¿Qué pasará ahora con Mafer? ¿Jorge lo intentará? ¿Qué opinan? No olviden sus comentarios.
Lo primero que hizo Mafer al llegar a la lujosa habitación del hotel donde se hospedaba Eduardo, fue quitarse los zapatos y lanzarse a la cama. —Estoy rendida —mencionó—, ha sido un día muy estresante. Eduardo se sentó en la cama, y le sonrió, acarició con sus dedos el empeine de Mafer. —Espero hayas aprendido la lección, y antes de dar una noticia, asegurate que sea verdad. —La miró con atención. Mafer resopló, y frunció los labios. —Tienes razón, no lo volveré a hacer —indicó. —Voy a bañarme —dijo Eduardo. Mafer suspiró profundo, tomó en control del TV y la encendió, empezó a buscar un programa para entretenerse mientras su novio salía de la ducha. —Buscaré que tienes de comer, me hacen falta unas palomitas —mencionó en voz alta, pues él ya se metió a bañar. **** Malú apretó más sus caderas en la firme virilidad de Abel, sus piernas se enredaron en la cintura de él. —Vamos, cariño —gruñó Abel, con voz ronca, mientras empujaba su falo en el humedecido y cálido sexo
Mafer colocó sus manos en el pecho de Eduardo, haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban se separó de él, inhaló profundo. —Comprendo que deseas llevar la relación a otro nivel —expresó y se aclaró la garganta—, es lo más lógico, no somos unos adolescentes —indicó—, pero…—Se mordió los labios—, yo tengo miedo, no quiero equivocarme, durante años me he mantenido virgen esperando por el hombre de mi vida, y deseo que cuando lo haga sea con la persona que voy a compartir mi existencia —enfatizó y suspiró profundo—, tal vez te parezca anticuado, entiendo que las mujeres con quién tratas, tienen experiencia en la materia, y no les importa solo tener sexo; sin embargo, yo no busco eso —declaró. Eduardo la observó con infinita ternura, su corazón se estremeció al escucharla, ella era pura, inocente, alguien muy especial, Mafer era la persona con quién por primera vez deseó unir su existencia, entendía sus miedos, y temores, entonces le acarició la mejilla. —Te comprendo, y no m
—¡Jorge! —exclamó Mafer balbuceando. —¿Acabas de llegar? —indagó él, con profunda seriedad al verla entrar de la mano de Eduardo. Las mejillas de Mafer se tiñeron de carmín, la garganta se le secó. —Los mandamos por el desayuno —intervino Malú. —¿Qué haces aquí, Jorge? —indagó. Mafer dejó salir el aire que estaba conteniendo. Eduardo la notó nerviosa, además que apenas vio a Jorge le había soltado la mano. —Vine a visitarlas, hace mucho que no sé de ambas, en especial de Mafer. —La observó a los ojos. Mafer no pudo sostenerle la mirada, para ella era como si tuviera escrito lo que pasó con Eduardo la noche anterior, sintió vergüenza, y no supo por qué. —He tenido mucho trabajo. —Se aclaró la garganta. —¿Recuerdas a Eduardo, mi novio?Jorge elevó su barbilla, miró a los ojos al español. Eduardo hizo lo mismo plantó su vista en él, ambos se observaron desafiantes. —Sí lo recuerdo bien —masculló. —Bueno, ¿por qué no salimos a desayunar? —propuso Malú—, parece que el restaurante
Abel luego de pasar por su hotel a ducharse, cambiarse de ropa y desayunar, fue en busca de Eduardo hasta la carretera. Miró como iba la obra, y sonrió con beneplácito, saludó con varios obreros, y otros trabajadores y luego alcanzó a Eduardo. —¿Cómo estás? —indagó Abel.—Preocupado —confesó Eduardo. Abel negó con la cabeza. —Pero tú la pusiste en bandeja de plata, yo no me habría movido del lugar, Mafer es tu novia —dijo con firmeza. Eduardo resopló, y se aclaró la garganta. —Ella aún no tiene claro sus sentimientos —enfatizó—, siempre supe a lo que me exponía, Mafer siempre ha sido sincera. —¿La amas? —indagó Abel, lo miró con seriedad. Eduardo observó a su amigo. —Es inevitable no hacerlo, ahora entiendo por qué perdiste la cabeza por Malú, las hermanas Duque nos vuelven locos. —Ladeó los labios. Abel esbozó una amplia sonrisa, pensó en Malú, la mirada le brilló. —No cometas mis errores, lucha por Mafer —recomendó—, aunque no soy santo de su devoción, y tenemos el sentim
