Capítulo3
Él estaba allí de pie con su exnovia, esa mujer que lo tomaba del brazo, simplemente la miraba con indiferencia mientras otro hombre la acosaba.

Alguien una vez dijo que, si un hombre realmente te ama, sentirá celos por ti.

A través de la cálida luz amarilla, el corazón de Marina se le rompía en mil pedazos.

Tomás pensó que Marina estaba tratando simplemente de engañarlo y se burló de manera maliciosa.

—El señor Jurado está con una dama. No intentes engañarme, secretaria Díaz. ¿Por qué no vamos mejor a otro lugar a charlar?

Marina miró rápidamente a Camilo y le preguntó suavemente:

—Señor Jurado, el señor Zamora quiere saber si ya te has cansado de mí.

Ella lo miró fijamente, esperando su rápida respuesta. Camilo, sin detenerse, pasó a su lado con Yadira de la mano. En ese instante, Marina comprendió que la respuesta en realidad ya no importaba.

Yadira se volteó, sonriendo radiante, y explicó:

—Señor Zamora, Camilo y la secretaria Díaz solo tienen una relación de trabajo. No digas tonterías, o me pondré muy enojada.

Tomás sonrió con malicia:

—Está bien, no diré nada.

Mientras muy tranquilos Camilo y Yadira se alejaban, Tomás de repente empujó a Marina contra un coche y le besó la mejilla.

—¡Tomás, si sigues así llamaré a la policía!

Marina, muy disgustada, lo empujó con fuerza.

Lamentablemente, su fuerza no era suficiente contra la de un hombre.

Tomás la sujetó con fuerza por la cintura, sonriendo:

—Secretaria Díaz, puedes gritar todo lo que quieras. No tengo miedo en lo absoluto, además, llamar a la policía no servirá de nada. Solo te he tocado y besado, no te he hecho nada más.

Marina, enfurecida totalmente, lo consideró un descaro.

Cuando Tomás intentó besarla de nuevo. Ella levantó la rodilla con todas sus fuerzas.

—¡Ah!

Tomás se dobló, agarrándose la entrepierna.

Más tarde, en la tranquila madrugada, Marina salió de la comisaría con una expresión bastante seria, acompañada por Quiles Saldívar.

Quiles, al igual que ella, era secretario de Camilo.

—Secretario Saldívar, llévame por favor al hotel Aurora. Gracias.

Quiles la miró de reojo y luego giró la cabeza.

—Fue el presidente quien me pidió que viniera a buscarte.

Marina muy asombrada torció un poco la boca, respondiendo con frialdad: —Hmm.

¿Dónde estaba él cuando Tomás la acosaba? Ahora no sentía ningún tipo de gratitud.

Quiles, titubeando, al final explicó:

—Secretaria Díaz... el presidente en realidad quería venir a buscarte personalmente.

Marina arqueó una ceja con total indiferencia:

—Eh, ¿entonces dónde está? ¿Por qué no vino?

Quiles cerró la boca, en ese momento muy incómodo, sin saber qué más decir.

Marina bajó la mirada y revisó muy atenta su teléfono, viendo otra vez cómo Macarena le reenviaba incansablemente las publicaciones en el Instagram de Yadira. Finalmente, comprendió por qué Camilo no había ido a buscarla a la comisaría: estaba acompañando a su exnovia al hospital.

Ella soltó una risita. Le envió un mensaje a Macarena, pidiéndole que concertara una cita con Yadira para el día siguiente.

Cuando el coche llegó al hotel, Marina le dijo a Quiles que no era necesario que la acompañara adentro. Estaba bastante agotada mientras bajaba del coche y entraba al hotel.

A esa hora, la sala del hotel estaba en completo silencio. Mientras esperaba el ascensor, vio a un hombre alto y esbelto hablando muy distraído por teléfono.

Cuando se abrieron las puertas del ascensor, el hombre dio un paso hacia adelante y entró primero. Marina lo siguió muy atenta, pero justo al entrar, su tacón resbaló y, por reflejo, se aferró con fuerza al hombre frente a ella.

Él la sostuvo con una mano.—…Perdón, lo siento mucho.

Con el corazón aún acelerado, Marina se disculpó varias veces después de recuperar el equilibrio.

El hombre llevaba casualmente una máscara, y Marina solo pudo ver sus ojos intensamente oscuros.

¿Sería el mismo hombre que encontró en el taxi?

El teléfono que él sostenía en la mano derecha cayó en ese momento al suelo, y el café en su mano izquierda se derramó sobre su camisa blanca. Para mayor incomodidad de Marina, su protector de pecho izquierdo se había movido. Cubriéndose el pecho con una mano, sintió que sus oídos le ardían.

Esta noche realmente estaba resultando ser bastante desastrosa.

—Señor, ¿se ha quemado?

Le preocupaba que el café que llevaba fuera caliente.

El hombre la miró fijamente, frunciendo ligeramente el ceño. Se agachó para recoger su teléfono del suelo y, de manera muy despreocupada, le dijo a la persona al otro lado de la línea que lo dejarían así por ahora y colgó de inmediato.

Con sinceridad, Marina le dijo:

—Lo siento, de verdad lo siento mucho. Le compensaré.

Diego la miró fijamente de nuevo. Ella llevaba un elegante vestido que resaltaba su cintura delgada y caderas muy voluptuosas. Sin decir mucho, respondió simplemente:

—No es necesario.

