Enzo La noche caía sobre la fortaleza, y las sombras en mi despacho parecían alargarse, como si el mismo silencio estuviese esperando algo. Desde que se llevaron a Olivia, cada segundo se había convertido en una eternidad; los recuerdos de su risa, de sus abrazos, me atormentaban mientras las paredes se cerraban a mi alrededor. Me encontraba atrapado en un mundo donde el tiempo se desdibujaba, y la única constante era la presión que sentía en el pecho. No podía dormir, no tenía deseos de dejar mi mente en calma por más de tres horas al día. No era solo por ella; era el peso de la culpa y la impotencia que me mantenía despierto. Con cada minuto que pasaba, sabía que el tiempo corría en mi contra porque no sabía nada de ella. La angustia se convirtió en un eco constante, y cuando las horas se hacían interminables, mi mente encontraba un sinfín de escenarios horribles sobre su situación. El otro lado de mi vida se mani
EnzoEl vuelo desde Sicilia hasta Moscú me pareció una eternidad. Cada segundo transcurría con una lentitud agobiante, como si el tiempo se burlara de mi impaciencia. Desde la pequeña ventanilla del avión, pude ver cómo el paisaje cambiaba dramáticamente: de las costas bañadas por el sol de mi hogar a las vastas extensiones nevadas que anunciaban mi inminente llegada a Rusia.Intenté dormir un poco, aunque el torbellino de pensamientos en mi mente no me dejaba descansar. Olivia. Su nombre era un susurro constante entre cada segundo que pasaba, una letanía que acompañaba el ritmo de mi corazón. Hacía tantos días que no la veía, que no escuchaba su risa, que no sentía la calidez de su mirada. Me hice a la idea de que, una vez que aterrizara, mi vida podría cambiar para siempre.Llevábamos semanas planeando este momento, cada detalle calculado con precisión milimétrica. Sabía que no sería fácil penetrar la seguridad de la mansión de la mafia rusa, una fortale
Olivia La determinación se había asentado en mí como una armadura invisible. No había espacio para el miedo, solo para la precisión de un plan ya trazado en mi mente. La llegada de Enzo era inminente, pero yo no podía esperar a que él llegara para enfrentarme a Daemon. Tenía que actuar ahora. Tenía que hacerlo yo.Con la frialdad de quien juega una partida de ajedrez con la muerte, pedí a la mucama que me llevara con Daemon. Mi voz, serena y controlada, no traicionaba la tormenta que rugía en mi interior.La sirvienta, acostumbrada a mis caprichos, aunque sorprendida por mi inusual solicitud, obedeció sin rechistar. Mientras caminábamos por los corredores de la mansión, la imagen de Daemon, su rostro cruel y despiadado, se proyectaba en mi mente. Pero en lugar de miedo, sentía una extraña calma, una sensación de control que me hacía sentir empoderada.No iba a revelar mi verdadera intención. La manipulación sería mi arma, mi escudo. Una fachada de sumisión, una máscara cuida
DimitriLa fría brisa de la mañana me golpeó en el rostro mientras permanecía alerta, aferrado a mi posición de guardia frente a la entrada de la mansión. La única luz que iluminaba el oscuro escondite donde tenía vista panorámica de toda la mansión y sus extensiones, la poca iluminación hacía sombra a mis pensamientos turbulentos.Había estado a la espera, contemplando mis decisiones pasadas y la intrincada red en la que me había metido. Pero de repente, el sonido del teléfono me sacó de mis cavilaciones.Era Daemon, mi jefe, pero cuando respondí, la voz que emergió del otro lado hizo que el mundo a mi alrededor se desvaneciera.—Ayudame, por favor... —susurró una voz temblorosa. No era Daemon; era Olivia, la mujer a la que había ayudado a escapar, ahora atrapada de nuevo en un laberinto de terror.Su tono, entrecortado y lleno de pánico, golpeó mi pecho como un martillo. Ella estaba en peligro, y el hecho de que hablara a trav
