Malú llegó al amanecer a Barcelona, de inmediato tomó un taxi y llegó al edificio en el cual residía Eduardo. Tocó a la puerta. Mafer salió a abrir con el cabello enmarañado, los ojos rojos e hinchados, el semblante descompuesto. Ambas hermanas se estrecharon en un fuerte abrazo. —Por fin estás aquí, me sentía abandonada —sollozó Mafer sin despegarse de Malú. —Tranquila, no llores, ya estoy a tu lado, y vamos a desenmascarar a la culpable —gruñó apretando sus puños. —¿La culpable? —cuestionó Mafer, retiró su rostro del cuello de su hermana. —¿A quién te refieres? —Frunció el ceño. —Leticia está detrás de todo, chantajeó a Abel de manera sutil la muy desgraciada —gruñó y tomó asiento en los confortables sillones. —M@ldita mujer —vociferó Mafer. —¿Qué has pensado hacer? —cuestionó. Malú ladeó los labios con aquella expresión siniestra. —Darle de su propia medicina —aseguró. —No comprendo —dijo Mafer. —Recuerda que yo soy un Duque, no el botones del edificio —gruñó Juan Andrés,
—¡Lo tenemos! —gritó Mafer y apareció en la sala con un folder lleno de facturas, recibos de transferencias, copias de cheques todo a favor de ella. —¡Devuélvame esos documentos! —gritó Leticia con desespero, se removía en la silla con inquietud. Malú dejó de apuntarla, y miró los papeles. —Hay que llamar a la policía —solicitó. —Pero nos llevaran presos a nosotros —rebatió Juan Andrés. Malú resopló, y apretó los puños. —Nuestro delito no es tan grave, además no le hicimos nada malo. —Miró a Leticia con hostilidad—, vístete —ordenó. Andrew la desató, Malú no dejó de apuntarla, Mafer, no se movía de la puerta, lista para atraparla por si intentaba algo. Una vez que Leticia se vistió. —¿Tienes las esposas? —cuestionó Malú a Mafer. —Siempre las traigo conmigo —dijo ella. —Esposala —ordenó. Cuando Mafer se acercó, Leticia alzó su mano y estampó su palma en el bello rostro de la chica. Andrew reaccionó de inmediato y la inmovilizó atrapándola con sus fuertes brazos. —¡Suéltem
En horas de la noche, Abel tomó de la mano, a su mujer, agradecido de contar con ella en los momentos más difíciles, y juntos caminaron por las estrechas calles, en donde varias parejas demostraban su amor a los cuatro vientos.Eduardo y Mafer iban detrás, él le iba brindando un tour por la ciudad, y ella caminaba maravillada, y feliz en su compañía. Malú suspiró profundo. «Tus días están contados» rememoró la amenaza de Leticia, sacudió la cabeza. —Necesito que cierres los ojos, y no hagas trampa —solicitó Abel. Malú ladeó los labios, asintió, enseguida dejó caer sus parpados, sintió la mano de Abel en su espalda, se estremeció, entonces la iba guiando. Eduardo hizo lo mismo con Mafer. —¿A dónde me llevas? —indagó Malú con curiosidad, escuchaba el ruido de grillos, animales nocturnos. —A un sitio mágico —contestó él—. Abre tus ojos —solicitó. Malú los abrió con lentitud, y parpadeó, su mirada se iluminó por completo, el sitio era un bar restaurante, que parecía sacado de un
«También es mi primera vez, siente como tiemblo, ya ves, tuve sexo mil veces, pero nunca hice el amor...» Ricardo Arjona. Mafer y Eduardo llegaron al apartamento, ella se quitó los zapatos y fue directo a la sala. —¿Deseas vino? —cuestionó Eduardo dirigiéndose al bar. —Una copa —solicitó mientras inhalaba profundo y lo contemplaba con sus ojos. Eduardo encendió el reproductor de música. Las notas de «Solamente tú by Pablo Alborán» empezaron a sonar.«Regálame tu risa. Enséñame a soñar, con solo una caricia, me pierdo en este mar, regálame tu estrella, la que ilumina esta noche, Llena de paz y de armonía, y te entregaré mi vida...»Eduardo se aproximó a ella, le entregó la copa. Mafer la bebió de un solo golpe, y él notó que estaba muy nerviosa, se sentó a su lado. —Sabes bien que no voy a presionarte —susurró y le acarició el cabello. Mafer inspiró profundo. —No se trata de eso —contestó—, solo necesito aclarar algo. —Miró a los ojos a Eduardo. —Claro, cariño, dime —solicitó,
