Capítulo 3
Con los dientes apretados, Oliver replicó:

—¿Vas a seguir fingiendo? Naira está destrozada y ni siquiera ha dormido, ¡todo porque su perra sufrió en el parto! Y tú, celosa y amargada, solo sabes maldecir. ¿Tienes conciencia?

Ya no me quedaban ganas de defenderme.

—Oliver, quiero divorciarme. Y Dora también. Así que llama a tu hermano y díselo. Si no vienen, haré público todo lo de Naira y sus coqueteos con ustedes dos. Nadie quedará bien parado.

Apenas mencioné la reputación de Naira, Oliver, quien momentos antes no dejaba de atacarme, aceptó sin pensarlo.

El contraste entre amor y desamor era tan evidente que dolía.

Recordé el día que supe que estaba embarazada y la emoción de querer contarle a Oliver. Como no me respondió, llamé a sus amigos y, al final, fui a buscarlo. Lo encontré celebrando el cumpleaños del perro de Naira junto a un grupo de personas.

Ese perro parecía adiestrado. Apenas Naira le dio una señal, salió disparado hacia mí, tumbándome al suelo. Sentí el dolor y la sangre correr.

Pero Oliver me reprendió:

—A Soja no le caes bien. ¿Qué haces aquí? Has arruinado su fiesta de cumpleaños.

Con todo el dolor, murmuré:

—Solo quería decirte que estamos esperando un hijo.

Pensé que estaría feliz, que al menos me ayudaría a levantarme.

Pero Naira comentó, con tono ligero.

—¡Miren el tamaño de la panza de Soja! ¿No será que está preñada?

Oliver, emocionado, la acompañó de inmediato a hacerle una ecografía a la perra.

Fue otra persona la que, viendo la gravedad de mi situación, me llevó al hospital.

Debería haberlo entendido entonces, dejarlo todo en ese momento. Quizás así hubiera podido salvar a mi bebé.

-

A la mañana siguiente, Oliver y Otto regresaron a la Casa Delfin.

Naira fue con ellos.

Dora y yo fuimos directas al grano y les entregamos los papeles de divorcio.

Oliver frunció el ceño al mirarme.

—Cailin, llevamos tantos años juntos, y apenas habíamos logrado tener un hijo. Por el bien de ese niño, te doy una última oportunidad: pídele disculpas a Naira y aquí no ha pasado nada.

Otto, con voz fría, añadió:

—Lo mismo va para ti, Dora.

Los dos respaldando a Naira, y Dora y yo estábamos agotadas, deshechas.

Naira, fingiendo dulzura, nos sonrió y parpadeó con inocencia.

—Sí, chicas, yo no soy como ustedes. Soy una persona muy comprensiva. Con un simple "lo siento" bastará.

La miré con desprecio.

—Claro, no somos como tú. Nos falta tu desfachatez.

Dora añadió:

—Nos sobra dignidad. ¡Mira, vamos a divorciarnos, y si quieres quedarte con los dos, por mí perfecto!

Oliver perdió la paciencia y empezó a insultarme, diciéndome que no tenía remedio.

Otto solo esbozó una sonrisa desdeñosa.

Fuimos todos al registro civil y entregamos las solicitudes de divorcio. A pesar de sus vacilaciones, logramos que firmaran bajo nuestra insistencia.

Al salir, una amiga mía nos esperaba vestida de negro.

—Vámonos, Cailin, Dora. Tenemos que enterrar al niño. No lo hagamos esperar más.

Asentí y comencé a caminar.

Oliver corrió hacia mí y me agarró del brazo, su voz temblaba. —¿El niño… está muerto?—

—Tu "hijo" el perro sigue vivo. El que murió fue mi hijo. Así que no tienes por qué sentir nada. —Le solté el brazo con asco.

Otto también parecía aturdido.

Oliver llamó a uno de sus colegas, buscando una confirmación desesperada.

Su amigo, incrédulo, respondió:

—¿No lo sabías? Hace tres días, tu esposa tuvo una embolia de líquido amniótico y una hemorragia masiva. La doctora Dora hizo un trabajo increíble para salvarla, pero sin el medicamento especial… al final el bebé no resistió.

El teléfono de Oliver cayó al suelo, rompiéndose en pedazos, mientras el horror se extendía por su rostro.
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