22. Embelesado. Maximiliano D'Angelo se queda quieto de súbito por la mujer que observa frente a sus ojos. Fue ella a quién miró llegar. No sabe cuál fue el motivo de su reacción, y lo único en que puede pensar ahora es que tiene la virtud de observar a una mujer tan bella. No es aquella con quien comparte las mismas horas en un espacio únicamente para ellos dos. Ni quien siempre viene hacia él con mejillas rosadas y ojos calmados pero emocionados. Una ráfaga recorre su espina al tener la mirada de Maya Seati en la suya y retrocede, sonriendo un poco. Ensimismado por la hermosa mujer frente suyo entonces alza la mirada para también saludar a sus compañeros del hotel, que se ríen y disfrutan la velada con delicias colocadas en sus bebidas y los bocadillos. A propósito Jenny mira el gesto que tiene Maya y sonríe grandemente y alza las manos. —¡Señor! No lo habíamos visto. ¿No le parece que está fiesta está desbordándose? Toda la gente está maravillada. Maximiliano asiente a la par y M
23. Extraña sensación Cuando nota que su secretaria deja a un lado el tacto de su brazo, aparece la lejanía y consigo la mirada de reojo que le envía directamente a ella, que abraza y saluda a la joven, fiel y compañera leal de la mujer a su lado. Y así lo es. Maya Seati se había vuelto muy cercana a Giovanna D'Angelo. El último año pareció haberlas unido más de la cuenta, y fue momentáneo porque, al instante de conocerla, el vínculo nació tan natural y lleno de confianza. Giovanna había encontrado con quién expresar sus penas y pensamientos en una mujer que al parecer también la entendía y que tenía también sus propios pensamientos y sus propias penas. Meses después de haber empezado el trabajo, Giovanna se expresaba de Maya Seati de una forma que a su hermano le parecía nada más que agradable porque, para sus últimas secretarias y secretarios, no había tenido el poder con el que había llegado unas mejillas rosadas, cabello corto, falda de tubo y tacones de punta. Pareció ser iguales
Maya empieza a buscar el estuche de maquillaje. —Sí, yo digo lo mismo. ¿Sabes? No creí que aquí estaría Anthony, ¿recuerdas? El amigo del señor Maximiliano. Lo vi cerca de donde estaban ellos y hubiese sido mejor si estabas ahí conmigo.Jenny pone una cara de incredulidad.—¿A qué te refieres?—Me dijiste que hoy es un buen día para bailar toda la noche —Maya alza una ceja, sonriendo. Es mejor bromear ahora con Jenny, de esa manera no sentirá los ojos de Maximiliano D'Angelo rondando por su mente.Jenny se echa a reír porque conoce esa entonación. Y sabe que Maya no se refiere precisamente a “bailar” en la pista de baile con ciento de gente alrededor.—¿Me estás diciendo que coquetee con Anthony? —Jenny empieza a soltar con risa—. Bueno, es verdad que antes teníamos algo, sin embargo, no creo que el interés sea el mismo.—Yo sólo digo bailar, Jenny —Maya niega, empezando también a colocarse en sus labios aquel rojo que ta bien le queda—. ¿Viste como piensas mal?—Bueno, lo intentaré.
