Capítulo 373
Se giró hacia Mario y dijo con cierta hesitación:

—Señor Lewis, es don Eulogio… ¿desea verlo?

Mario, con el rostro impasible, respondió:

—¿Eulogio?

El conductor, intimidado, no añadió nada más.

Mario bajó la ventana del auto y miró hacia afuera…

Ahí estaba Eulogio.

El hombre había envejecido más de lo que Mario recordaba; cuando Eulogio se había ido, aún no cumplía cuarenta años, considerada la plenitud de la vida para un hombre.

A través del cristal del auto, padre e hijo se vieron, pero no se reconocieron. Eulogio contemplaba a su hijo.

Esa mañana, Mario tenía una junta con los accionistas; vestía un refinado traje inglés hecho a mano que destacaba su figura distinguida. Su presencia ya no era la de aquel niño de antes, y su mirada era increíblemente fría, como la de quien ve a un desconocido.

Las manos de Eulogio comenzaron a temblar.

Quiso llamar a Mario por su nombre, pero no tuvo oportunidad. Mario lo miró con frialdad y dijo con voz gélida:

—Si decidiste irte en aquel entonces,
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