Sanar.

La casa estaba en silencio cuando Alessia entró. El eco de la confesión de Kelvin resonaba en su mente, y su corazón latía con una mezcla de dolor y rabia. Sin pensarlo, se dirigió a su habitación, cerrando la puerta tras de sí.

Allí, en la oscuridad solo con el resplandor de la luna, Alessia comenzó a destrozar todo a su paso. Los libros que tenía en un pequeño estante, volaron, los cuadros se hicieron añicos contra la pared y las almohadas sufrieron su ira. Cada objeto parecía un recordatorio de su corazón roto, y ella necesitaba liberar la tormenta que la consumía.

Las lágrimas caían por sus mejillas mientras arrojaba un jarrón al suelo. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Cómo había permitido que sus sentimientos la llevaran a un callejón sin salida?

Entonces, la puerta se abrió y la luz del pasillo se filtró en la habitación, Alessia se giró, esperando ver a su padre y una posible reprimenda. Pero no era él quien entraba.

Era su mamá.

La mujer se quedó en el umbral, observando el
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