Samuel, se aseguró de que todos los feligreses se hubiesen marchado, dejando algunas actividades a cargo del diácono, se marchó a su oficina, sus pisadas resonaban en el piso del pasillo, mientras su respiración se agitaba. Al llegar, se desprendió de toda la indumentaria eclesiastica correspondiente para oficiar la misa, quedando con su típico pantalón de vestir negro, camisa del mismo color, su alzacuello blanco y el crucifijo que reposaba contra su pecho. Suspirando agitadamente, se dejó caer en la silla frente al escritorio, cerró los ojos y paso sus manos con desesperación por el rostro. —¡Dios mío!, ¿Es que acoso esa mujer quiere volverme loco?— con los ojos cerrados, no podía dejar de pensar en ella, en el momento en que abrió lentamente su boca, sin apartar los ojos de él, son cortar esa conexión que parecía íntima. ¿Por qué ella lograba descolocar lo de aquella manera?, ¿Es eso lo que sentía un hombre cuando le atraía una mujer?—¿En qué estás pensando Samuel?— se desprendió
—¿Te preocupa algo, hijo mío?— la voz de Ana, se escuchó con fuerza, logrando sobresaltar a ambos hombres con los cuales compartía la mesa. Padre e hijo, levantaron la vista hacia ella— y al parecer también hay algo que le preocupa a tu padre—miró a Anibal, quién batalló con todas sus fuerzas para no desviar la mirada de los ojos de su esposa— Ninguno ha probado bocado y seguramente sus comidas están frías de tanto ser revueltas en esos platos. ¿Me dirán qué sucede?Anibal y Samuel, se miraron a los ojos, y luego nuevamente a Ana. —Yo... solo estoy preocupado por algunos asuntos de la iglesia. Ya sabes madre, los feligreses siempre tienen problemas. —Lo sé, hijo, pero preocuparte no dará soluciones. ¿Se trata de la joven del departamento?— la respiración de Samuel se detuvo unos segundos al escuchar que su madre nombraba a Ámbar, sintió un extraño escalofrío recorre el la espina dorsal. Ámbar, Ámbar Hobbs... iba a volverlo loco. —No, no, ella está muy bien, está muy agradecida por
—¿Qué crees que haces, mujer?, no puedes estar en el confesionario, debes salir ahora mismo.— le dijo nervioso. —Lo haría, si tuviese la certeza de que no huirás de mí, pero estoy segura de que terminarás corriendo como la última vez, y... realmente necesito que hablemos, Samuel. —Padre Samuel—le corrigió, mirándola directo a los ojos. —Padre Samuel—admitió ella.— ¿Por qué huíste de mi?—¿Por qué tendría que haberme quedado a escucharte?, parecidas haber perdido el juicio. —Quizás porque me estaba confesando, dejó mi confesión a medias. — ¿Y que querías?, parecidas haber enloquecido. De hecho, ahora también pareces haberlo hecho. Debes salir ahora, alguien puede verte, estás buscándome un problema innecesario, si te ven dentro del concesionario, estaré en graves problemas. —Me marcho, si me promete que hoy mismo irá a mi casa para que hablemos. —Por supuesto que no— se negó— dado lo que has confesado, lo mejor es que mantengas una sana distancia de mi. Ámbar, hija mía, estás co
Ámbar contuvo una risita al observar el rostro del sacerdote, se sentía como una niña que acababa de ser pillada en una travesura, allí sentada sobre el regazo del hombre, aún con el sabor de su boca en los labios, y la excitación latente en su bajo vientre. —Ave María purísima...— nuevamente se escuchó, entonces Ámbar con cuidado de no hacer ruido se puso de pie y con un dedo sobre sus labios, le indicó a Samuel que guardara silencio. —¿Padre?...— Ámbar, se agachó, colocándose de rodillas frente a él, en un ambiente extremadamente reducido, debía agacharse para evitar ser vista, pero la verdad era que el espacio era diminuto, a penas y cabía, no lo pudo evitar, sonrió con picardía al imaginarse que podría estar en aquella posición... con finalidad diferente. —¿Padre, está usted bien?—Si, si hija... Sin pecado concebida — abrió la ventanilla para llevar a cabo la confesión, sintiendo que todo él temblaba... había pecado, él era quien necesitaba una confesión, había cedido a sus enca
