Capítulo5
—¿Estás seguro? ¿Han ido ya al hospital para hacerle un chequeo?

La anciana en realidad no se daba por vencida.

Marina salió del baño, solo ella sabía cuán nerviosa e inquieta se sentía en ese preciso momento.

—Marina, ¿estás embarazada? —le preguntó la señora con alguna esperanza mientras observaba detenidamente su vientre.

Marina sonrió con debilidad y negó con la cabeza.

—Abuela, ya fui al hospital. Solo es un problema estomacal.

La señora pareció estar un poco decepcionada, pero entendió que no podía forzarla.

—Debes cuidar muy bien de tu salud, presta más atención a tus hábitos alimenticios.

Marina lo afirmó con cariño. Mientras le daba de comer fruta a la señora, Camilo salió en ese momento a atender una llamada telefónica.

Después de consolar a la anciana y charlar con ella por un rato, Marina salió del cuarto con la taza vacío en la mano. Al pasar por la sala de descanso, escuchó la voz burlona de Macarena.

—Camilo, acabo de escuchar a la abuela pedir un bisnieto —le dijo Macarena con un evidente disgusto.

—La abuela ya está senil. ¿Cómo podría esa mujer ser digna?

Camilo le lanzó a Macarena una mirada de advertencia. No le importaba que hablara de Marina, pero no permitiría la falta de respeto directamente hacia la abuela.

Macarena se encogió de hombros.

—Lo siento mucho, Camilo, solo me siento mal por ti.

—Ella no estará embarazada —respondió Camilo con calma.

—Sabía muy bien que mi hermano era sensato —Macarena, satisfecha con la respuesta, se marchó muy contenta. Al abrir la puerta, se encontró casualmente con Marina parada en la entrada y la miró con desprecio.

—Una mujer comprada por dinero no es digna de tener hijos de la familia Jurado. Marina, compórtate, ¿entiendes?

A esta cuñada le encantaba burlarse de ella, llamándola la novia de millones.

Marina bajó al instante la voz y respondió suavemente:

—Macarena, tu hermano sufre esterilidad, por supuesto que no habrá niños, ¿entiendes?

—¡Tú!

Macarena miró de reojo a Marina con rabia.

—Eres una mujer bastante repugnante, no hables tonterías.

Marina sonrió:

—No estoy diciendo tonterías, es experiencia personal.

El rostro de Macarena se puso aún más sombrío.

—Mujer descarada, no mereces ser en realidad mi cuñada. Ni siquiera eres digna de compararte con Yadira.

—Sí, no soy tan buena como Yadira, pero ahora soy la señora Jurado —respondió Marina con una sonrisa maliciosa.

—¡Tú!

Macarena levantó enfurecida la mano y se preparó para abofetear a Marina en su rostro seductor. Justamente ese rostro que, según ella, atraía a los hombres como buitres.

Marina, con reflejos muy rápidos, levantó la taza vacía que tenía en la mano, bloqueando la bofetada.

La delicada palma de Macarena golpeó la taza, y gritó de dolor.

La puerta de la sala de descanso se abrió al instante y Camilo apareció en la entrada.

—Camilo, ella me golpeó con la taza, ¡mira cómo se me ha puesto la mano roja!

Macarena, con los ojos enrojecidos, se apresuró a acusar con sagacidad a Marina.

—Ella misma se golpeó con la taza —dijo Marina con calma.

Camilo lanzó una mirada indiferente a Marina.

—Marina, recuerda tu posición.

—¿Qué posición? —le preguntó Marina, con igual serenidad.

—Macarena lleva el apellido Jurado.

Apenas terminó de hablar, Marina levantó instintivamente la mano y se dio una fuerte bofetada en la mejilla derecha. El sonido resonó con toda fuerza. Su mejilla se enrojeció al instante, mostrando que no se contuvo en absoluto.

Camilo se quedó asombrado por un breve momento. No esperaba que ella se golpeara a sí misma.

Macarena miró a Marina con una expresión de satisfacción.

—Qué patético. Camilo en serio, me voy.

Salió con arrogancia, haciendo clic con sus tacones altos.

Marina, sin mostrar ninguna emoción, tomó la taza vacía y se preparó para lavarlo.

—Espera —la detuvo.

Él la observaba con sus ojos muy afilados, examinándola detenidamente.

Marina, sintiéndose un poco nerviosa por esto, retrocedió un paso.

Camilo sacó en ese momento su teléfono he hizo una llamada.

Al escuchar la conversación, Marina rápidamente se dio cuenta de que la situación se complicaba un poco.

Después de colgar, Camilo le dijo:

—Secretaria Díaz, vamos ahora a la clínica de ginecología para un chequeo, ¿te parece bien?

El cerebro de Marina quedó en ese instante en blanco de inmediato. Podría acusarla de ocultar un embarazo para asegurar su lugar como señora Jurado.

Inicialmente, ella había planeado abortarlo en completo secreto. Pero ahora, ¿qué debería hacer? Solo sentía que el cuero cabelludo le hormigueaba.

