Samuel abandonó el confesionario, no podía quedarse allí, no podía seguir escuchándola y sabiendo aquello salió del confesionario y corrió por el pasillo lateral de la iglesia que lo llevaría a su habitación, la única del lugar, destinada para el sacerdote encargado. Cerró la puerta tras él y se recargó de la misma, sus ojos muy abiertos... se arrancó el alzacuello que lo estaba asfixiando y lo arrojó a la cama, en dónde se sentó, angustiado abrió unos botones de su negra camisa, y se esforzó por respirar... No podía ser, aquello no podía ser, Ámbar no podía haber dicho aquellas palabras... y él, el no podía estar reaccionando de aquella manera, ya con anterioridad algunas mujeres, agradecidas y confundidas por su comportamiento protector y cariñoso, habían confundido sus emociones y habían terminado confesandole de alguna y otra manera lo que "sentían" por él, sin embargo, en cada ocasión lo había tomado muy serenamente, rechazando los sentimientos de aquellas mujeres y asegurándole
Anibal suspiró de satisfacción mientras oprimía a la joven rubia contra él, logrando que cada fibra de su cuerpo despertara y se pusiera en alerta. Melina lo besaba de forma hábil, su boca sabía a vino y su caliente cuerpo oprimido contra el suyo, le ofrecía placer... Una danza de labios y lenguas que poco tardaría en convertirse en una batalla de placer... se separaron en busca de oxígeno, Anibal la miró a los ojos. —Meli... Yo...—¿No quieres?— preguntó dudando. —La pregunta es; ¿tu lo deseas?—Si, lo deseo...—volvió a besarlo con ansias y en poco tiempo la ropa comenzó a caer de los ansiosos cuerpos— llévame a la cama—gimió Melina— es la puerta de la derecha...Anibal se estremeció al llegar a la habitación, ambos batallaban por besarse, las ansiosas manos del hombre maduro recorrían la piel expuesta de la rubia, decidido a disfrutar y hacerla disfrutar, poco tardó en estar hundido entre sus pliegues femeninos, Melina retorcía sus caderas, acercándola y alejándola en una sensual
Aníbal llegó a casa, y luego de estacionar su auto entró, se encontró con una jóven de servicio. —Buenas noches señor Thompson, Bienvenido a casa. —Buenas noches... ¿Mi esposa?—En su cuarto de oración, lleva allí como una hora— Anibal frunció el ceño y contuvo un suspiro. No es que se opusiera a que Ana practicará su fé, pero consideraba que su nivel de religiosidad los alejaba enormemente. —¿Le sirvo de cenar?—No tengo hambre. Gracias— se marchó directamente a su habitación, dónde se pujó en pijama azul marino y se metió a la cama. Tenía extrañas emociones dentro de él... se sentía muy mal por haber engañado a Ana, y es que realmente la amaba, Ana era la mujer con la que llevaba más de la mitad de años vividos, su esposa, la madre de sus hijos, esa mujer que hace muchos años lo conquistó con su dulce sonrisa. Pero por otro lado, no se sentía arrepentido de haber estado con Melina... ella era una mujer muy linda, era jóven, risueña, alegre, le recordaba todo lo que había perdido.
