Abel sintió un escalofrío recorrer su columna, la mirada de Leticia amenazante fue siniestra, miró a Malú y sintió temor. —No me agrada que nos haya amenazado —expresó con voz ronca. Malú soltó un respingo.—No había querido preocuparte, pero a mí me dijo que mis días estaban contados. Abel la miró con los ojos bien abiertos, percibió que la sangre se le congeló, detuvo su andar. —¿Por qué no me habías dicho nada de eso, cariño? —cuestionó, intentando mostrarse sereno. —No quise preocuparte. —Malú le acarició la mejilla. Abel soltó un bufido. —Debemos estar alertas —indicó. *****Instantes más tarde las dos parejas se hallaban compartiendo la cena en uno de los restaurantes exclusivos de Barcelona, se encontraban en una terraza sobre un ático, la visita que tenían de la ciudad era privilegiada. —Me encanta mirar el atardecer —comentó Mafer, y colocó su cabeza en el pecho de Eduardo. —Para serles sincera, estas ciudades son muy bellas, pero no cambio mis cafetales por nada de
Barcelona - España. Una luz roja se coló por el enorme ventanal de la habitación de Eduardo, Mafer, se refugió en la calidez de los brazos de su novio, suspiró profundo, y lo contempló dormir. —No me gustaría regresar a Colombia tan pronto —resopló resignada, pues necesitaba volver, no podía descuidar su trabajo en la hacienda—, te voy a extrañar mi demonio español —susurró. —Y yo a ti —respondió él aún con los ojos cerrados. Mafer abrió los labios con amplitud, y luego le acarició el mentón. —Tramposo, ya estabas despierto —reclamó. —Aún tengo los ojos cerrados —bromeó, esbozando una sonrisa. Mafer frunció los labios, y luego subió a horcajadas encima de él. —Mereces un gran castigo —avisó ella, y frotó sus caderas en la pelvis de él. Eduardo emitió un gruñido, abrió los ojos y contempló a su bella novia. —Eres lo más hermoso que he visto en la vida —dijo con voz ronca—, la verdad no me estás castigando, al contrario, estás despertando…Mafer carcajeó al escucharlo. —Ya lo
Agentes de la policía colombiana, especializados en secuestros, llegaron hasta la hacienda, Abel les informó sobre la llamada de Martín. —Debemos esperar a que vuelva a comunicarse y rastrearemos la llamada. —¿Esperar? —cuestionó Abel con desesperación, tiraba de su cabello angustiado. —¿No se dan cuenta de que ese loco, puede hacerle mucho daño a mi mujer? —vociferó, caminaba por el salón como un animal enjaulado. —Son los protocolos —espetó con seriedad un agente—, nosotros sabemos lo que hacemos. —¡Cálmate! —solicitó Joaquín—, sé a la perfección como te sientes. —Inhaló profundo y recordó la vez que la bruja de Luz Aída secuestró a María Paz, cuando estaba embarazada de Mafer y Malú, la piel se le erizó—, mi hija es una chica fuerte e inteligente. Abel soltó un resoplido, miró a su suegro con angustia. —¡Martín está loco!—¡Luz Aída también estuvo loca! —rebatió Joaquín—, a pesar de eso no perdí las esperanzas —expuso entonces llamó a una de sus empleadas. —Inesita por favor
Abel sintió que la sangre reverberó por sus venas al escuchar la confesión de Malú, miró a su esposa, pensó en su madre, y los ojos se le llenaron de lágrimas, la garganta se le secó. —¡Cállate! —gritó Martín, apuntó a Malú, las manos le temblaron, colocó su dedo en el gatillo. —¡Cúbrete! —gritó Abel, protegió con su cuerpo a Malú cuando Martín disparó. —¡Martín Acevedo, ríndete! —gritó el agente que disparó e hizo volar el arma que tenía el delincuente. —¡Jamás! —gritó Martín, y corrió a esconderse detrás de unas cajas. —¿Estás bien? —indagó Abel a su mujer sintiendo su pecho agitado, entonces el corazón se le detuvo al sentir un líquido caliente en sus manos. —¡Malú! —gritó con desespero. Malú abrió sus ojos, apretó los labios. —Estoy bien, pero me arde el brazo, me duele mucho. —Se quejó. Enseguida el agente pidió una ambulancia, y miró como el cómplice de Martín se acercaba para llevarse el dinero, entonces disparó. —No te muevas —ordenó, se aproximó y lo esposó. —¿En dón
