El sonido del celular reclamó su atención, escuchando como el aparato no dejaba de sonar corrió hasta él para tomarlo, esperando que quizás fuese Jessie, pero al tomarlo no reconoció el número en pantalla. —¿Si?—¿Ámbar, eres tú?— aquella voz despertó en ella un delicioso escalofrío que recorrió su espina dorsal... ¡Era él!, ¡por supuesto que era él!—¿Padre Samuel?—Qué buen oído, hija mía. Te estoy llamando porque tengo buenas noticias.— ella hubiese querido decirle que poco le importaban los motivos, poder escuchar su voz a través del celular era algo... eróticamente estremecedor, y después de los eventos del día anterior, todo su cuerpo aunque satisfecho, había despertado con sus palabras, esa voz ronca y profunda que despertaba las fibras de su ser. —he hablado con mi madre, quién a su vez ha hablado con una vieja amiga, hay un departamento de este lado de la ciudad, es pequeño, nada tan espacioso y ostentoso, solía usarlo su hijo, pero se casó y se fue a vivir a otro lugar. —S
Al día siguiente Ámbar le entregó los documentos a Samuel y pretendía tener una conversación con él, sin embargo, el sacerdote se despidió rápidamente asegurando que tenía asuntos parroquiales de los cuales debía hacerse cargo. Ámbar asintió y se despidió en dirección al nuevo departamento. Una pequeña sala, una cocina, muy bonita, una sola habitación con cuarto de baño, y un cuarto de baño fuera, un pequeño balcón, un área de lavado y nada más... el suficiente espacio para ella sola. Matteo llamó en un par de oportunidades y envío un par de mensajes, pero decidió ignorarlo por el momento, quería enfocarse en su mudanza, debía deshacerse de algunas cosas que no entrarían en el nuevo lugar, esperaba hacer una mudanza pequeña con lo justo, y aprovechar algunas cosas que la señora Antonia había dejado en el lugar. Los próximos dos días, pasaron muy rápido, y Ámbar estaba entretenida en la que sería su nueva vida, en su nuevo hogar... aún así no dejaba de pensar en el sacerdote, le resu
Era viernes por la tarde y Ámbar al fin había realizado la mudanza, había pagado a un par de jóvenes que le ayudaron a subir lo poco que había traído a su nuevo apartamento. Veía las muchas cajas apiladas y se sentía agobiada comprendiendo todo el trabajo que tenía por delante. En su bolso, escuchó como su celular timbraba, corrió a atender la llamada, no reconoció el número. —¿Si?—¿Señorita, Ámbar Hobbs?—Si, soy yo. —Mi nombre es Kiera Lenus, y estoy llamando desde las oficinas de Marshalls & asociados— Ámbar se emocionó al reconocer la importante firma de contadores, encargados de llevar la contabilidad de algunas de las empresas más grandes de la ciudad— le estoy llamando para informarle que tendrá una entrevista de trabajo el día lunes a las ocho y treinta de la mañana. —¡Oh, que alegría, muchas gracias señorita Lenus!—Le sugiero llegar con anticipación, y preguntar por mi en recepción. —Claro que si, muchas gracias. —Feliz tarde, señorita Hobbs— y así cortó la comunicaci
Ámbar suspiró, al fin había terminado con casi todo, solo una par de cajas que conservaban algunos adornos más, sin embargo, casi podría decir que el arduo trabajo había finalizado. Decidió comer algo, ya pasaban de las dos de la tarde y no había comido nada desde la mañana, su estómago comenzaba a recriminar la ausencia de alimentos... Preparó una rápida comida, no era una profesional en la cocina, pero se defendía bastante bien, sus platillos resultaban deliciosos al paladar, sin embargo, desde que decidió terminar con William, poco disfrutaba la comida, y es que la verdad odiaba cocinar solo para ella. Después de comer, sus pensamientos viajaron directos hacia Samuel... él realmente se estaba comportando bastante extraño con ella, sonrió al imaginar su rostro... deseaba verlo... ¿Sería posible que comenzara a sentir cosas más fuertes que el deseo?, ¿Sería posible enamorarse del padre Samuel?... aquello la aturdía, aún más que desearlo, y es que... sabía que enamorarse de él sería