Abel sintió un escalofrío recorrer su columna, la mirada de Leticia amenazante fue siniestra, miró a Malú y sintió temor. —No me agrada que nos haya amenazado —expresó con voz ronca. Malú soltó un respingo.—No había querido preocuparte, pero a mí me dijo que mis días estaban contados. Abel la miró con los ojos bien abiertos, percibió que la sangre se le congeló, detuvo su andar. —¿Por qué no me habías dicho nada de eso, cariño? —cuestionó, intentando mostrarse sereno. —No quise preocuparte. —Malú le acarició la mejilla. Abel soltó un bufido. —Debemos estar alertas —indicó. *****Instantes más tarde las dos parejas se hallaban compartiendo la cena en uno de los restaurantes exclusivos de Barcelona, se encontraban en una terraza sobre un ático, la visita que tenían de la ciudad era privilegiada. —Me encanta mirar el atardecer —comentó Mafer, y colocó su cabeza en el pecho de Eduardo. —Para serles sincera, estas ciudades son muy bellas, pero no cambio mis cafetales por nada de
Barcelona - España. Una luz roja se coló por el enorme ventanal de la habitación de Eduardo, Mafer, se refugió en la calidez de los brazos de su novio, suspiró profundo, y lo contempló dormir. —No me gustaría regresar a Colombia tan pronto —resopló resignada, pues necesitaba volver, no podía descuidar su trabajo en la hacienda—, te voy a extrañar mi demonio español —susurró. —Y yo a ti —respondió él aún con los ojos cerrados. Mafer abrió los labios con amplitud, y luego le acarició el mentón. —Tramposo, ya estabas despierto —reclamó. —Aún tengo los ojos cerrados —bromeó, esbozando una sonrisa. Mafer frunció los labios, y luego subió a horcajadas encima de él. —Mereces un gran castigo —avisó ella, y frotó sus caderas en la pelvis de él. Eduardo emitió un gruñido, abrió los ojos y contempló a su bella novia. —Eres lo más hermoso que he visto en la vida —dijo con voz ronca—, la verdad no me estás castigando, al contrario, estás despertando…Mafer carcajeó al escucharlo. —Ya lo
Agentes de la policía colombiana, especializados en secuestros, llegaron hasta la hacienda, Abel les informó sobre la llamada de Martín. —Debemos esperar a que vuelva a comunicarse y rastrearemos la llamada. —¿Esperar? —cuestionó Abel con desesperación, tiraba de su cabello angustiado. —¿No se dan cuenta de que ese loco, puede hacerle mucho daño a mi mujer? —vociferó, caminaba por el salón como un animal enjaulado. —Son los protocolos —espetó con seriedad un agente—, nosotros sabemos lo que hacemos. —¡Cálmate! —solicitó Joaquín—, sé a la perfección como te sientes. —Inhaló profundo y recordó la vez que la bruja de Luz Aída secuestró a María Paz, cuando estaba embarazada de Mafer y Malú, la piel se le erizó—, mi hija es una chica fuerte e inteligente. Abel soltó un resoplido, miró a su suegro con angustia. —¡Martín está loco!—¡Luz Aída también estuvo loca! —rebatió Joaquín—, a pesar de eso no perdí las esperanzas —expuso entonces llamó a una de sus empleadas. —Inesita por favor
Abel sintió que la sangre reverberó por sus venas al escuchar la confesión de Malú, miró a su esposa, pensó en su madre, y los ojos se le llenaron de lágrimas, la garganta se le secó. —¡Cállate! —gritó Martín, apuntó a Malú, las manos le temblaron, colocó su dedo en el gatillo. —¡Cúbrete! —gritó Abel, protegió con su cuerpo a Malú cuando Martín disparó. —¡Martín Acevedo, ríndete! —gritó el agente que disparó e hizo volar el arma que tenía el delincuente. —¡Jamás! —gritó Martín, y corrió a esconderse detrás de unas cajas. —¿Estás bien? —indagó Abel a su mujer sintiendo su pecho agitado, entonces el corazón se le detuvo al sentir un líquido caliente en sus manos. —¡Malú! —gritó con desespero. Malú abrió sus ojos, apretó los labios. —Estoy bien, pero me arde el brazo, me duele mucho. —Se quejó. Enseguida el agente pidió una ambulancia, y miró como el cómplice de Martín se acercaba para llevarse el dinero, entonces disparó. —No te muevas —ordenó, se aproximó y lo esposó. —¿En dón