Meses después. —¿Cuál de todos los apartamentos te gusta cariño? —indagó Eduardo a Mafer. María Fernanda suspiró con melancolía, en ese tiempo, habían mirado varias opciones, pero ninguna la convencía. —Este está muy lindo. —Señaló con su dedo la pantalla del computador—, la vista a la ciudad es increíble. Eduardo se quedó en silencio, mirándola con seriedad, analizando cada gesto de su futura esposa. —No te veo muy animada, llevamos meses buscando nuestro hogar —rebatió. Mafer plantó su azulada mirada en los ojos de su prometido. —Es que jamás pensé vivir lejos de la hacienda —murmuró con la voz entrecortada—, me gusta la ciudad, pero si aceptaste quedarte en Manizales, me gustaría tener una casa cerca de la Momposina. —Mordió su labio inferior.Eduardo se aclaró la garganta, y se puso de pie, caminó hasta el ventanal del apartamento que estaba rentando, miró desde ahí el paisaje de la ciudad. Mafer apretó los dientes se quedó en silencio, esperando una respuesta de parte de
Los jardines de la hacienda la Momposina se vistieron de blanco, el día de la boda de Mafer y Malú había llegado. A María Fernanda le sirvieron el desayuno, pero era tanto su nerviosismo que por primera vez no probó bocado, sentía que le faltaba el aire, las piernas le temblaban, y el estómago le revoloteaba, tenía náuseas.María Luisa miró la bandeja, con las suculentas arepas rellenas de pollo, se le hizo agua la boca, también estaba ansiosa, entonces las devoró, no solo las de ella, sino las de su hermana. Luego de unos minutos ambas carcajearon divertidas. —Nos volvió a ocurrir, como en el pasado, en los momentos que más hemos sentido ansiedad —comentó Malú. Mafer resopló y rememoró el día de su graduación del colegio, cuando se la pasó vomitando en el baño, y Malú devorándose toda la comida. —Nos da el efecto adverso, y yo que nunca dejo de comer. —Se quejó. —Tranquila, que luego de la ceremonia, volveremos a nuestro estado natural. —Y devoraré todo el banquete —aseguró Ma
El reloj marcó las doce del día, toda la familia estaba reunida en los jardines de la Momposina, el altar para los novios estaba cubierto de rosas blancas y rojas. Juan Miguel y Juan Andrés ayudaron a sus hermanas a bajar las escaleras. Joaquín las esperaba al pie. —Se ven muy bellas —comentó el padre de las chicas, la garganta se le secó. —Recuerda que siempre serás nuestro hombre favorito —dijo Malú, y lo abrazó. —Así es papá —aseguró Mafer y se unió al abrazo. —Recuerden siempre que esta es su casa, y que no están solas, que tienen un padre para defenderlas. —Y dos hermanos para arrastrar a los que se atrevan a hacerles daño. Los cinco se abrazaron conmovidos. Y al abrazo se unieron Majo y María Paz. —Es hora —comentó la señora Duque. Emma y Alexa las hijas de Alex, primo de las gemelas y de Lolita su esposa, abrieron el cortejo. Ambas niñas lucían elegantes vestidos de seda en tono rosa, en corte princesa, las dos cargaban entre sus manos las almohadillas con los anillos.
Meses después. —¡Sácalo ya! —rugió Mafer agitada—, me duele mucho. —Apretó los dientes. —Aguanta un poquito, ya mismo sale —dijo Malú. —Ya mismo, cariño —susurró Eduardo, y finalizó de retirarle el espino que se le había clavado en el dedo. Abel había filmado aquella escena, sin parar de reír. —¡Qué alivio! —exclamó Mafer—, ya no sentía mi dedo. —Eres una exagerada, era un simple espino —dijo Malú, rodó los ojos—, eso te pasa por andar buscando tunas. Mafer rodó los ojos. —De todos modos, eso me dejó agotada. —Miró a su esposo—. Cárgame —solicitó. Eduardo sonrió y le brindó su espalda, y así continuaron el trayecto hasta las montañas de Sierra Nevada. —¿También necesitas que te carguen? —indagó Abel, sonriendo divertido, la escena de sacarle el espino del dedo a Mafer le sacó varias risotadas. —No seas malo, no te burles, es un mal de la familia Duque, ser delicados. —Sonrió—, por suerte yo salí a mi mamá, así que no necesito que me cargues, pero agradezco el ofrecimiento.