Risas, murmullos, y coqueteos de parte de ambas parejas se escuchaban en el restaurante donde los cuatro se hallaban compartiendo el almuerzo. —Son terribles —dijo Eduardo a las gemelas—, siento pesar por sus padres —bromeó. —Me hubiera gustado conocerte de niña —dijo Abel reflejándose en la mirada de Malú—, te imagino corriendo por los cafetales, seguramente dando órdenes a todo mundo, o disparando al que aparece. —Carcajeó. Malú soltó una risotada al escucharlo. —Y yo te imagino a ti: rebelde, desobedeciendo a todo mundo, haciendo lo que te da la gana. —Sonrió. Abel carcajeó al escucharla. —Me conoces muy bien. —Y tú, ¿cómo eras de niña? —indagó Eduardo, acarició la mejilla de Mafer. —¿Cómo me imaginas? —indagó ella. Eduardo ladeó los labios. —Te imagino jugando con tus muñecas, inventando historias con tu príncipe azul, soñando con tu boda. Mafer liberó un suspiro, recordó sus anhelos de niña, sintió pesar por Jorge. —Siempre fui muy fantasiosa —comentó. —¿Y
Mafer se hallaba en la alcoba, sollozando hecha un ovillo, Malú ingresó y se aproximó a ella. —¿Qué tienes? ¿Por qué lloras? —investigó con preocupación. Mafer sorbió la nariz. —Eduardo terminó conmigo, me dijo que no quería a su lado una mujer que pensara en otro —sollozó. Malú la abrazó para reconfortarla, le acarició la espalda. —Tiene razón, necesitas poner en claro tus sentimientos, y que más adelante no te arrepientas de la decisión que tomaste —expuso con dulzura—, pienso que lo hace por el bien de todos, estoy segura de que él está enamorado de ti, y que su amor es verdadero, porque está renunciando a seguir a tu lado, con tal que busques tu felicidad. Mafer parpadeó, y el corazón le empezó a palpitar con fuerza. —¿Tú piensas eso? —cuestionó, y la mirada se le iluminó. —¿Crees que me ama? —indagó. Malú sonrió, y la miró con ternura. —Estoy segura de eso, así como pienso que tú también estás enamorada de él —declaró—, pero no quiero adelantarme a los hechos, má
New York - Usa. La mansión de la familia Vidal, volvió a llenarse de alegría. Para Diana y Rodrigo, los padres de María Paz, parecía que el tiempo había retrocedido, se remontaron a la época de niñez de sus tres hijos, ahora convertidos en padres, y dos de ellos hasta en abuelos.—¿Y ustedes cuando nos darán la noticia de que serán abuelos? —indagó don Rodrigo a su hija y yerno. Joaquín Duque se atragantó con la saliva, empezó a toser. —Eso jamás —rebatió—, yo no me veo corriendo detrás de unos pequeños diablillos en la hacienda —resopló, y negó con la cabeza, miró con atención a sus hijos—, ustedes ya saben lo que puede ocurrir si me salen con el domingo siete: los castro. Mike se cubrió la entrepierna, Juan Andrés, ladeó los labios. —Tranquilo papá, yo me haré la vasectomía, eso de sobre poblar el planeta no está en mis planes —expuso con sinceridad. —Menos mal —rebatió Majo—, por qué con la vida desordenada que llevas, no serías un buen ejemplo para tus hijos, es más ¿con qué
Mafer se hallaba en las bodegas de la hacienda, revisaba que las guías de remisión y facturas estuvieran en orden, mientras los estibadores cargaban los sacos de café en los camiones. —Suban con cuidado los sacos —ordenó, y mientras revisaba las guías no percibió la presencia de alguien que se aproximó a ella, y colocó una rosa frente a sus ojos. Mafer se sobresaltó, elevó su rostro, y miró a Jorge. —Me has estado evadiendo desde que llegaste de New York —dijo él. —No es eso, he tenido mucho trabajo, estamos vueltos locos con los envíos y la cosecha —advirtió. —¿Te gustaría ir a cenar conmigo? —indagó Jorge, y la contempló. —Está bien, pasa por mí a las ocho —respondió y volvió a su tarea. Jorge no se iba a dar por vencido, no le agradó la frialdad de ella, entonces acercó sus labios, intentó besarla, pero ella se esquivó. El médico sintió un pinchazo en el pecho al sentir su rechazo. —¿Por qué te portas así conmigo? —cuestionó con seriedad—, antes era diferente, morías
