Un silencio sepulcralEl hospital parecía más frío que nunca. Los pasillos, iluminados con luces blanquecinas, proyectaban sombras alargadas en el suelo. Alejandro se dejó caer en una de las sillas metálicas de la sala de espera, su cuerpo pesado por el cansancio y el dolor. Su mirada estaba perdida, fija en el suelo, como si esperara que todo esto fuera solo una pesadilla de la que despertaría en cualquier momento.Carlos Ferrer, su padre, lo observó con el ceño fruncido. Ver a su hijo en ese estado le dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir. Se acercó y apoyó una mano firme en su hombro.—Hijo, vámonos a casa. Ya no hay nada que podamos hacer aquí.La voz de Carlos era serena, pero con un matiz de resignación. Sabía que Alejandro no se rendiría fácilmente, pero quedarse en aquel lugar solo lo destrozaría más.Andrés, que hasta ese momento había estado en silencio con los brazos cruzados, suspiró con pesadez.—Mi tío tiene razón, Alejandro. No podemos hacer nada aquí. Lo mejo
Rescate en la sombraLa morgue era un lugar frío, silencioso, donde la muerte se respiraba en cada rincón. Los cuerpos inertes reposaban en camillas metálicas, cubiertos por sábanas blancas. Solo el tenue zumbido de los monitores y el sonido intermitente de las gotas de agua cayendo en algún rincón rompían el abrumador silencio.En una de esas camillas, Camila yacía inmóvil. Su piel pálida, su respiración casi inexistente… Pero en su interior, la vida aún latía con debilidad.Los médicos que trabajaban en las sombras, ajenos a los verdaderos planes de Álvaro, se movían con rapidez. Uno de ellos colocó una máscara de oxígeno sobre su rostro mientras otro verificaba sus signos vitales.—Está reaccionando. —murmuró uno de los doctores mientras ajustaba los cables del monitor.—Asegúrense de estabilizarla. No tenemos mucho tiempo.Las manos temblorosas de una enfermera colocaron una vía en su brazo. La adrenalina recorría el ambiente, conscientes de que, si alguien descubría lo que estaba
Margaret caminaba de un lado a otro en su habitación. Sus tacones resonaban contra el piso de mármol, marcando el ritmo acelerado de su respiración. Miraba el reloj una y otra vez, frustrada por el silencio de su teléfono. ¿Por qué Álvaro no la había llamado aún?La inquietud crecía en su pecho, haciéndola apretar los puños. La noche estaba avanzada, y aún no tenía noticias sobre Alejandro ni sobre Camila. Tenía que saber qué estaba pasando.En ese momento, su teléfono sonó. La pantalla iluminó su rostro, mostrando el nombre de Álvaro en la llamada entrante. Con un movimiento rápido, respondió.—¿Por qué demonios no me habías llamado? —soltó con evidente molestia.Del otro lado de la línea, Álvaro soltó una carcajada burlona. En su mano sostenía un vaso de whisky, girando el líquido ámbar con calma, como si la impaciencia de Margaret fuera un simple entretenimiento para él.—No empieces, Margaret. No tengo tiempo para tus reclamos. —Su tono era despreocupado, como si disfrutara hacién
El pasillo estaba en penumbras cuando Margaret salió de su habitación. Caminaba con pasos ligeros, deslizándose en la alfombra como un fantasma en la oscuridad. Su bata de seda se ceñía a su cuerpo, y su largo cabello caía en ondas perfectas sobre sus hombros.Con una sonrisa fría, empujó la puerta del cuarto del bebé y entró con sigilo. El pequeño Alejandro dormía plácidamente en su cuna, su respiración pausada llenando la habitación con un ritmo suave.Margaret se acercó despacio, observándolo con detenimiento. Sus pequeños puños estaban cerrados, su piel era suave y rosada, y su pecho subía y bajaba con cada respiro tranquilo. Era perfecto.Una sonrisa llena de ambición curvó sus labios mientras acariciaba con delicadeza la mejilla del bebé.—Pronto, hijo mío… —susurró, con una voz cargada de determinación—. Tu padre solo tendrá ojos para ti y para mí. Ya lo verás.Sus dedos recorrieron la diminuta mano del bebé, que se agitó ligeramente en sueños. Margaret retiró la mano con suavi
