Abel sintió que la sangre reverberó por sus venas al escuchar la confesión de Malú, miró a su esposa, pensó en su madre, y los ojos se le llenaron de lágrimas, la garganta se le secó. —¡Cállate! —gritó Martín, apuntó a Malú, las manos le temblaron, colocó su dedo en el gatillo. —¡Cúbrete! —gritó Abel, protegió con su cuerpo a Malú cuando Martín disparó. —¡Martín Acevedo, ríndete! —gritó el agente que disparó e hizo volar el arma que tenía el delincuente. —¡Jamás! —gritó Martín, y corrió a esconderse detrás de unas cajas. —¿Estás bien? —indagó Abel a su mujer sintiendo su pecho agitado, entonces el corazón se le detuvo al sentir un líquido caliente en sus manos. —¡Malú! —gritó con desespero. Malú abrió sus ojos, apretó los labios. —Estoy bien, pero me arde el brazo, me duele mucho. —Se quejó. Enseguida el agente pidió una ambulancia, y miró como el cómplice de Martín se acercaba para llevarse el dinero, entonces disparó. —No te muevas —ordenó, se aproximó y lo esposó. —¿En dón
Meses después. —¿Cuál de todos los apartamentos te gusta cariño? —indagó Eduardo a Mafer. María Fernanda suspiró con melancolía, en ese tiempo, habían mirado varias opciones, pero ninguna la convencía. —Este está muy lindo. —Señaló con su dedo la pantalla del computador—, la vista a la ciudad es increíble. Eduardo se quedó en silencio, mirándola con seriedad, analizando cada gesto de su futura esposa. —No te veo muy animada, llevamos meses buscando nuestro hogar —rebatió. Mafer plantó su azulada mirada en los ojos de su prometido. —Es que jamás pensé vivir lejos de la hacienda —murmuró con la voz entrecortada—, me gusta la ciudad, pero si aceptaste quedarte en Manizales, me gustaría tener una casa cerca de la Momposina. —Mordió su labio inferior.Eduardo se aclaró la garganta, y se puso de pie, caminó hasta el ventanal del apartamento que estaba rentando, miró desde ahí el paisaje de la ciudad. Mafer apretó los dientes se quedó en silencio, esperando una respuesta de parte de
Los jardines de la hacienda la Momposina se vistieron de blanco, el día de la boda de Mafer y Malú había llegado. A María Fernanda le sirvieron el desayuno, pero era tanto su nerviosismo que por primera vez no probó bocado, sentía que le faltaba el aire, las piernas le temblaban, y el estómago le revoloteaba, tenía náuseas.María Luisa miró la bandeja, con las suculentas arepas rellenas de pollo, se le hizo agua la boca, también estaba ansiosa, entonces las devoró, no solo las de ella, sino las de su hermana. Luego de unos minutos ambas carcajearon divertidas. —Nos volvió a ocurrir, como en el pasado, en los momentos que más hemos sentido ansiedad —comentó Malú. Mafer resopló y rememoró el día de su graduación del colegio, cuando se la pasó vomitando en el baño, y Malú devorándose toda la comida. —Nos da el efecto adverso, y yo que nunca dejo de comer. —Se quejó. —Tranquila, que luego de la ceremonia, volveremos a nuestro estado natural. —Y devoraré todo el banquete —aseguró Ma
El reloj marcó las doce del día, toda la familia estaba reunida en los jardines de la Momposina, el altar para los novios estaba cubierto de rosas blancas y rojas. Juan Miguel y Juan Andrés ayudaron a sus hermanas a bajar las escaleras. Joaquín las esperaba al pie. —Se ven muy bellas —comentó el padre de las chicas, la garganta se le secó. —Recuerda que siempre serás nuestro hombre favorito —dijo Malú, y lo abrazó. —Así es papá —aseguró Mafer y se unió al abrazo. —Recuerden siempre que esta es su casa, y que no están solas, que tienen un padre para defenderlas. —Y dos hermanos para arrastrar a los que se atrevan a hacerles daño. Los cinco se abrazaron conmovidos. Y al abrazo se unieron Majo y María Paz. —Es hora —comentó la señora Duque. Emma y Alexa las hijas de Alex, primo de las gemelas y de Lolita su esposa, abrieron el cortejo. Ambas niñas lucían elegantes vestidos de seda en tono rosa, en corte princesa, las dos cargaban entre sus manos las almohadillas con los anillos.