«Un bebé» retumbó en el cerebro y el corazón de Abel, y de inmediato la mirada le brilló, su pecho se agitó, abrazó conmovido a Malú. —Es una propuesta a la cual jamás me negaría —respondió, inhaló profundo, la observó a los ojos—, me encantaría tener un bebé contigo, que tuviera el mismo color de tus ojos —expresó y luego la tomó de las manos—; pero no deseo presionarte, no es el momento, tú tienes demasiado trabajo en este momento, desde que te conocí me comentaste del anhelo que tienes de convertir a la empresa de tu familia en la más grande exportadora de café, no quiero que tus sueños se vean truncados por complacer uno de los míos —explicó—, soy feliz a tu lado, verte sonreír con tus triunfos llena mi alma, no me gustaría verte triste, llorando deprimida, porque volvamos a perder un bebé, o no logremos concebir, no deseo eso para ti —confesó. Los ojos de Malú se hallaban anegados de lágrimas, su pecho subía y bajaba agitado, las palabras de Abel estremecieron su alma, su cora
—No soy nadie para oponerme, y tu papá tampoco, aunque no esté de acuerdo, siempre ha aceptado sus decisiones —mencionó con una sonrisa—, antes de tu viaje deseo que hagas algo. —La miró a los ojos—, quiero que seas responsable en todos tus actos, estás muy enamorada y no conocemos a ese hombre, así que iremos a tomar las debidas precauciones. Las mejillas de Mafer se volvieron carmín, asintió. —Tienes razón, mamá, eso es muy importante, sobre todo porque le propuse a Malú, prestarle mi vientre —confesó—, si Eduardo quiere seguir conmigo, deberá aceptar que haga eso por mi hermana. María Paz parpadeó conmovida, el corazón se le agitó, se levantó y estrechó en un fuerte abrazo a su hija. —Es el acto más noble que puedes tener con Malú, pero si tienes una pareja debes hablar con él, recuerda que todo acto, bueno o malo, tiene consecuencias —recomendó. —¿Malú está de acuerdo?Mafer se separó del cuerpo de su mamá. —No aceptó, pero espero que más adelante diga que sí. —Comprendo la
Una vez que Abel y Malú, se quedaron solos, él aprovechó para asegurar la cerradura, tomó a su mujer entre sus brazos, la acorraló contra una de las paredes y la besó sin piedad. Malú se retorció de placer contra el muro, clavó sus uñas en los brazos de él, mientras sentía las manos de Abel, levantando la falda de su vestido, acariciando sus muslos. —Me has hecho mucha falta —susurró al oído de ella. —Tú a mi igual —respondió Malú, y de inmediato lo jaló de la correa del pantalón, y lo apretó a ella, así pudo sentir el miembro endurecido de su marido, punzando en su humedecido centro, restregó las caderas sobre el falo, y Abel emitió un ronco gruñido. ****—Hola, Marcela —dijo una voz familiar afuera de la oficina de Abel. —¡Señora Leticia! —exclamó con emoción se puso de pie y la abrazó. —¡Qué alegría verla recuperada! —Muchas gracias. —Sonrió Leticia. —¿Se encuentra Abel? —indagó y sintió como su corazón se agitaba. Marcela frunció los labios. —Sí está, pero algo ocupado —ex
Minutos después las gemelas bailaron varias piezas con sus familiares, compartían la celebración intentando disimular su tristeza. Entonces Joaquín les pidió pasar al escenario a ambas, les dedicó unas frases de cariño, y las abrazó con fuerza. Y enseguida se alejó y las dos se quedaron para recibir la serenata. Los mariachis ingresaron, entonando las notas de: «María bonita by Agustín Lara» —Yo no pedí esa canción —dijo Joaquín a su esposa, contrariado. Ella presionó sus labios se quedó en silencio. Cuando el vocalista del mariachi iba a entonar la primera línea, una voz que Malú conocía a la perfección se hizo escuchar. —Acuérdate de Acapulco, de aquellas noches, María bonita, María del alma. Acuérdate que en la playa, con tus manitas las estrellitas, las enjuagabas…—entonó y se iba acercando a Malú. El corazón de María Luisa retumbó en el pecho, la mirada se le iluminó, sus labios perfilaron una amplia sonrisa. —Mi diablo —susurró y cuando lo tuvo frente a ella, lo miró