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40. Sin razones para detenerse

Maya Seati no comprende la magnitud que está en aceptarlo. Pero para su jefe hay otra cosa de la que ella no parece conmoverse. De la que en realidad no la hace añorar un poco más de lo que entiende ella como un anhelo, una confianza. Porque de eso se trata lo de ellos dos: confianza, bienestar. Pero no cree que ahora aquello se encuentre. Si pudiera solamente volver a ese momento y no mirarlo como lo había visto, todo sería tan diferente ahora. No se sentiría de esa manera y ella estaría bien en compartir sus penas sola.

Porque, ¿Casi besar a su jefe? Vamos, Maya Seati. Haz metido la pata.

Creer que su a jefe tampoco no le afecta también es una mentira.

Pero si acaso no logrando sostener aquello, incluso después de todo lo hecho, Maya observa la mirada aceitunada y suplicante de su jefe. No cree haber visto otra cosa más afable que aquel que le haga mover tantas cosas dentro de ella.

¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué ahora?

—Pero si no quieres…

—Señor —le dice Maya de inmediato—. Ust
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