—Fue sin querer, por favor déjeme pasar.Guillermo se rio.—¿Qué importa haberlo visto? ¿Por qué no te vienes conmigo? No le diré nada al presidente.La secretaria, acostumbrada a este tipo de situaciones, dio un paso a un lado, dejando espacio para Lorena.—Guillermo, si me conoces, deberías saber que no soy alguien a quien puedas tocar —dijo Lorena, mirando alrededor. Su camino estaba bloqueado. En un momento crítico, no tuvo más opción que mencionar a César.Guillermo se rio otra vez, ahora con frialdad.—Esa Teresa sí que es alguien a quien no me atrevería a tocar. Pero tú, ¿qué eres? Según lo que sé, para ti, todo es cuestión de dinero. ¿Cuánto te paga César? ¡Yo te doy el doble!Con tal de acostarse con ella, no le importaba pagarle. Es más, si grababa un video, podría usarlo para chantajearla. ¿No son todas las mujeres iguales en la cama? Tal vez, pero una mujer que el presidente ya había probado, quería ver qué tenía de especial.—¡Déjeme pasar! Si no, llamaré a César ahora mi
César notó que Lorena llevaba mucho tiempo fuera y decidió llamarla. Al sacar su celular, vio que el primer mensaje no leído era de ella. Ya había regresado a casa.¿No lo esperó? ¿Por qué no lo esperó?El ambiente en la cena se tensó. Todos notaron que el entusiasmo del presidente había desaparecido, y la reunión terminó antes de lo planeado.Cuando César volvió a casa, vio que estaba completamente a oscuras, ni siquiera le había dejado una luz encendida.¿Tanto lo odiaba?¿Qué podía hacer? ¡Ya había descubierto que no podía estar sin ella!Encendió la lámpara que está junto a la cama y se quedó mirando su cara dormida durante mucho tiempo. Finalmente, le dio un beso en la frente, sacó su pijama del armario y fue a bañarse.Se quitó el olor a alcohol y tabaco. Envuelto en el aroma del gel de baño que ella compró, César levantó la manta, la abrazó y se acostó junto a ella.Quizá era el efecto del alcohol, o quizá era que tenía a la persona que amaba a su lado, pero en la oscuridad, su
En la amplia cama de un hotel en el extranjero de Valle Motoso.Dos almas estaban estrechamente abrazadas haciendo el amor. En el clímax de la pasión, la voz ronca llena de un magnetismo casi sensual de César Balan, le susurraba al oído:—Lorena, quiero que tengamos un hijo producto de todo este amor.Ella, perdida en el deseo del momento, respondió un sí.Al terminar y aún abrazados, Lorena recordó lo que él había dicho.—¿Dijiste que quieres que tengamos un hijo?Sus ojos todavía brillaban con el deseo que no había desaparecido por completo, y esa mirada encendió de nuevo los pensamientos de César. Por alguna razón, su cuerpo siempre ejercía una lujuria irresistible sobre él. Intentó contenerse y sacó un anillo de compromiso que deslizó en el dedo anular de Lorena.—¿Estás en verdad pidiéndome en matrimonio?—Sí, quiero que seas mi esposa, y ¿así me podrás dar ese niño que tanto anhelo tener? —preguntó César con una sonrisa. En sus ojos había indulgencia, pero no amor.Pero esa mirad
No supo cómo, pero las lágrimas comenzaron a caer, y el maquillaje de ojos recién hecho ya estaba vuelto nada. Sus ojos se posaron entonces en el anillo de diamantes. Lorena tenía una corazonada, una especie de presentimiento. Esa aparecida, ¿destruiría acaso la felicidad que ella había tanto esperado?Pero algo si era cierto, no podía quedarse ahí parada de brazos cruzados; tenía que saber quién era esa mujer.Después de quedarse un momento en su lugar, se levantó sin más y regresó al hotel.El avión había alcanzado su destino, Puerto Mar.En el hospital del Sagrado Corazón.Lorena estaba parada frente a la puerta de la habitación del hospital, abrazándose a sí misma. A través de la ventana de la puerta, intentaba mirar hacia dentro. Allí estaba el intimo amiguito de César; Ricardo Meyer, director del hospital, y otros doctores quienes chequeaban a la mujer que se movía inquieta en la cama.Dos enfermeras sostenían a la mujer para que no se alborotara tanto. En el avión, ya le había