Risas, murmullos, y coqueteos de parte de ambas parejas se escuchaban en el restaurante donde los cuatro se hallaban compartiendo el almuerzo. —Son terribles —dijo Eduardo a las gemelas—, siento pesar por sus padres —bromeó. —Me hubiera gustado conocerte de niña —dijo Abel reflejándose en la mirada de Malú—, te imagino corriendo por los cafetales, seguramente dando órdenes a todo mundo, o disparando al que aparece. —Carcajeó. Malú soltó una risotada al escucharlo. —Y yo te imagino a ti: rebelde, desobedeciendo a todo mundo, haciendo lo que te da la gana. —Sonrió. Abel carcajeó al escucharla. —Me conoces muy bien. —Y tú, ¿cómo eras de niña? —indagó Eduardo, acarició la mejilla de Mafer. —¿Cómo me imaginas? —indagó ella. Eduardo ladeó los labios. —Te imagino jugando con tus muñecas, inventando historias con tu príncipe azul, soñando con tu boda. Mafer liberó un suspiro, recordó sus anhelos de niña, sintió pesar por Jorge. —Siempre fui muy fantasiosa —comentó. —¿Y
Mafer se hallaba en la alcoba, sollozando hecha un ovillo, Malú ingresó y se aproximó a ella. —¿Qué tienes? ¿Por qué lloras? —investigó con preocupación. Mafer sorbió la nariz. —Eduardo terminó conmigo, me dijo que no quería a su lado una mujer que pensara en otro —sollozó. Malú la abrazó para reconfortarla, le acarició la espalda. —Tiene razón, necesitas poner en claro tus sentimientos, y que más adelante no te arrepientas de la decisión que tomaste —expuso con dulzura—, pienso que lo hace por el bien de todos, estoy segura de que él está enamorado de ti, y que su amor es verdadero, porque está renunciando a seguir a tu lado, con tal que busques tu felicidad. Mafer parpadeó, y el corazón le empezó a palpitar con fuerza. —¿Tú piensas eso? —cuestionó, y la mirada se le iluminó. —¿Crees que me ama? —indagó. Malú sonrió, y la miró con ternura. —Estoy segura de eso, así como pienso que tú también estás enamorada de él —declaró—, pero no quiero adelantarme a los hechos, má
New York - Usa. La mansión de la familia Vidal, volvió a llenarse de alegría. Para Diana y Rodrigo, los padres de María Paz, parecía que el tiempo había retrocedido, se remontaron a la época de niñez de sus tres hijos, ahora convertidos en padres, y dos de ellos hasta en abuelos.—¿Y ustedes cuando nos darán la noticia de que serán abuelos? —indagó don Rodrigo a su hija y yerno. Joaquín Duque se atragantó con la saliva, empezó a toser. —Eso jamás —rebatió—, yo no me veo corriendo detrás de unos pequeños diablillos en la hacienda —resopló, y negó con la cabeza, miró con atención a sus hijos—, ustedes ya saben lo que puede ocurrir si me salen con el domingo siete: los castro. Mike se cubrió la entrepierna, Juan Andrés, ladeó los labios. —Tranquilo papá, yo me haré la vasectomía, eso de sobre poblar el planeta no está en mis planes —expuso con sinceridad. —Menos mal —rebatió Majo—, por qué con la vida desordenada que llevas, no serías un buen ejemplo para tus hijos, es más ¿con qué
Mafer se hallaba en las bodegas de la hacienda, revisaba que las guías de remisión y facturas estuvieran en orden, mientras los estibadores cargaban los sacos de café en los camiones. —Suban con cuidado los sacos —ordenó, y mientras revisaba las guías no percibió la presencia de alguien que se aproximó a ella, y colocó una rosa frente a sus ojos. Mafer se sobresaltó, elevó su rostro, y miró a Jorge. —Me has estado evadiendo desde que llegaste de New York —dijo él. —No es eso, he tenido mucho trabajo, estamos vueltos locos con los envíos y la cosecha —advirtió. —¿Te gustaría ir a cenar conmigo? —indagó Jorge, y la contempló. —Está bien, pasa por mí a las ocho —respondió y volvió a su tarea. Jorge no se iba a dar por vencido, no le agradó la frialdad de ella, entonces acercó sus labios, intentó besarla, pero ella se esquivó. El médico sintió un pinchazo en el pecho al sentir su rechazo. —¿Por qué te portas así conmigo? —cuestionó con seriedad—, antes era diferente, morías