Samuel, se aseguró de que todos los feligreses se hubiesen marchado, dejando algunas actividades a cargo del diácono, se marchó a su oficina, sus pisadas resonaban en el piso del pasillo, mientras su respiración se agitaba. Al llegar, se desprendió de toda la indumentaria eclesiastica correspondiente para oficiar la misa, quedando con su típico pantalón de vestir negro, camisa del mismo color, su alzacuello blanco y el crucifijo que reposaba contra su pecho. Suspirando agitadamente, se dejó caer en la silla frente al escritorio, cerró los ojos y paso sus manos con desesperación por el rostro. —¡Dios mío!, ¿Es que acoso esa mujer quiere volverme loco?— con los ojos cerrados, no podía dejar de pensar en ella, en el momento en que abrió lentamente su boca, sin apartar los ojos de él, son cortar esa conexión que parecía íntima. ¿Por qué ella lograba descolocar lo de aquella manera?, ¿Es eso lo que sentía un hombre cuando le atraía una mujer?—¿En qué estás pensando Samuel?— se desprendió
—¿Te preocupa algo, hijo mío?— la voz de Ana, se escuchó con fuerza, logrando sobresaltar a ambos hombres con los cuales compartía la mesa. Padre e hijo, levantaron la vista hacia ella— y al parecer también hay algo que le preocupa a tu padre—miró a Anibal, quién batalló con todas sus fuerzas para no desviar la mirada de los ojos de su esposa— Ninguno ha probado bocado y seguramente sus comidas están frías de tanto ser revueltas en esos platos. ¿Me dirán qué sucede?Anibal y Samuel, se miraron a los ojos, y luego nuevamente a Ana. —Yo... solo estoy preocupado por algunos asuntos de la iglesia. Ya sabes madre, los feligreses siempre tienen problemas. —Lo sé, hijo, pero preocuparte no dará soluciones. ¿Se trata de la joven del departamento?— la respiración de Samuel se detuvo unos segundos al escuchar que su madre nombraba a Ámbar, sintió un extraño escalofrío recorre el la espina dorsal. Ámbar, Ámbar Hobbs... iba a volverlo loco. —No, no, ella está muy bien, está muy agradecida por
—¿Qué crees que haces, mujer?, no puedes estar en el confesionario, debes salir ahora mismo.— le dijo nervioso. —Lo haría, si tuviese la certeza de que no huirás de mí, pero estoy segura de que terminarás corriendo como la última vez, y... realmente necesito que hablemos, Samuel. —Padre Samuel—le corrigió, mirándola directo a los ojos. —Padre Samuel—admitió ella.— ¿Por qué huíste de mi?—¿Por qué tendría que haberme quedado a escucharte?, parecidas haber perdido el juicio. —Quizás porque me estaba confesando, dejó mi confesión a medias. — ¿Y que querías?, parecidas haber enloquecido. De hecho, ahora también pareces haberlo hecho. Debes salir ahora, alguien puede verte, estás buscándome un problema innecesario, si te ven dentro del concesionario, estaré en graves problemas. —Me marcho, si me promete que hoy mismo irá a mi casa para que hablemos. —Por supuesto que no— se negó— dado lo que has confesado, lo mejor es que mantengas una sana distancia de mi. Ámbar, hija mía, estás co
Ámbar contuvo una risita al observar el rostro del sacerdote, se sentía como una niña que acababa de ser pillada en una travesura, allí sentada sobre el regazo del hombre, aún con el sabor de su boca en los labios, y la excitación latente en su bajo vientre. —Ave María purísima...— nuevamente se escuchó, entonces Ámbar con cuidado de no hacer ruido se puso de pie y con un dedo sobre sus labios, le indicó a Samuel que guardara silencio. —¿Padre?...— Ámbar, se agachó, colocándose de rodillas frente a él, en un ambiente extremadamente reducido, debía agacharse para evitar ser vista, pero la verdad era que el espacio era diminuto, a penas y cabía, no lo pudo evitar, sonrió con picardía al imaginarse que podría estar en aquella posición... con finalidad diferente. —¿Padre, está usted bien?—Si, si hija... Sin pecado concebida — abrió la ventanilla para llevar a cabo la confesión, sintiendo que todo él temblaba... había pecado, él era quien necesitaba una confesión, había cedido a sus enca
—Te di mi palabra de que vendría, ¿Puedo... pasar?—Por supuesto —Ambar se hizo a un lado, para que el sacerdote entrara, cerró la puerta tras él, intentando controlar sus deseos de arrojarse y besarlo de nuevo, sintió como sus lábios hormigueaban, recordándole el deseo que él despertaba en ella. — aunque hayas dado tu palabra, lo dudé, realmente lo hice, y sé que quizás estuvo mal presionarte para obtener ese juramento, pero me alegra que estés aquí. Preparé algo delicioso, según yo —sonrió— Me gustaría que comieramos juntos. —Lo siento, pero eso no es posible. Cenaré en casa de mis padres. —Oh...bien...entonces tomemos asiento, por favor —Samuel asintió, nervioso, intentando batallar con la ansiedad que aquella situación le producía. Se sentaron en el mueble, uno junto al otro. —¿Quieres tomar algo?—No, estoy bien. Yo... Ámbar, quiero que entiendas que lo de hoy no puede repetirse. —la miró directamente a los ojos, como hipnotizado por su mirada.—¿Te refieres a que te acorrale e