La voz del hombre era muy profunda. Se giró para presionar el botón del ascensor y dio un par de pasos hacia atrás, manteniendo la distancia.

Marina, fingiendo estar tranquila, también presionó con fuerza el botón del ascensor.

Ella vivía en el décimo piso, mientras que él en el duodécimo.

Diego bajó instintivamente la mirada, pensativo. Anoche, cuando vio a esta mujer en el coche, le pareció algo familiar. Se parecía un poco a la mujer que, hacía un par de meses, se metió en su cama y lo había acosado sin cesar.

—En cuanto a la compensación, hablemos de eso.

Al escuchar esto, Marina detuvo su paso al instante al salir del ascensor.

En el pasillo del duodécimo piso, el hombre ya se había desabrochado la camisa manchada de café, revelando así sus abdominales bien definidos. Fruncía el ceño, claramente incómodo. Si no fuera porque Marina estaba allí, probablemente se habría quitado la camisa por completo.

Marina, evitando mirar el pecho parcialmente expuesto del musculoso hombre, alzó la vista en ese momento para mirarlo a los ojos.

—Señor, ¿cuánto necesita para la compensación? Le haré de inmediato una transferencia.

—No es necesario.

Diego la había detenido a Marina solo para confirmar esa sensación de absoluta familiaridad.

Marina, algo confundida, observó fijamente cómo el hombre entraba en su habitación y luego se marchó del duodécimo piso.

En el café Nanka, sonaba una música relajante de fondo.

Frente a Marina, estaba sentada muy tranquila Yadira. Siendo una gran estrella, ella llevaba un sombrero muy hermoso y una mascarilla, cubriendo su rostro. Sonrió:

—Secretaria Díaz, ¿me buscabas por?

Marina lo afirmó, con una sonrisa apenas perceptible.

—Sí, hay algo que quiero contarte.

Esta vez, adoptó una postura muy digna, con la mirada de una esposa legítima dirigiéndose a la amante de su esposo. Marina lo tenía muy en claro: si quería que Camilo propusiera el divorcio, una manera de lograrlo era provocando a Yadira.

—Señorita Xerez, no quiero que interrumpas mi vida con Camilo. Ya que en su momento decidiste dejarlo, no deberías volver de nuevo a buscarlo ahora.

En el círculo social, todos sabían muy bien que Camilo había tenido una novia a la que amaba con profundidad. Pero su abuela no aprobaba a Yadira, lo que le impedía casrase con Camilo. En aquel entonces, Yadira tampoco quería renunciar a su carrera musical, por lo que decidió mejor romper con Camilo y se fue directamente al extranjero para seguir sus estudios de música.

—Señorita Xerez, ya que renunciaste a tu relación con Camilo, por favor, sigue adelante, ¿de acuerdo?

Marina continuó hablándole con total dulzura.

Yadira abrió los ojos con gran incredulidad.

—¿Tú y Camilo... ustedes...?

Marina respondió:

—Camilo y yo llevamos dos años casados.

Cuando ella terminó de hablar, Yadira se quedó paralizada por la gran sorpresa, sus ojos se llenaron de lágrimas al instante.

—¿Te casaste con Camilo?

Marina, sintiéndose como la villana de la novela que separa a los amantes, respondió con frialdad:

—Sí, nos hemos casado.

En ese momento, Camilo, que estaba sentado en la mesa contigua, escuchó con claridad a Marina hablando sobre su matrimonio. Su rostro se oscureció al instante, sus labios se apretaron con fuerza.

El diseño de esta cafetería era excelente. Cada mesa estaba separada por paneles, creando compartimentos privados.

Cuando se casaron, acordaron no divulgar su matrimonio en público. Marina había cruzado definitivamente la línea. A pesar de ser solo un matrimonio de conveniencia.

Yadira frunció el ceño, aún muy incrédula.

—Secretaria Díaz, me estás mintiendo, ¿verdad?

Marina respondió con calma:

—No te estoy mintiendo, te mostraré nuestro certificado de matrimonio.

Estaba preparada para todo y sacó el certificado de matrimonio de su bolso, y lo abrió muy tranquila frente a Yadira.

Yadira se quitó la máscara, revelando su hermoso rostro. Ella tenía una apariencia muy pura y bonita. Mientras que Marina tenía una belleza más deslumbrante y sensual.

—Secretaria Díaz, anoche estuvimos juntos y Camilo no me dijo que se había casado contigo. Puedo sentir que todavía me ama —le dijo Yadira con una expresión bastante sombría.

Marina mantuvo su amplia sonrisa, desinteresada.

—Los hombres son todos iguales en la cama. Cuando estaba conmigo, también decía que me amaba.

Desde la mesa de al lado, Camilo escuchó esto, sintiendo una oleada de frialdad total y conteniendo su desagrado. Tenía ganas en ese momento de asesinar a Marina. ¡Cómo se atrevía a decir cualquier cosa!

Yadira, al escuchar esto, se cubrió la boca asombrada con una mano, con las lágrimas rodando por sus mejillas.

Marina, aún insatisfecha con su provocación, continuó, decidida a que Camilo fuera quien pidiera el divorcio.

—Señorita Xerez, si quieres ser la amante, no te detendré.

—¡Basta!

Una voz masculina y afilada interrumpió de repente.

Marina se giró de inmediato y se encontró con Camilo, cuya presencia emanaba una frialdad total. Estaba luchando por contener su ira.

Marina se quedó petrificada, sin palabras.
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