Natasha abrió los ojos, no recordaba el momento en el que se había quedado dormida la noche anterior luego de ceder ante la petición de Emma. Miró hacia su derecha y el pequeño y cálido cuerpo de su hija estaba en medio de los dos. Era lo único que la separaba de Michael.
La mujer cerró los ojos, esto era lo que siempre había deseado. Desde que puso los ojos en Michael y se había enamorado perdidamente de él.
Suspiró porque nunca pensó que sería de esta manera, dormir en la misma cama sin ser nada. Él era el padre de Emma y ella la madre, podían ser amigos, pero en cuestiones de amores debían trabajar mucho.
Ella seguía amándolo y luego de todo lo que Michael había hecho por ella, estaba segura de que él también la amaba. Pero las cosas no eran más fáciles ahora. ¡No! Era todo lo contrario.<
Michael observó desde la distancia a Natasha, se veía realmente hermosa, enfundada en ese vestido rojo pasión. Suspiró sin poder evitarlo y su corazón martilló fuerte dentro de su pecho. ¡Estaba enamorado y feliz! Los últimos días en compañía de la mujer amada y de su hija habían sanado los años de ausencia y no cambiaría por nada del mundo lo que tenía ahora.—¡Es hermosa! ¡Una verdadera princesa! —suspiró Emma al ver a su madre moverse con la elegancia y el porte de una reina por los salones del Museo.—Es lo más hermoso que mis ojos han visto mi pequeña Campanita —convino Michael embobado.Emma ahogó una pequeña y traviesa risita detrás de sus manos.—¡Pero eres lento papi! —exclamó la pequeña mientras le hacía una seña a Michae
A la mañana siguiente, fue Michael con la ayuda de Emma quienes se ocuparon de preparar un delicioso y nutritivo desayuno para los tres.—Esto huele delicioso, estoy segura de que a mamá va a encantarle —dijo Emma mientras se ocupaba de estrujar las naranjas.—Cariño usa el extractor —le recomendó Michael, al ver las manitos de Emma aferrarse a la mitad de una naranja.—No, a mami le gustan las naranjas estrujadas, así —dijo empleando su otra mano para apretar la naranja y ver como el jugo caía directamente al vaso.Michael asintió, recordaba que era así como le gustaba a la muchacha beber el jugo en las mañanas, pero jamás pensó que su hija prestara atención a las pequeñas cosas. Pero era una niña muy observadora y consentidora, no podía esperar menos de ella.—Quítale las orillas al pan, a mam&a
Michael tomó captura al mensaje de Richard y guardó la copia en su driver. Su enemigo no iba a cogerlo desprevenido. Viera por donde lo viera, ese hombre le acababa, no solo de amenazar con la vida de Emma, sino también le estaba declarando la guerra.—¿Vas a quedarte a dormir esta noche? —preguntó Natasha, volviendo a la sala vestida únicamente con su bata de seda.Michael la miró, pensó si decirle o no sobre el mensaje era una buena idea. Optó por guardar silencio, al menos por esa noche. No deseaba arruinar el momento y la felicidad que recientemente habían disfrutado.Mañana sería otro día y él tendría el valor para explicarle que seguían estando en peligro gracias a Richard Lewis, pero primero hablaría con Ryan, contrataría un par de guardaespaldas y hablaría con su abuelo.—¿Michael? —Nat
Michael entró a la oficina a la espera de Ryan, su abogado y mejor amigo, estaba de camino para llevarle los documentos del divorcio. Él contaba los minutos y segundos que le faltaban para ser un hombre completamente libre y proponerle matrimonio a Natasha, como debía ser. Como tuvo que ser desde el principio.—Michael —dijo Ryan a modo de saludo. Le extendió la mano y Michael la estrechó.—¿Hiciste lo que te pedí? —preguntó, invitándole a Ryan a tomar asiento.—Todo listo, no tienes que preocuparte. En el colegio de Emma y en la Galería se ha montado guardia. He contratado casi media agencia para tu tranquilidad y seguridad de tu familia —le dijo.Pero aquellas palabras estaban lejos de tranquilizar a Michael, a la luz del día el peligro se sentía más denso que ayer.—No estaré tranquilo, Ryan. Richard no es u
Michael observó a su abuelo y de repente no supo con exactitud qué sentir por él. Cómo padre quizás entendiera su postura, pero él no sería capaz de arruinar la vida de Emma, únicamente para encubrir sus propios secretos. En este caso, era distinto. No era su padre, sino su abuelo quien trataba de proteger la memoria de su hijo. Y lo peor de todo es que se segaba rotundamente a decirle de lo que se trataba. No había manera de ayudarlo a cargar con aquel secreto.—Tengo que irme, le dije a Emma que pasaría por ella —anunció Michael sin ánimos de continuar con aquella conversación. Se sentía cansado, realmente cansado de discutir y que él no comprendiera sus sentimientos hacia Natasha.—¡Espera Michael! —pidió el anciano, poniéndose de pie.—Ya te dije todo lo que quería decirte abuelo, te comprendo. Pero
Michael le sonrió a Natasha para hacerla sentir mejor y segura. Habían trazado un plan y empezarían hoy.—Iré por la niña y volvemos a casa. Aunque no quisiera pensar en todo esto, me siento observada —dijo Natasha con sinceridad. No servía de nada fingir que la situación no estaba a punto de superarla.Pero Natasha sabía que debía conservar la calma. Por ella y por Emma.Michael asintió y esperó en la oficina de Natasha, miró las fotos que Richard le había hecho llegar ese día y el enojo se apoderó de su cuerpo por dos razones. La primera: era la manera tan fácil con la que el hombre había logrado hacerle fotografías a su hija y la segunda y no menos importante: era ver al pequeño niño besar la mejilla de su hija.—¿Nos vamos? —preguntó Natasha desde la puerta, interrumpiendo los
La ciudad de Nueva York iniciaba sus mañanas como todas, pero no para todos sus habitantes esa mañana era igual.En el corazón de la ciudad, Natasha terminó de empacar la mochila de Emma con sus pertenencias, le dolía el alma tener que separarse de ella, así fueran por unos cuantos días. Jamás en seis años habían estado alejadas más que por un par de horas. Esto era lo más difícil que estaba a punto de hacer.—No pongas esa cara de tristeza, mi cielo, me hace daño el corazón —dijo Emma acariciándole el rostro a su madre.—¡Se supone que debo ser fuerte! —expresó Natasha limpiándose las lágrimas de sus ojos antes de hacer sentir peor a su hija.—Se supone, pero eres como una niña mami y se vale serlo. Sé que me amas y que haces todo esto por mi bien y para que un día se
—Bajo el mar, bajo el mar. Nadie nos fríe, ni nos cocina en la sartéeeeen —la pequeña e infantil voz de Emma se escuchaba a todo pulmón dentro del auto, mientras salían de la ciudad de Nueva York con rumbo a Long Island.»¡Es tu turno papi! —exclamó la pequeña mientras movía la cabecita al ritmo de la voz de Sebastián, el cangrejo de la sirenita.—Vas a asustarte si me escuchas cantar.—No creo, vamos papi, canta conmigo —le insistió y Michael no pudo seguir negándose.—Bajo el mar, bajo el mar. Hay siempre ritmo en nuestro mundo al natural, la manta-raya tocaráaaa, el esturión se uniráaaa. Siempre hay ritmo, ritmo marino. Bajooooo el maaaar.Para cuando la canción terminó, Emma miró a su padre con ternura.—¡Eres el mejor papi! ¡¡Cantar contigo es