Capítulo10
Esta tarde, en el pequeño pueblo, la lluvia fina caía sin cesar.

Marina estaba de pie afuera del hospital, esperando con ansiedad el arribo de un coche. Con una mano sostenía una maleta y con la otra un paraguas. Su figura parecía en gran manera solitaria. Había prometido a Camilo regresar para el divorcio; en ese momento no tenía tiempo para un aborto programado.

Un coche se detuvo frente a ella. Un brazo tatuado con una mamba negra descansaba en el borde de la ventana, con dos dedos sosteniendo tranquilamente un cigarro. El hombre dentro del coche era de rostro apuesto, con rasgos profundos y bien definidos.

—Sube, ¿a dónde vas? Te llevo.

Apagó el cigarrillo entre sus dedos y miró directamente a la mujer bajo el paraguas.

Mientras Marina aún dudaba si esperar al taxi, Diego abrió de inmediato la puerta y, con sus largas piernas, bajó en ese momento para colocar su equipaje en el maletero trasero. Sin más vacilaciones, Marina abrió la puerta y se sentó.

—Al aeropuerto.

Diego arranc
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