Samuel abandonó el confesionario, no podía quedarse allí, no podía seguir escuchándola y sabiendo aquello salió del confesionario y corrió por el pasillo lateral de la iglesia que lo llevaría a su habitación, la única del lugar, destinada para el sacerdote encargado. Cerró la puerta tras él y se recargó de la misma, sus ojos muy abiertos... se arrancó el alzacuello que lo estaba asfixiando y lo arrojó a la cama, en dónde se sentó, angustiado abrió unos botones de su negra camisa, y se esforzó por respirar... No podía ser, aquello no podía ser, Ámbar no podía haber dicho aquellas palabras... y él, el no podía estar reaccionando de aquella manera, ya con anterioridad algunas mujeres, agradecidas y confundidas por su comportamiento protector y cariñoso, habían confundido sus emociones y habían terminado confesandole de alguna y otra manera lo que "sentían" por él, sin embargo, en cada ocasión lo había tomado muy serenamente, rechazando los sentimientos de aquellas mujeres y asegurándole
Anibal suspiró de satisfacción mientras oprimía a la joven rubia contra él, logrando que cada fibra de su cuerpo despertara y se pusiera en alerta. Melina lo besaba de forma hábil, su boca sabía a vino y su caliente cuerpo oprimido contra el suyo, le ofrecía placer... Una danza de labios y lenguas que poco tardaría en convertirse en una batalla de placer... se separaron en busca de oxígeno, Anibal la miró a los ojos. —Meli... Yo...—¿No quieres?— preguntó dudando. —La pregunta es; ¿tu lo deseas?—Si, lo deseo...—volvió a besarlo con ansias y en poco tiempo la ropa comenzó a caer de los ansiosos cuerpos— llévame a la cama—gimió Melina— es la puerta de la derecha...Anibal se estremeció al llegar a la habitación, ambos batallaban por besarse, las ansiosas manos del hombre maduro recorrían la piel expuesta de la rubia, decidido a disfrutar y hacerla disfrutar, poco tardó en estar hundido entre sus pliegues femeninos, Melina retorcía sus caderas, acercándola y alejándola en una sensual
Aníbal llegó a casa, y luego de estacionar su auto entró, se encontró con una jóven de servicio. —Buenas noches señor Thompson, Bienvenido a casa. —Buenas noches... ¿Mi esposa?—En su cuarto de oración, lleva allí como una hora— Anibal frunció el ceño y contuvo un suspiro. No es que se opusiera a que Ana practicará su fé, pero consideraba que su nivel de religiosidad los alejaba enormemente. —¿Le sirvo de cenar?—No tengo hambre. Gracias— se marchó directamente a su habitación, dónde se pujó en pijama azul marino y se metió a la cama. Tenía extrañas emociones dentro de él... se sentía muy mal por haber engañado a Ana, y es que realmente la amaba, Ana era la mujer con la que llevaba más de la mitad de años vividos, su esposa, la madre de sus hijos, esa mujer que hace muchos años lo conquistó con su dulce sonrisa. Pero por otro lado, no se sentía arrepentido de haber estado con Melina... ella era una mujer muy linda, era jóven, risueña, alegre, le recordaba todo lo que había perdido.
Samuel, se aseguró de que todos los feligreses se hubiesen marchado, dejando algunas actividades a cargo del diácono, se marchó a su oficina, sus pisadas resonaban en el piso del pasillo, mientras su respiración se agitaba. Al llegar, se desprendió de toda la indumentaria eclesiastica correspondiente para oficiar la misa, quedando con su típico pantalón de vestir negro, camisa del mismo color, su alzacuello blanco y el crucifijo que reposaba contra su pecho. Suspirando agitadamente, se dejó caer en la silla frente al escritorio, cerró los ojos y paso sus manos con desesperación por el rostro. —¡Dios mío!, ¿Es que acoso esa mujer quiere volverme loco?— con los ojos cerrados, no podía dejar de pensar en ella, en el momento en que abrió lentamente su boca, sin apartar los ojos de él, son cortar esa conexión que parecía íntima. ¿Por qué ella lograba descolocar lo de aquella manera?, ¿Es eso lo que sentía un hombre cuando le atraía una mujer?—¿En qué estás pensando Samuel?— se desprendió