—Te di mi palabra de que vendría, ¿Puedo... pasar?—Por supuesto —Ambar se hizo a un lado, para que el sacerdote entrara, cerró la puerta tras él, intentando controlar sus deseos de arrojarse y besarlo de nuevo, sintió como sus lábios hormigueaban, recordándole el deseo que él despertaba en ella. — aunque hayas dado tu palabra, lo dudé, realmente lo hice, y sé que quizás estuvo mal presionarte para obtener ese juramento, pero me alegra que estés aquí. Preparé algo delicioso, según yo —sonrió— Me gustaría que comieramos juntos. —Lo siento, pero eso no es posible. Cenaré en casa de mis padres. —Oh...bien...entonces tomemos asiento, por favor —Samuel asintió, nervioso, intentando batallar con la ansiedad que aquella situación le producía. Se sentaron en el mueble, uno junto al otro. —¿Quieres tomar algo?—No, estoy bien. Yo... Ámbar, quiero que entiendas que lo de hoy no puede repetirse. —la miró directamente a los ojos, como hipnotizado por su mirada.—¿Te refieres a que te acorrale e
Samuel estaba aturdido ante las palabras de ella, Ámbar estaba volviéndolo loco. Desvió su mirada abajo comprendiendo de lo que ella hablaba, aún así tenía la fuerte necesidad de salir huyendo de ella, antes de flaquear y lanzarse contra su boca o pedirle que siguiera besándolo, qué Dios lo perdonara pero le.gustaba demasiado la forma en la que ella la besaba y... todo lo que había hecho antes, el hecho de frotarse contra él... aquello lo había enloquecido, quería más, que Dios lo perdonara pero si quería más, su carne le pedía dejarse arrastrar y entregarse al pecado. —Yo... debo irme, como sea debo irme— respondió el hombre nervioso, moviéndose inquieto buscando aliviar la presión en sus pantalones. —Es obvio que no puedes salir así, imagínate si alguien llega a verte—sonrió traviesa— además el trayecto es largo... debe ser muy doloroso caminar con semejante erección— le dijo mordiéndose el labio inferior.— déjame hacer mi buena obra del día— argumentó mientras se arrodillaba fren
—Comprendo que debes irte pero, no imaginas cuánta falta me haces cuando te vas— Anibal, quién terminaba de ajustar su corbata frente al espejo, se giró hacia la cama, dónde Melina estaba acostada, envuelta en las sábanas, con el cabello despeinado, y los labios hinchados. Él sintió el deseo de desvestirse de nuevo y volver junto a ella, abrazar su cuerpo y quedarse a su lado. Melina se estaba volviendo en alguien muy importante para él, no podía explicar lo bien que lo hacía sentir—¿Podrás quedarte alguna vez?—Puedo intentarlo—le sonrió, acercándose a la jóven, era increíble como ella lograba despertar tantas sensaciones en su cuerpo, sensaciones que creía muertas ya.—realmente me gustaría quedarme es solo que...—No digas nada— sonrió y se levantó, colocándose de rodillas en la cama le hizo una señal para que se acercara, Anibal obedeció llegando hasta ella, se sentó a su lado. Melina le sonrió y acarició sus cienes planteadas... esas hebras de cabellos grises le hacían tan interes
Samuel, se acostó en su pequeña y austera cama, luego de largas horas de oración, buscando tranquilizar su abatida alma, y por más que lo intentaba no podía dejar de pensar en Ámbar, en sus hermosos ojos y en todo lo que había provocado en él, con su boca, en un solo día lo había arrastrado a un mar de sensaciones absolutamente desconocidas y muy placenteras. ¿Era aquello solo un pequeño abre bocas del inmenso placer que podía sentir una persona estando en pareja?Había ido a su casa con la intensión de hablar, pedirle que dejara de insistir y dejar claro que nada de aquello podía continuar. Por el contrario, había terminado cediendo a los deseos de su carne, había Sido débil frente a ella... frente al amor y el deseo que despertaba en su inexperto cuerpo. Batalló con las ganas que tenía de tomar su celular y llamarla, no, no debía hacerlo, además no sabía cómo interpretaría ella el que la llamara. Pero, tenía tantos deseos de al menos escuchar su voz. Sentía deseos de conversar con