CAPÍTULO 1.
No hay mal, que dure cien años… Y, Stella Sullivan estaba convencida de ello.
Desde pequeña le tenía miedo de las tormentas y fuera de la ventana de la mansión Montgomery se estaba desarrollando una.
Ella estaba aterrorizada, se mordía el labio con fuerza, su cuerpo se mantenía inmóvil y no se atrevía a hacer ningún movimiento. En ese instante, la puerta del dormitorio se abrió y el sonido de zapatos de cuero rozando el piso de madera sacudió los tímpanos de Stella. Su corazón latía a toda velocidad e incluso su respiración se contuvo al extremo, un millón de escenas horribles flotaban en su mente.
Ella era la única en esta enorme casa, su esposo así lo había decidido. Los sirvientes venían por la mañana y se marchaban al caer la noche. Solo el ama de llaves se quedaba y vivían en la casa de atrás.
Debajo de la sabana, ella se resguardaba, mientras su cuerpo seguía temblando sin control.
―No…
Susurro llena de miedo, pero la sábana fue apartada sin piedad. El musculoso cuerpo y atractivo rostro de Cristian aparecieron frente a ella.
―¿Tú? ―ella miró con sorpresa al hombre que no había visto hace alrededor de unos días y su corazón finalmente comenzó a calmarse.
―¿Quién más podría ser? ―Cristian tiró la sábana y camino hacia el otro lado de la cama, comenzó a desabotonarse la camisa. Sus manos firmes desabrocharon los botones uno por uno, dejando al descubierto la sexi nuez de Adán y los tensos músculos en su abdomen.
La cara de Stella no pudo evitar sonrojarse y giró la cabeza hacia un lado para ocultarlo.
―¿Qué? ¿Tímida a estas alturas? ―él miró a la mujer que solo vestía un camisón de seda. Debido al nerviosismo anterior, los tirantes cayeron y la cúspide de sus senos quedó expuesta, al igual que sus piernas.
Cristian tragó saliva, y una evidente erección se formó en su entrepierna.
Los dos han estado casados por tres años y si bien no era un matrimonio por amor, tenían un buen entendimiento en la cama. Stella sabía lo que estaba pensando su marido, lo supo en cuanto vio el deseo en sus ojos.
―Ve a tomar una ducha. ― dijo y se levantó de la cama para buscar su pijama en el armario.
Al escuchar el sonido del agua, su cuerpo no podía evitar estremecerse ante lo que sabía iba a pasar en un rato.
Desde hace tres años, ella interpreta el papel de la Sra. Montgomery, contrario a lo que imagino sería su matrimonio, nada más se convirtió en el objeto de desahogo de Cristian. Siempre que él lo deseara, ella tendría que estar dispuesta, sin derecho a negarse. Cada vez que la tomaba era como una bestia hambrienta, que la poseía hasta que ella perdía todas sus fuerzas. Se podría decir que nunca le ha hecho el amor, todo siempre fue para su propio placer.
La puerta del baño se abrió en ese momento, Cristian salió con una toalla alrededor de su cintura y gotas de agua cayendo de su cabello. Antes de que Stella pudiera reaccionar, la toalla ya había caído sobre la alfombra, no hubo juegos previos, él la llevó a la cama y la tomó.
Stella dejó escapar un gemido.
El aliento cálido de él, le rozó el lóbulo de la oreja, y luego sus labios recorrieron su cuello delgado, mordiendo y chupando, marcando toda su piel a su paso.
Cristian estaba duro y caliente, se podría decir qué desenfrenado, no amaba a esta mujer, pero disfrutaba estar dentro de ella, disfrutaba poseerla. Después de tres años de matrimonio, él conoce bien sus puntos sensibles y cada caricia es el lugar indicado.
En poco tiempo, Stella había caído por completo, involuntariamente comenzó a cooperar, recibiendo sus envites y levantando su cintura para acompañarlo. El sonido de la piel chocando una contra otra resonó en toda la habitación.
―Nena, me gusta cuando llamas mi nombre ―la voz de Cristian era baja y sexi, sin dejar de moverse susurro en su oído. Haciéndola que perdiera la última pizca de razón.
Los labios que originalmente estaban cerrados finalmente dejaron escapar un gemido sensual, acompañados de pequeños jadeos que hacían que Cristian no quisiera detenerse nunca.
Esa noche, el campo de batalla se trasladó desde la cama hasta el sofá, luego el balcón y el baño. Cristian era como un animal insaciable, que llevaba a Stella a la cima una y otra vez, no fue hasta que agotó todas sus fuerzas, que la vio quedarse dormida en sus brazos.
Después de que Cristian respiro de manera uniforme y constante, Stella abrió los ojos, se quitó la gran mano que rodeaba su cintura y luego se sentó en el balcón y miro el cielo nocturno con tristeza.
