41. Gordos y lindos

Maya alza la vista de pronto.

Una ráfaga de conmoción le hace cosquilleo en las piernas.

¿Qué acaba de decir? Maldición, ¿Qué?

Su jefe. ¡Su jefe!

En una paralela instancia no lo observa decir aquello. Tiene el pecho erguido hacia él, sus ojos lo vislumbran, conmocionada.

Se coloca con rapidez el cabello detrás de su oreja y finge no escuchar lo que acaba de escuchar.

—¿Está bromeando conmigo?

Maya lo señala.

Pero Maximiliano niega, mirando a otra parte.

—Te esperaré mañana para hablar mejor, Maya. Buenas noches…

Y se vuelve a su coche para entonces, en un momento crucial, lo enciende y se marcha.

Así sin más.

Pero ¿Qué?

Dejándola ahí, repleta de sensaciones confusas, recreaciones de sus pensamientos firmes y lejanos a lo que siente. Se mantiene recia en su lugar y tiene que pestañear para volver a la realidad. En donde su jefe es quien menciona lo que ella piensa.

—Demonios.

Maya queda prendada en un sentimiento que no puede asimilar. Tiene que salir corriendo aún más, directo hacia s
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