que tu valor supera con creces al de cualquier tesoro existente en la tierra. Por lo tanto, te vuelvo a preguntar ¿Quieres casarte conmigo?

 

Sí, claro que si, si acepto casarme contigo. –le dijo ella, visiblemente emocionada y conmovida por sus palabras. Adler, tras colocar el anillo a su ahora prometida, la abrazó fuertemente y ambos sellaron tan hermoso momento con un tierno y profundo beso.

Actualidad.

No cumplí mi promesa de protegerte ni de cuidarte, amor mío. Ahora no sé ni cómo mirarte a los ojos, debido a la gran pena y la profunda vergüenza que siento. ¿Podrás llegar a perdonarme mi amor? –susurró el Duque, mientras se aproximaba al lugar deseado.

Highlands, Escocia.

Adler, ¿Por qué vienes a verme después de dos años? ¿No te das cuenta de que tu visita sólo conseguirá que de nuevo sangren las heridas que aún no cicatrizan en mi corazón? –susurró Gigi, mientras veía el jardín a través de la ventana de su pequeño salón personal, lugar donde había permanecido toda la mañana.

De repente, tocaron a su puerta y Gigi dio la entrada, pensando que era una de sus hermanas o sus padres. Al ver que nadie hablaba, ella añadió aún sin girarse:

 

¿Ya está aquí el Duque de Wellington?

 

Sí, ya estoy aquí Giorgiana; y esta vez, nada ni nadie me alejara de ti. –dijo una voz, quitándole el aliento a Gigi. 

Cuando ella se giró, ambas miradas automáticamente se conectaron y poco a poco, tanto los ojos de ella como los de él, se fueron cristalizando no sólo debido a las lágrimas contenidas, sino también a tantos sentimientos encontrados en ambos corazones, marcando así este reencuentro, con hiel y miel.

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