Capítulo 4
Cuando volvió a mirarme, sus ojos solo reflejaban desesperación y remordimiento.

—¿Cómo… cómo pudo pasar esto? Cailin, lo siento, pensé que solo estabas celosa y fingías. Creí que habías hecho una cesárea antes de tiempo… No sabía que el bebé realmente…

Cuanto más lo veía lamentarse, más me repugnaba.

Si hubiera sentido algo, lo que fuera, por mí y nuestro hijo, nunca nos habría dejado abandonados para atender el parto de un perro.

Apresurándome para el entierro, lo ignoré y seguí caminando. Dora me sostuvo, acompañándome al auto.

Otto nos alcanzó, con el rostro enrojecido de vergüenza.

—Dora, lo siento, de verdad, no entendía… yo…

Sin mirarlo, Dora le cerró la puerta en la cara.

—¡Eres un imbécil sin remedio!

-

Llegamos al cementerio en silencio, pero no estábamos solas. Los hermanos Delfin también aparecieron, con Naira siguiéndolos como una sombra.

Al verlos, sentí un nudo en el estómago, pero decidí no decir nada. Hoy se trataba de mi hijo, y lo último que quería era que su despedida fuera un caos.

Naira, sin embargo, caminó hasta la tumba y comenzó a sollozar frente a la lápida.

—Por más errores que hayamos cometido los adultos, el pobre niño no debió sufrir las consecuencias. Fue muy injusto para él. Mi corazón está roto por ti, pequeño. Pero no te preocupes, tu hermano Nori vivirá por ti y recibirá el amor de tu padre en tu lugar.

‘Nori’ era el nombre del cachorro que le había regalado a Oliver.

Sentí que la cabeza me estallaba, y antes de poder controlar el impulso, ¡zas! La abofeteé con fuerza.

—Naira, ya le quitaste la vida a mi hijo. ¿Por qué vienes aquí a ensuciar su despedida? ¿Es que no tienes ni un poco de vergüenza?

Dora, fuera de sí, le agarró el cabello y empezó a arrastrarla hacia afuera.

—¡Lárgate! Aquí no te queremos.

Naira lloraba, gritando de dolor, y buscó la ayuda de los hermanos.

Otto, quien segundos antes parecía afectado, no dudó en correr y apartar a Dora de un tirón.

Oliver, con la cara desfigurada de furia, me empujó con fuerza.

—¿Estás loca?

Todavía débil después del parto y la hemorragia, caí al suelo de inmediato. Oliver, al ver la escena, se sobresaltó e intentó ayudarme, pero Dora lo detuvo, sosteniéndome con firmeza.

Con el rostro enrojecido de rabia, lo encaró.

—¡Dejaste a tu esposa y a tu hijo para recibir los cachorros de un perro! Pensé que no podías caer más bajo, pero aquí estás, empujando a una mujer que apenas sobrevivió. ¿De verdad eres capaz de esto, Oliver?

Oliver balbuceó, nervioso.

—No fue mi intención… Solo estaban siendo crueles con Naira y reaccioné sin pensar. —Miró hacia mí, intentando justificarse—. No fui al hospital, lo sé, cometí un error y acepto que me odies por eso. Pero Naira no tiene la culpa de nada. ¡Es inocente! ¿Por qué siempre tienen que ser tan injustas con ella?

Otto también suspiró, condescendiente.

—Es cierto que me equivoqué, no debí descuidar a tu bebé cuando estaba en el hospital, pero eso no justifica que vengas a desquitarte con Naira. Ella no tiene ninguna culpa.

Naira, cubriéndose la mejilla enrojecida, gimoteó:

—No pasa nada, entiendo que estén molestas. No voy a tomarlo en cuenta.

Al decir esto, fingió un desmayo, y Oliver y Otto la sujetaron al unísono.

—Naira…

—Naira…

Oliver la alzó en sus brazos y, sin más, comenzó a marcharse, dejando atrás el entierro de su propio hijo.

Otto nos lanzó una última mirada de desprecio y una maldición antes de irse con ellos.

Dora, con los ojos llenos de lágrimas y de furia, murmuró:

—¿Cómo pude estar tan ciega como para querer a un idiota así?

Me reí con amargura.

—Y yo también, ¿no?

Sin decir más, ambas volvimos al funeral, queriendo enterrar no solo a mi hijo, sino también los restos de lo que alguna vez fue nuestro amor por esos hombres.

Sin embargo, ellos no estaban dispuestos a dejarlo así. Justo cuando la ceremonia terminó, nos bloquearon la salida del cementerio.

Oliver me agarró del brazo con enojo.

—Perdiste a tu hijo y casi te mueres, sí, pero eso no te da derecho a descargar tu frustración con personas inocentes. ¡Naira no te debe nada! Ahora mismo vienes conmigo a su casa y le pides perdón.

Otto, con una expresión helada, le hizo un ademán a Dora.

—Y tú también.

Dora le dio una bofetada sin dudar.

—¿Qué rayos te pasa?

Mientras tanto, yo saqué un fajo de fotos de mi bolso y lo lancé a la cara de Oliver.

—Abre bien los ojos y mira lo "inocente" que es esa mujer a la que tanto defiendes.
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