La cirugía fue extensa y duró casi 16 horas. A pesar de los contratiempos, terminó siendo un éxito. Sin embargo, Mario no despertó; permanecía inerte en la mesa de operaciones, ignorante de que Emma había salido con bien de su propia intervención y que ya la habían trasladado fuera del quirófano… mucho menos podía imaginar lo que el destino le reservaba para el día siguiente.Simplemente estaba allí, resignado a su suerte.David se quitó la mascarilla con lentitud…Miraba los números en los monitores, alarmantes; los signos vitales de Mario eran extremadamente débiles… tan frágiles que su vida podía escaparse en cualquier instante.Aunque David, en su rol de médico, se había acostumbrado a enfrentar la vida y la muerte con cierta indiferencia, en aquel momento, la emoción lo embargaba.Se inclinó hacia Mario y le susurró con voz suave:—¡Ana todavía te espera! ¿Vas a rendirte así tan fácilmente?Mario no dio señal alguna.Continuaba yaciendo en silencio, su rostro pálido como el papel,
Se preguntó si quizás los problemas en Ciudad H eran demasiado graves.Pero algo no cuadraba,Mario quería mucho a Emma; no era posible que no respondiera sus mensajes simplemente por estar ocupado… Pensó en llamarlo, pero las dudas sobre su relación la frenaban.Decidió esperar un poco más.Tal vez mañana Mario se comunicaría,Tal vez mañana volvería de Ciudad H.En el Hospital Lewis, en la unidad de cuidados intensivos, Mario yacía en silencio. Había donado casi la mitad de su médula ósea y un tercio de su plasma para ayudar a Emma…Había sacrificado su bienestar para salvarla.Los amuletos de la iglesia, que se suponían protectores, en realidad no habían servido de nada; la verdadera diferencia la había marcado él mismo… Mario alguna vez había preguntado ante un altar qué significaba la verdadera devoción, y Dios le respondió que era darlo todo.Sin embargo, Dios no le mostró cómo volver.David había estado con él todo el tiempo, sus ojos reflejaban cansancio y preocupación, pero la
La madrugada estaba en pleno apogeo, iluminada por luces tenues.David realizó un examen completo: Mario había despertado, pero su estado era crítico; todas sus funciones vitales estaban comprometidas, sus extremidades no respondían, y su mano derecha estaba prácticamente paralizada desde el punto de vista neurológico.Mario aceptó su nueva realidad con serenidad.Probablemente por el resto de su vida tendría que desplazarse en silla de ruedas y su mano derecha no funcionaría como antes. Empezaría a entrenar su mano izquierda…Expresándolo sin rodeos, se había convertido en una persona con discapacidad.No sentía arrepentimiento.Reposaba tranquilo en su cama del hospital y decía:—Emma es mi hija, he hecho todo esto por voluntad propia. No le digas a Ana, ya no somos pareja y ella merece una vida mejor…David dejó de escuchar; se marchó de la habitación. Isabel estaba junto a la cama, arrodillada y golpeando el colchón mientras lloraba sin consuelo:—¡Mario, por qué te castigas así! A
Ana se quedó paralizada. Había considerado muchas posibilidades, pero nunca imaginó que esto ocurriría… A pesar de la ternura con la que él la había tratado y de su aparente deseo de reconciliarse.Admitió sentirse indecisa, pero fue entonces cuando Mario reveló que estaba con Sofía.Los ojos de Ana se llenaron de lágrimas mientras su mente le insistía en que debería irse con Emma; sin embargo, los sentimientos a menudo desafían a la lógica. Mario ya estaba con alguien más.A pesar del mensaje en WhatsApp, necesitaba escuchar la respuesta directamente de sus labios. Ana lo llamó y, después de un largo tono de espera, Mario finalmente contestó.Reinó un prolongado silencio; ninguno de los dos hablaba, solo se oían sus respiraciones entrecortadas al otro lado del teléfono…Fue Ana quien rompió el silencio, preguntándole con voz temblorosa:—¿Es verdad?—¡Sí! ¡Ya estoy con ella! —la voz de Mario se escuchaba firme desde el otro lado del teléfono.—¡Te fuiste por tres años! Ana… yo también