Maya frunce el ceño, pero una sonrisa también se deja ver en su rostro. Sus mejillas se abultan al instante. Y la expresión risueña de su jefe se deja ver cuanto antes. No le da tiempo de contestar para cuando él toma su mano, la atrae hacia él, y dirige el camino que no es el mismo de la recepción. La adrenalina recorre su cuerpo justo en el punto en que arriban al otro lado del lugar, hacia abajo. Ni siquiera conoce bien el sendero porque todo está en oscuras. Un par de segundo después salen directo hacia el estacionamiento. Y al sentir la mano congelada por la falta de calidez que le había brindado su jefe por el gesto, cae en la tierra, entiéndelo.Su jefe en definitiva se marcharía del lugar.Parpadea al segundo y tiene que tomar su vestido, dar pasos con esos tacones altos y entenderle la zancadas.—¿El anfitrión se va de la fiesta?—Yo no soy el anfitrión aquí.En su mirada surge la mano, que señala ayudarla a subir al auto. No quiere esperar un segundo más y es la primera en m
Su jefe también consigue estar en su misma posición, y comparten miradas que solamente tiene aquella allegada unión.—¿Quieres regresar a la fiesta?—¿Usted quiere regresar?Maximiliano niega.—Es muy tarde, debes estar cansada.—Sí, fue un día muy largo —Maya echa una carcajada y saborea la húmedad de la noche. Con aquel vestido el ardor se deja hacia un lado. Ella alza las cejas—. Hurra por ese nuevo hotel, señor.Maximiliano entrecierra sus ojos por la sonrisa que le brinda, y confirma su adulación con el mismo gesto.—¿Quieres que te deje en la fiesta otra vez?Maya entonces se levanta cuando él le dice aquello.—¿Usted…—ella trata de murmurar— no va a regresar?—Debo ir a otro lugar —un gesto reconfortante es lo que le brinda, y se coloca aún más ensimismado en ella que lo único que puede hacer es acercarse—. Vamos. No quiero que por mi culpa te digan diciendo sosa.Se detiene es seco. Se endereza y ha doblado el cuello al instante hacia su propia dirección. No hace otra cosa q
Pasando más de la cuenta, un poco más, cree él, para calmar el disturbio que se oye afuera del carro, bebe un poco más de agua y el chofer pasa por la estatal de la calle de la primera avenida, paseando lentamente. El tráfico de Nueva York no se le ve indicio de acabar por la lentitud que tienen por delante. Se remueve del asiento y suspira. Tiene una resaca un tanto desagradable para cuando el día da las diez de la mañana. Ya no es viernes, sino lunes. El fin de semana había estado austero para él porque la engorrosa situación de la inauguración hasta este día lo tiene ensimismado en sus pensamientos. No escuchó más la voz suya porque no comprendía que fuese tan inoportuna en aquel momento. No describe el momento más que con solo desacertada porque, la amargura había llegado a él en instante que puso la mirada en aquella mujer, su ex mujer. No era una situación que le agradara porque sabía que no era un hombre rencoroso, en lo más mínimo, pero tratándose de Diana, es un asunto distin
—Discúlpame Tom. No sabía que tendríamos este percance. Hombre, mira ese tránsito.—Ni que lo diga, señor. Y apenas es lunes y la estatal parece no tener fin.—Y parece no tener fin —es lo que dice Maximiliano, suspirando—. Llegaré tarde hoy.El chofer le sonríe y lo mira por el retrovisor.—¿Usted cree que va a llegar tarde? Señor, usted es jefe.Y Maximiliano se ríe también. Un poco agraciado ahora, con los pensamientos lejanos y entonces disponiéndose a mirar más allá de lo que la mala racha le quiso hacer sentir. Pero termina de hablar con el chofer de algunas cosas para apaciguar el momento y esperar. Han pasado por la calle primera, en la esquina y entonces el chofer dobla.Maximiliano decide observar otra vez su celular, y cuando ha subido la mirada, se queda viendo hacia afuera, helado al momento.Su secretaria va caminando, con su falda de tubo y tacón de punta negro, encorvándose para sostener el teléfono en su hombro y en la oreja, revisando algunos papeles. Su cartera negr
Los dos vuelven a cruzar la calle, en medio de la siguiente multitud que se aproxima en la otra dirección y Maya se ha vuelto a colocar su cabello al frente. Pese a que son las diez de la mañana, el viento subleva los papeles del suelo y hacen que su cabello se mueva más que antes. Su jefe le hace pasar primero y entonces han llegado a la otra cuadra.—Pero, nada ha salido de aquello, señor. Imagínese, si nos hubieran visto juntos ¿Nota porqué tampoco quiero decir que usted se marchó fue conmigo?—No es malo que lo digas, Maya. Lo malo es que se malinterprete. Y no queremos eso, ni tú ni yo, ¿no es así? Además, la prensa acribilla a lindas mujeres como tú —le expresa Maximiliano con una tolerancia a sus palabras. La prensa y él en realidad no se llevaban para nada bien—. Incluso podrían escribir que has sido tú la causante de la separación de la boda.—¡Por Dios! ¡No! —el pensamiento la envuelven en una grima. Porque en realidad ser acusada por ser la tercera en una separación no era