Meses después. —¡Sácalo ya! —rugió Mafer agitada—, me duele mucho. —Apretó los dientes. —Aguanta un poquito, ya mismo sale —dijo Malú. —Ya mismo, cariño —susurró Eduardo, y finalizó de retirarle el espino que se le había clavado en el dedo. Abel había filmado aquella escena, sin parar de reír. —¡Qué alivio! —exclamó Mafer—, ya no sentía mi dedo. —Eres una exagerada, era un simple espino —dijo Malú, rodó los ojos—, eso te pasa por andar buscando tunas. Mafer rodó los ojos. —De todos modos, eso me dejó agotada. —Miró a su esposo—. Cárgame —solicitó. Eduardo sonrió y le brindó su espalda, y así continuaron el trayecto hasta las montañas de Sierra Nevada. —¿También necesitas que te carguen? —indagó Abel, sonriendo divertido, la escena de sacarle el espino del dedo a Mafer le sacó varias risotadas. —No seas malo, no te burles, es un mal de la familia Duque, ser delicados. —Sonrió—, por suerte yo salí a mi mamá, así que no necesito que me cargues, pero agradezco el ofrecimiento.
Eduardo resopló, prefirió no entrometerse en esa discusión, se puso de pie se despidió de su cuñada y de su amigo y salió del restaurante con su esposa. —¿Por qué se niega? —cuestionó Mafer sollozando, se abrazó al cuerpo de su esposo. —Ya la escuchaste, ellos son felices sin hijos, quizás tú no lo puedas entender, y mucha gente tampoco, pero hay parejas que tienen otros proyectos de vida, y ellos así lo decidieron. —No es justo —dijo Mafer—, por favor esperemos un tiempo más. —Miró a Eduardo—, quizás Malú se decida. Eduardo la observó con seriedad. —Nuestra vida no puede depender de las decisiones de tu hermana, yo quiero a Malú y Abel, quisimos ayudarlos, pero se negaron, es momento de empezar a pensar en nuestros hijos —dijo con firmeza. Mafer apretó los labios, sus ojos se llenaron de lágrimas. —Como digas —susurró. «No desistiré hasta convencer a Malú»****—¿Por qué nadie me comprende? —cuestionó Malú sollozando abrazada a Abel. —¿Por qué tenían que tocar de nuevo ese te
Malú no se quedó a cenar con su hermana y cuñado, salió de la casa de ellos, y condujo en dirección a su finca, con esa duda que se le clavaba en el pecho como una espina. «¿Será que en verdad quieres tener hijos y te resignas por mi culpa?» cuestionó pensando en Abel, percibiendo su pecho agitado. Aparcó el auto y se puso a caminar en medio de la oscuridad de la noche, en medio de los cafetales, se sentó en el tronco de un árbol. —Cuando tocan ese tema, me siento seca, vacía —susurró hablando sola—, y cuando lo intenté no se dio, y Mafer no comprende mi dolor, no deseo a Abel de nuevo ilusionado. —Gruesas lágrimas corrieron por sus mejillas. —¡No sé qué hacer!—Seguir el llamado de tu corazón —escuchó en una dulce voz, a especie de susurro. Malú parpadeó limpiándose las lágrimas y enfocó su mirada en esa silueta brillante.—¿Eres…?—Tu abuela Luisa Fernanda, parece que ya no me reconoces, cuando eras niña, solías charlar conmigo, en este mismo lugar. —Sonrió con ternura. —Llegué
Días después. Ambas parejas programaron una cita con Elsa, la amiga ginecóloga de Myriam, viajaron a Chicago, y se dirigieron a la clínica de fertilización. —Buenos días, bienvenidos —saludó Elsa con ambas parejas—, tengo entendido que están aquí por un tratamiento de maternidad subrogada. —Así es —respondió Mafer—, yo alquilaré mi vientre. —Bien —contestó Elsa—, necesito que ambas parejas se realicen varios exámenes —indicó—, María Fernanda a ti debo hacerte varios estudios para constatar que estás apta para recibir los óvulos fecundados, una vez que determine que estás apta para eso, deberás seguir el tratamiento para que tu útero reciba los embriones —explicó—, a ti María Luisa te prepararemos para un tratamiento para el ciclo de FIV. Abel y Eduardo como era de esperarse, averiguaron sobre los riesgos, expusieron sus dudas, todo fue resuelto por Elsa, entonces se quedaron tranquilos. Enseguida se realizaron los análisis, y decidieron salir a pasear por Chicago para bajar el e