Con el tiempo, ella lo olvidaría.Mario apretó los puños e intentó sentarse por última vez, pero no tenía fuerzas. Yacía inmóvil en la cama, como un inválido.Respiraba con dificultad y sus ojos se llenaron de lágrimas…Lo siento, Ana, ¡lo siento mucho!*Un mes después, en la Villa Bosque Dorado.Ana no había vuelto a empacar sus cosas; estaba demasiado ocupada cuidando de Emma, a veces incluso tenía que llevarla al hospital para revisiones.Frecuentemente, pasaba por la puerta de la habitación de Mario. No sabía que, mientras le guardaba rencor, Mario yacía inmóvil en su cama, incapaz de cuidarse por sí mismo.El tiempo volaba.Emma comenzaba a recuperarse lentamente. Extrañaba mucho a Mario y siempre preguntaba por qué su papá no venía a visitarla. Ana, intentando consolarla, solía llamar a Mario en su nombre.Pero Ana nunca estaba cerca para oír su voz; eso de alguna manera la reconfortaba, le ayudaba a intentar olvidar esos días, olvidar que aún sentía algo por Mario.Con el paso
¿Estaría Mario en casa? Al abrir la puerta del coche, Ana clavó su mirada en los vehículos. La criada, al verla, corrió a recibirla efusivamente:—¡Señora Lewis, bienvenida de nuevo!Ana esbozó una sonrisa ligera:—De ahora en adelante, puedes llamarme señora Fernández.Luego preguntó:—¿Mario está en casa?La criada balbuceó, sin ofrecer una respuesta clara.Ana no lo pensó más y se dirigió directamente al vestíbulo de la villa. Justo cuando iba a subir las escaleras, se topó inesperadamente con alguien… era Sofía. El rostro de Ana se tensó. Sofía, al verla, no mostró sorpresa. Su tono era calmado, pero tenía un aire de autoridad:—He preparado tus cosas y las de Emma, están arriba en la sala. Te acompañaré a recogerlas. Pero ten en cuenta que Mario ha estado inmerso en un proyecto estos días; ha dormido poco y está intentando descansar.Sofía concluyó con una sonrisa dulce, sin hacer sentir incómoda a Ana.En ese instante, Ana se sintió profundamente humillada; ante la nueva pareja d
La voz de Mario se tornó aún más serena:—Es para que me odie.Su mirada, fija en Sofía, era suave pero intensa:—Dime, ¿debería darle falsas esperanzas y permitir que siga pensando en mí? Es preferible un breve dolor a una larga agonía; este final es mejor para todos.Sofía soltó una risa amarga:—¿Mejor para todos? Sabes bien lo que ella debe estar pensando: hace apenas unos días la tratabas con cariño y ahora, de repente, te ves con otra. ¿No te preocupa que, si algún día deseas volver con ella, ya no quiera saber nada de ti, que tal vez ya tenga a otro?Mario guardó silencio por un momento antes de responder sin emoción:—Lo acepto con resignación.Con dificultad, empujó su silla de ruedas hacia el dormitorio con su mano izquierda.Sofía observaba su espalda; lágrimas inundaban sus ojos. Se sentía devastada; nunca había imaginado que Mario llegaría tan lejos por su familia… Ahora creía firmemente que él realmente amaba a Ana. Pero también estaba dispuesto a herirla.Dejando que Sof
Aunque hubiera corrido al aeropuerto, ¿qué podría haber hecho? ¿Decirle a Ana que había cambiado por Emma, que no había estado con Sofía, y pretender retenerla a su lado el resto de su vida? No, eso era imposible…Ana iba a ser madre, y eso, en cierto modo, era algo bueno. Emma tendría otro ser querido en su vida.Mario estaba tirado, respirando con dificultad…Fuera, Gloria se recuperó de su sorpresa y volvió a entrar al estudio. Al abrir la puerta, se quedó petrificada:—¡Mario!Corrió hacia él y, con esfuerzo, lo ayudó a volver a su silla de ruedas. Mario estaba sudando copiosamente, las gotas de sudor caían como perlas. Gloria, con voz tensa, anunció:—Voy a llamar al doctor Castillo.Mario la detuvo con un gesto. Observando el papel caído en el suelo, dijo con suavidad:—No llames al médico, Gloria. Prefiero estar solo un momento.Gloria intuyó sus pensamientos. Recogió la nota del suelo y se la entregó; tras reflexionar un instante, empezó a decir:—Lo cierto es que…Mario no la