EnzoEl frío de la mañana me calaba los huesos, una punzada helada que se colaba por mi chaqueta y me hacía sentir cada parte de mi ser despierta, alerta.El aire estaba cargado de anticipación y tensión. A medida que las camionetas blindadas avanzaban por el camino de nieve que conducía a la mansión de Daemon, un torrente de emociones íntimas luchaba por salir a la superficie. La adrenalina corría por mis venas, un recordatorio constante de por qué estaba allí y de lo que temía perder: Olivia.Ella era la única razón por la que estaba dispuesto a enfrentar a Daemon y a sus hombres. Sabía lo que podían hacerle. Ya me había encontrado con sus métodos, brutales y despiadados.Cada reversa de la camioneta, cada giro del volante y el rugido del motor, resonaba en mi pecho como un tambor de guerra. Tan pronto como llegáramos, sabía que esto sería una carnicería. No iba a mostrar piedad ante aquellos que se cruzaran en mi camino.Los hombres al
El sonido agudo del intercomunicador rompió el silencio helado de la habitación.Con la adrenalina corriendo por mis venas, la noticia de la hazaña de Olivia me impulsó a salir de ese lugar que aún olía a Daemon, recordando el peligro que había acechado a mi reina. Cada paso hacia la salida resonaba en mi mente como un eco de urgencia.Convocando a mis hombres más cercanos a mi ubicación rápidamente, les informé del heroico acto de nuestra reina. Las miradas de admiración y respeto que recibí en respuesta avivaron el fuego en mi pecho; les ordené que la noticia viajara por toda la pirámide de mafia como un rumor para luego salir y dar por hecho la buena nueva.A medida que finalizaba mi orden, una inquietud comenzó a formarse en el fondo de mi ser. La necesidad de estar a su lado me llevó a apurar el paso.Cuando finalmente llegué a la habitación que me había indicado Alexa, encontré un hombre mayor pero fornido y de buena forma frente a la puerta.—Muévete, —le dije sin una pizca de
OliviaLa habitación estaba bañada en una luz tenue, el silencio pesaba como un manto sobre mis pensamientos.Me encontraba recostada en la cama de la suite más grande del hotel.Y los cables conectados a mi cuerpo me recomendaban la fragilidad de la vida. Mi mente no dejaba de repetirse un mantra desgarrador: "He eliminado la amenaza". Pero, a pesar de esa victoria, el eco de mis decisiones resonaba con una intensidad que me paralizaba. La verdad era que, detrás de cada pensamiento de triunfo, había un susurro, un grito doloroso que me culpaba por lo que había arriesgado. ¿Haría lo mismo si pudiera volver atrás? La pregunta me atormentaba.Con cada latido de mi corazón, sentía la presencia de mi bebé, esa pequeña vida de tan solo tres meses de gestación que dependía de mí. ¿Cómo podía haber estado dispuesta a jugar con su seguridad, por más justificada que hubiera estado mi decisión? Me sentía atrapada en un torbellino de miedo y vergüenza. La imagen de mi esposo, preocupado y conf
OliviaPasaron cuarenta y ocho horas para que Enzo por fin decidiera la ida hacia nuestro hogar.No mentiré, estaba harta de estar postrada en una cama sin poder valerme por mi misma, pero lo entendía porque todo estaba bien si eso me daba fe de que mi bebé se mantuviera sano dentro de mi vientre.El médico, quién se portó como todo un caballero conmigo, me dió unas recomendaciones vitales para el vuelo, pero más que todo me ordenó estar tranquila y sin agitarme para asegurar la vida de mi bebé.En estos dos días su evolución y desarrollo han ido excelente, pero aún no sé dejaba ver el sexo, aunque el doctor me dijo que es normal que los bebés a veces no muestren su sexo a los tres meses, me comentó que hay alguno que apenas se muestran casi llegando al último trimestre.Sinceramente, me sentía ansiosa, pero también puede ser que mi bebé tenga un mecanismo de defensa al igual que el mío y solo está esperando llegar a casa para adaptarse mejor.Llámenme loca, pero si yo estoy tensa y d