Camilo se dirigió directo al ascensor, y al ver que Marina no se movía, la llamó:

—¿Secretaria Díaz?

Marina, usando la excusa de una cierta molestia estomacal, corrió al baño para ganar tiempo y pensar en cómo resolver con rapidez la situación.

Finalmente, como último recurso, envió un mensaje de texto.

[Señorita Xerez, Camilo me está acompañando en este momento a la clínica de ginecología para un chequeo. Estamos preparando un tratamiento de fertilización in vitro.]

Después de enviar el breve mensaje, Marina guardó su teléfono con una expresión impasible. No creía que Yadira pudiera permanecer indiferente. Se quedó en el baño, demorándose intencionalmente quince minutos.

Durante ese tiempo, Camilo la llamó para apurarla.

Con voz débil y agarrándose con firmeza el estómago, Marina le dijo:

—He tenido problemas estomacales estos días, todo lo que como me hace... ya sabes.

Camilo frunció el ceño y sus ojos se entrecerraron al instante.

—Marina, más te vale no estar jugando con trucos sucios.

Marina, calculando que ya había pasado suficiente tiempo, se lavó las manos rápidamente y salió del baño, tomando el ascensor hacia la clínica de ginecología. Camilo ya la estaba esperando muy ansioso afuera.

—Vamos adentro.

Yadira no había llegado. Marina, muy nerviosa pero resignada, trató de calmarse un poco. Si la descubría, pues que así fuera.

Justo cuando abrieron la puerta del consultorio, el celular de Camilo sonó en ese momento.

—Yadira, habla despacio, ¿qué ha sucedido?... Bien, voy enseguida.

Mientras hablaba por teléfono, sus profundos ojos se posaron directamente en Camilo, deteniéndose un momento con su mejilla enrojecida antes de irse sin dudarlo.

Marina interpretó su mirada como una leve advertencia. Salió apresurado del hospital y, al revisar las noticias de entretenimiento, descubrió que Yadira había sido atacada por un fanático obsesionado, resultando en una fractura de mano.

No era de extrañar que Camilo se hubiera apresurado a ir tras de ella.

Más tarde, Marina volvió a encontrarse con el hombre al que había chocado la noche anterior en el ascensor del hotel. Tenía otra precisamente taza de café en la mano.

Notó que él fijaba su mirada en su mejilla enrojecida, sin intención alguna de apartar la vista de ella. Se sintió un poco incómoda, pero no evitó la mirada y, con una expresión muy seria, le dijo:

—Sé que soy muy guapa.

Diego sonrió con ligereza, y bebió un sorbo de su café. Su nuez de Adán se movió sensualmente.

—Tú me resultas ser muy familiar.

Marina observó con atención los números ascendentes en el ascensor.

—… Hoy en día, ese tipo de piropos están pasados de moda.

—Yo nunca necesito ligar —respondió Diego con una sonrisa muy enigmática.

—Solo digo absolutamente la verdad.

Su voz era muy relajada y perezosa. Marina, intrigada, miró al hombre a su izquierda a través de la superficie reflectante del ascensor. No tenía ningún recuerdo de él. No lo conocía muy bien.

De repente, el hombre se acercó a ella con una presencia bastante imponente. Marina, asustada, retrocedió unos pasos. —¿Qué quieres? —le preguntó con rigidez, mirando sus profundos ojos.

Él la miró a los ojos, se quitó la mascarilla y reveló unos rasgos faciales muy hermosos y muy bien definidos. Marina contuvo por un momento la respiración; estaban demasiado cerca y podía percibir con claridad un leve aroma a pino en él.

—¿De verdad no me reconoces?

—No, no te reconozco.

Diego se enderezó un poco, mirándola de reojo.

El ascensor se detuvo en el décimo piso, y él se hizo hacia un lado para dejarla pasar. Marina salió con rapidez, aún con la duda en su mente. Realmente no conocía a ese hombre, pero parecía que él sí la conocía muy bien a ella.

Marina acababa de salir en ese momento de la ducha cuando escuchó el timbre de la puerta. Era el personal del hotel.

—Un caballero del piso doce nos pidió que le entregáramos esta pomada, señorita Díaz.

—Gracias.

Marina tomó de inmediato la pomada, sintiéndose con su cabeza llena de preguntas. No usó la pomada, ya que no confiaba.

Esa noche, Marina tuvo un extraño sueño. Soñó con aquella noche de hacía dos meses.

En la suite del hotel, parecía que el aire acondicionado no estaba encendido, ya que ella sentía muchísimo calor. Su cuerpo estaba empapado por completo en sudor. El hombre la sujetaba con firmeza por la cintura, cambiando de posición varias veces. Se movía con fuerza dentro de ella.

Marina estaba realmente tan agotada que no tenía fuerzas, y su mente, nublada por el alcohol, se sentía aún más confusa. Cuando despertó, asombrada se frotó la frente. El sueño de esa noche había sido algo tan aterrador. Al principio, era el rostro de Camilo, pero por alguna razón, de repente cambió al instante al del hombre del ascensor.
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