En el jardín del Hospital del Sagrado Corazón.La noche primaveral aún era fría. El sereno soplaba con un silbido áspero, a veces suave como un lamento y otras veces venía feroz, se sentía como un susurro mordaz o quizás una voz de reproche perene. El sonido de una fosforera rompió el silencio, y dos puntos de luz se encendieron. El humo del cigarro flotaba en el aire, confundiendo la vista de cualquiera.—Ya que Teresa ha regresado. ¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó Ricardo Ignacio.No mencionó a Lorena, pero ambos sabían de qué hablaba.Una era el primer amor de la universidad, ese recuerdo juvenil que siempre queda en el corazón, la mujer que había salvado la vida a César.La otra, su novia durante tres años, con quien había compartido las mayores intimidades y aventuras y a quien ya le había propuesto matrimonio.César permaneció en silencio un buen rato antes de responder:—Ella solo es un reemplazo. Su existencia era únicamente valida solo para sustituir a Tere. Compararla con
Buscó el control de las luces, encendió la lámpara y apagó las velas con lo primero que encontró.Sacó del armario su pijama para luego darse un baño. Antes de entrar al baño, notó sin querer que todavía llevaba el anillo en su mano izquierda. Se lo quitó y lo arrojó al fondo de la caja de joyas.Cuando salió del baño, sacudió de la cobija los pétalos de rosa de la cama. Luego se metió bajo las sábanas cubriéndose la cabeza para dormir.Como de costumbre, se acostó en el lado izquierdo de la cama. César siempre la abrazaba por detrás convirtiéndose en una sábana más dispuesta a abrigarla a ella. Ahora, la gran cama tenía un enorme espacio vacío.Miró hacia la derecha, y ese vacío le molestaba. Se acomodó en el centro de la cama y tiró la otra almohada con desdén. Solo entonces se sintió cómoda.Apagó la luz y cerró los ojos.Pasaron dos días sin recibir noticias de César. Probablemente estaba en el hospital acompañando a Teresa, o trabajando quizás en la oficina.A Lorena no le importa
Dicen que los tipos adinerados como él, son fríos e insensibles en cuestiones personales, que cambian de mujer como de ropa interior, porque creían que con tener dinero podrían hacer lo que se les viniera en gana. Sin embargo, el presidente solo había tenido a Lorena durante estos tres años. Todos pensaban que era alguien fiel, pero al final, cambiar de pareja le resultaba igual que nada. ¿Quién sabe cuánto tiempo podrá quedarse Teresa a su lado?Clara había entrado en la empresa cuando César tomó las riendas del Grupo financiero Runpex hace tres años. No sabía nada sobre el enredo emocional entre Teresa y César.En el centro comercial Lorena estaba seleccionando ropa. Cada prenda que escogía estaba completamente alejada del estilo dulce y tierno que a Cesar tanto le encantaba.—Bebé, ¿has cambiado de estilo? —preguntó Marina al verla sostener un vestido largo negro con tirantes sensuales y una abertura en el dobladillo. Ese vestido, ajustado al cuerpo curvilíneo de Lorena, seguramente
Lorena sacó su celular y le envió un mensaje a César.«Cuando tengas tiempo, vuelve a la hacienda para resolver un asunto nuestro y después regresa con tu verdadero “amorcito”.»Después de enviarlo, se preparó para salir del hospital.—Señorita Balan, ¿podemos hablar usted y yo? —Teresa apareció junto a ella en su silla de ruedas, sin que César estuviera cerca.—Ummmm. No creo que ni siquiera nos conozcamos.—Solo han pasado tres años desde que estuve fuera del lado de César. Quería preguntarle cómo han sido estos tres años para él. ¿Le costó mucho dormir o comer porque no me encontraba? —La voz de Teresa, aunque preocupada, llevaba un tono de vanidad y orgullo.—Si quieres saber todo eso tan personal, puede preguntárselo directamente.—No me lo dice, para que quizás no me preocupe.Lorena no consideraba que tuviera nada de qué hablar con ella. La situación era incómoda, así que se dio la vuelta para irse.—Lo que pudo existir entre Cesar y yo, incrédulamente pensaba que era más que ca