Durante tres años, Cristian solo la ha considerado su esposa cuando estaban en la cama, pero, ahora, ella había llegado a un punto de no retorno.
El recuerdo de Cristian con esa mujer seguia repitiendose en su mente y lo que mas le molestaba era la manera en como la protegia. Ahora que lo piensa le resultaba ironico, ella es quien lo habia descubierto traicionadola, pero el se habia mostrado como si no estuviera haciendo nada malo.
Las lagrimas no tardaron en caer de sus ojos.
«Es que al menos no merezco un poco de respeto, ¿no sabe el que ella esta en la misma ciudad? ¿Cuanto mas va a humillarme?»
No quería seguir con este matrimonio, no ahora que había descubierto su traición.
Se dio la vuelta lentamente y vio su hermoso rostro dormido. Le parecía otra persona, algunas veces, quería que no despertara nunca, porque una vez que despertara, esos hermosos ojos azules la mirarían sin rastro de calidez.
«Cristian, ¿me odias tanto? ¿Es a ella quien prefieres que este a tu lado? ¿Si te abandono, la convertirias en tu esposa?»
Esta era una rutina nocturna muy familiar y para su vergüenza, su acoplamiento de esta noche termino de la misma manera que las otras. Con un clímax, pero sin la sensación de conexión que anhelaba, sin duda esto era todo lo que Cristian le daría.
La lámpara estaba encendida, la bombilla emitía un cálido resplandor y resaltaba el pecho y abdomen esculpidos de su marido. Ignorando la forma en que la afectaba, recogió su camisón y lo dejó caer sobre su cabeza.
―No hay necesidad de usar eso ―la voz de su marido la sorprendió mientras subía al colchón. Era tranquila pero implacable.
Ignorándolo se acostó y se tapó con la sábana, de espaldas a él, escuchando el repentino silencio que se extendió por una eternidad. Ella mantuvo la distancia como siempre, ahora que su ritual nocturno había terminado.
―Si tienes algo que decir, habla. ― la voz de Cristian era tensa, se podría decir que incluso sonaba molesta.
Supuso que la oscuridad le daría valor, había asimilado dolorosamente la lección esencial cuando se trataba de Cristian. Él, tenía el poder de lastimarla, mientras que ella prácticamente no tenía nada para tomar represalias. Excepto, finalmente, darse por vencida.
―Quiero el divorcio. ―Stella se dijo en sus adentros con decisión, habían sido tres años de humillación y dolor. Ya no anhelaba al hombre que alguna vez amo con toda la intensidad de una jovencita deslumbrada por un hombre apuesto y viril. Habían sido muchos días de tristezas, rabia y agonía, casada con un hombre que no la amaba. Él sólo podría amar a una mujer y por supuesto jamás sería ella.
Stella no esperaba su respuesta, sabía que ahora no se la daría. En la bondad del sueño, sus dedos se relajaron de su tenso agarre y por primera vez no lloró en silencio como cada noche.
―Quiero el divorcio. ——Sorprendentemente, Stella pronunció las palabras en su sueño.
Con los dedos entrelazados detrás de su cabeza, Cristian repitió sus palabras en su cabeza.
«Divorcio?»
Echó un vistazo a su esposa dormida.
«Stella quería divorciarse»
Esto lo había inquietado lo suficiente como para no dormir el resto de la noche.
«¿Es posible que esté haciéndolo para llamar su atención?» Reflexiono aguijoneando sus sentidos. Stella parecía frágil, despojada y él conocía muy bien los sentimientos que albergaba por él, de alguna manera su solicitud le dio un golpe a su ego y orgullo.
Empujo de su mente esos pensamientos y se esforzó por decirse que se trataba de alguna rabieta o quizás estaba en sus días. Pero el recuerdo de la firmeza en su voz lo hizo detenerse.
«¿De verdad quiere divorciarse?»
Esta posibilidad hizo que su estómago se contrajera. Realmente no le gustaba hacia dónde se dirigía esto. Se sentía como si hubiera una alteración de su vida y su futuro. Stella podría haberlo ignorado e incluso llorar, pero nunca pensó que le solicitaría el divorcio.
Una sonrisa se formó en sus labios. Stella Sullivan, ahora Montgomery, era su esposa. Y cualesquiera que fueran sus pensamientos no harían ninguna diferencia. Ella no tenía las agallas para abandonarlo.
Volviéndose de costado, miro hacia su esposa, quien se acurrucó tan lejos de él, como lo permitía su gran cama. Le picaban las palmas de las manos por tirar de ella hacia él y quitar ese ridículo trozo de tela de su cuerpo. Admitía fácilmente que la deseaba físicamente, pero era solo eso. Ella había estado de acuerdo con este matrimonio absurdo y solo por eso no la considero merecedora de su amor.