Abel la tomó de la mano, la llevó frente a la chimenea que estaba encendida, se sentó en el piso, y le hizo espacio a Malú en medio de sus piernas, la chica se acomodó y recargó su espalda en el pecho de su marido. «Vamos a dejarlo todo atrás by Ricardo Montaner» se empezó a escuchar en las bocinas del reproductor de música. —Cuéntame, ¿qué te angustia?Abel soltó un resoplido, mientras escuchaba la melodía. —Nos han quitado los permisos para contratar con el gobierno español. Malú sintió un escalofrío recorrer su médula espinal, giró su rostro a Abel, lo miró con los ojos bien abiertos. —¡Eso es muy grave! —exclamó. —¿Conoces los motivos?Abel negó con la cabeza. —Eduardo ya va a investigar, espero se solucione pronto. Malú parpadeó, y se quedó pensativa. —Eso puede traer implicaciones graves a tu constructora —indicó y resopló—, no puedes quedarte de brazos cruzados, debemos saber qué está ocurriendo, debemos ir a España —aseveró agitada. —Tienes razón. ¿Vendrías conmigo? —
Ella negó con la cabeza, sabía lo que venía después, ejerció más presión en aquella tiesa vaina. Abel se removió, gruñó y su cimiente empezó a brotar, Malú se retiró, en sus labios había restos de aquella blanquecina sustancia, observó a su marido a los ojos, y saboreó su semilla. —Voy a enloquecer, si no me desatas —habló con voz ronca. Malú comprendió el mensaje, de nuevo estaba a horcajadas encima de él, le retiró las esposas, y en menos de un minuto su cuerpo estaba bajo el de Abel. —Ahora es mi turno, ya me llevaste al infierno, y yo te arrastraré conmigo —aseguró. Con los dientes le retiró el brasier, su boca embutió uno de sus firmes senos, lo lamió, chupó, mordisqueó, y sintió a su mujer vibrar bajo su piel, luego le brindó la misma atención a su otro seno. Gemidos llenos de placer salían de la boca de María Luisa, él descendió por su plano abdomen, de un tirón le retiró las bragas, miró su bien depilado sexo, se mojó los labios, y hundió su lengua entre sus delicados
Eduardo se aproximó a Mafer, la tomó de las manos. —Estoy completamente seguro —expresó la miró a los ojos sin titubear. El corazón de Malú, se agitó en el pecho, sonrió, y luego lo abrazó. —Espero nunca te arrepientas de haberme escogido. —Jamás lo haré —respondió él, entonces juntó sus labios a los de ella. Sus lenguas hicieron contacto, Mafer tembló en los brazos de Eduardo, presa de esa cálida energía que la recorría, cada vez que estaba cerca de él, y podía percibir su aliento a menta. De un momento a otro, ella se encontraba recargada a un muro, y los labios de Eduardo le lamían la garganta, Mafer mantenía sus ojos cerrados, su respiración era agitada, las caricias que la lengua de él le brindaba, le hacían arder su carne. —¿Estás segura? —cuestionó él susurrándole al oído. —Sí —contestó ella en suaves jadeos. Justo en el instante que Eduardo se disponía a llevarla a la alcoba, fuertes golpes en la madera de la puerta de su apartamento, interrumpieron aquel íntimo y ans
Mafer se hallaba sentada en la delegación, esperando a tener noticias, se sentía perdida, sola, impotente. Observaba personas entrar y salir, pero no sabía quiénes eran los abogados de Eduardo. —Señorita, tenga —dijo Adolfo el chofer, y le entregó un vaso con café. —Gracias —respondió ella, tenía la mirada acuosa, y un sentimiento de angustia que le oprimía el pecho—. Por favor no se vaya, quédese conmigo —rogó. —Claro —contestó el hombre, y se sentó en una de las sillas. Mafer bebió un sorbo de café. —¿Usted sabe quiénes son los abogados? ¿Cree que me permitan verlo? —indagó. El chofer se aclaró la voz. —Mire, esos hombres de allá. —Señaló con su mano—, son los abogados, no sé si el ingeniero pueda recibir visitas, por qué no habla con ellos —propuso. Mafer limpió sus lágrimas, acomodó su cabello, le entregó el vaso con café, se puso de pie, y fue directo hacia los abogados. —Buenas tardes, soy María Fernanda Duque, la novia de Eduardo, ¿hay noticias?Los caballeros se acomo