Adrien estaba sentado en el helicóptero, su mirada fija en el horizonte nocturno mientras las luces de la ciudad parpadeaban a lo lejos. El sonido constante de las aspas resonaba en sus oídos, acompañado por el peso de la responsabilidad que llevaba sobre sus hombros. De repente, su teléfono vibró en su bolsillo. Rápidamente, lo sacó y vio el nombre de uno de sus hombres en la pantalla.—¡Alo! —contestó con firmeza.—Señor, ya estamos en la casa de la madre de la señorita Camila.Adrien enderezó su postura, sintiendo una mezcla de alivio y tensión. Todo dependía de lo que sucediera en los próximos minutos.—Perfecto. Pásamela.Hubo un silencio breve y luego el sonido de pasos y murmullos al otro lado de la línea. Unos segundos después, una voz femenina, temblorosa y cargada de preocupación, respondió:—¡Aló! ¿Quién es usted? ¿Por qué hay hombres armados en mi casa?—Señora, sé que no me conoce, pero necesito que me escuche con atención. No tengo mucho tiempo para explicaciones detalla
El helicóptero descendía lentamente sobre la plataforma del hospital privado. Las luces rojas y blancas parpadeaban en la pista de aterrizaje, iluminando el rostro tenso de Adrien, quien no apartaba la vista de Camila. Ella seguía inconsciente, su piel estaba más pálida que nunca y su respiración era apenas perceptible.—¡Abran la puerta! —ordenó Adrien en cuanto el helicóptero tocó el suelo.Un equipo de médicos y enfermeras los esperaba. Apenas se abrieron las puertas, un médico subió rápidamente para revisar los signos vitales de Camila. Sus ojos se abrieron con preocupación cuando sintió su pulso débil.—¡Tenemos que llevarla de inmediato a la sala de urgencias! —exclamó el doctor.Los paramédicos entraron en acción y con rapidez bajaron la camilla. Adrien los siguió de cerca, sintiendo que cada paso que daban era una batalla contra el tiempo. Su padre, Eduardo, caminaba junto a él con el ceño fruncido, manteniendo la calma pero sin perder de vista la situación.Los pasillos del h
La traición y la venganzaAlvaro estaba sentado en su oficina, rodeado de una penumbra que apenas era rota por la luz de su escritorio. Entre sus dedos giraba un vaso de whisky, el líquido ambarino reflejando su mirada oscura y cargada de frustración. La tensión en la habitación era densa, casi asfixiante, cuando la puerta se abrió de golpe y uno de sus hombres entró apresurado. Su respiración era agitada; sus ropas estaban manchadas de sangre y sudor.—¿Qué sucede? —preguntó Álvaro, su voz grave y controlada, pero con un evidente tono de peligro.El hombre tragó saliva, enderezándose ante la presencia imponente de su jefe.—Señor... nos mintieron —dijo, tratando de recuperar el aliento—. La ruta sigue en manos del señor Adrien. No solo no nos la entregó, sino que reforzó la seguridad. Nos tendieron una trampa.El silencio que se formó tras esas palabras fue aterrador. Álvaro cerró los ojos por un momento, su expresión inmutable, pero su agarre en el vaso se volvió más fuerte hasta qu
Margaret estaba en su habitación, sentada al borde de la cama, con el teléfono en la mano. Su ceño fruncido reflejaba su frustración. Había llamado a Álvaro varias veces, pero la primera vez él simplemente le colgó. Ahora, la llamada ni siquiera entraba; su teléfono enviaba directamente al buzón de voz.—¡Maldita sea, Álvaro! —exclamó con furia mientras apretaba el teléfono en su mano.Se levantó de la cama y comenzó a caminar de un lado a otro, intentando controlar su impaciencia. Algo no estaba bien. Podía sentirlo. Álvaro nunca ignoraba sus llamadas, y mucho menos cuando habían hablado de un asunto tan importante como la eliminación de Camila. La incertidumbre se apoderó de ella, y sintió un escalofrío recorrerle la espalda.El sonido de la lluvia golpeando la ventana atrajo su atención. Caminó hacia el ventanal y apartó las cortinas con delicadeza. Afuera, la tormenta arreciaba. Las gotas caían pesadas y rápidas, iluminadas de vez en cuando por los destellos de los relámpagos. El