Malú llegó al amanecer a Barcelona, de inmediato tomó un taxi y llegó al edificio en el cual residía Eduardo. Tocó a la puerta. Mafer salió a abrir con el cabello enmarañado, los ojos rojos e hinchados, el semblante descompuesto. Ambas hermanas se estrecharon en un fuerte abrazo. —Por fin estás aquí, me sentía abandonada —sollozó Mafer sin despegarse de Malú. —Tranquila, no llores, ya estoy a tu lado, y vamos a desenmascarar a la culpable —gruñó apretando sus puños. —¿La culpable? —cuestionó Mafer, retiró su rostro del cuello de su hermana. —¿A quién te refieres? —Frunció el ceño. —Leticia está detrás de todo, chantajeó a Abel de manera sutil la muy desgraciada —gruñó y tomó asiento en los confortables sillones. —M@ldita mujer —vociferó Mafer. —¿Qué has pensado hacer? —cuestionó. Malú ladeó los labios con aquella expresión siniestra. —Darle de su propia medicina —aseguró. —No comprendo —dijo Mafer. —Recuerda que yo soy un Duque, no el botones del edificio —gruñó Juan Andrés,
—¡Lo tenemos! —gritó Mafer y apareció en la sala con un folder lleno de facturas, recibos de transferencias, copias de cheques todo a favor de ella. —¡Devuélvame esos documentos! —gritó Leticia con desespero, se removía en la silla con inquietud. Malú dejó de apuntarla, y miró los papeles. —Hay que llamar a la policía —solicitó. —Pero nos llevaran presos a nosotros —rebatió Juan Andrés. Malú resopló, y apretó los puños. —Nuestro delito no es tan grave, además no le hicimos nada malo. —Miró a Leticia con hostilidad—, vístete —ordenó. Andrew la desató, Malú no dejó de apuntarla, Mafer, no se movía de la puerta, lista para atraparla por si intentaba algo. Una vez que Leticia se vistió. —¿Tienes las esposas? —cuestionó Malú a Mafer. —Siempre las traigo conmigo —dijo ella. —Esposala —ordenó. Cuando Mafer se acercó, Leticia alzó su mano y estampó su palma en el bello rostro de la chica. Andrew reaccionó de inmediato y la inmovilizó atrapándola con sus fuertes brazos. —¡Suéltem
En horas de la noche, Abel tomó de la mano, a su mujer, agradecido de contar con ella en los momentos más difíciles, y juntos caminaron por las estrechas calles, en donde varias parejas demostraban su amor a los cuatro vientos.Eduardo y Mafer iban detrás, él le iba brindando un tour por la ciudad, y ella caminaba maravillada, y feliz en su compañía. Malú suspiró profundo. «Tus días están contados» rememoró la amenaza de Leticia, sacudió la cabeza. —Necesito que cierres los ojos, y no hagas trampa —solicitó Abel. Malú ladeó los labios, asintió, enseguida dejó caer sus parpados, sintió la mano de Abel en su espalda, se estremeció, entonces la iba guiando. Eduardo hizo lo mismo con Mafer. —¿A dónde me llevas? —indagó Malú con curiosidad, escuchaba el ruido de grillos, animales nocturnos. —A un sitio mágico —contestó él—. Abre tus ojos —solicitó. Malú los abrió con lentitud, y parpadeó, su mirada se iluminó por completo, el sitio era un bar restaurante, que parecía sacado de un
«También es mi primera vez, siente como tiemblo, ya ves, tuve sexo mil veces, pero nunca hice el amor...» Ricardo Arjona. Mafer y Eduardo llegaron al apartamento, ella se quitó los zapatos y fue directo a la sala. —¿Deseas vino? —cuestionó Eduardo dirigiéndose al bar. —Una copa —solicitó mientras inhalaba profundo y lo contemplaba con sus ojos. Eduardo encendió el reproductor de música. Las notas de «Solamente tú by Pablo Alborán» empezaron a sonar.«Regálame tu risa. Enséñame a soñar, con solo una caricia, me pierdo en este mar, regálame tu estrella, la que ilumina esta noche, Llena de paz y de armonía, y te entregaré mi vida...»Eduardo se aproximó a ella, le entregó la copa. Mafer la bebió de un solo golpe, y él notó que estaba muy nerviosa, se sentó a su lado. —Sabes bien que no voy a presionarte —susurró y le acarició el cabello. Mafer inspiró profundo. —No se trata de eso —contestó—, solo necesito aclarar algo. —Miró a los ojos a Eduardo. —Claro, cariño, dime —solicitó,