La ira de un hombre heridoEl aire en la oficina de Álvaro estaba cargado de humo y desesperación. Su expresión era la de un hombre al borde del abismo, con los ojos inyectados de sangre y el ceño fruncido. Sostenía un vaso de whisky en la mano derecha, mientras su izquierda tamborileaba con impaciencia sobre el escritorio de madera oscura. Afuera, la lluvia golpeaba con fuerza los ventanales, acompasando la tormenta interna que lo consumía.Uno de sus hombres se acercó con paso nervioso, sudando a pesar del frío que se filtraba en la habitación.—Señor, hay algo que debe saber… —balbuceó.Álvaro levantó la vista, sus ojos filosos destellando una peligrosa mezcla de expectativa y enojo.—Habla de una vez —gruñó.El hombre tragó saliva antes de continuar.—El señor Adrien nos tendió una emboscada en el hospital… Se llevó a la chica con otros médicos. No pudimos hacer nada.El silencio que se instaló en la habitación fue más ensordecedor que cualquier estruendo. Álvaro cerró los ojos p
Adrien caminaba de un lado a otro en la sala de espera del hospital, su corazón latía con fuerza y su mente estaba atrapada en un torbellino de pensamientos. La presión en su pecho se intensificaba con cada segundo que pasaba. Sentía que estaba en una encrucijada, atrapado entre su lealtad y la necesidad de cumplir con sus deberes.Eduardo, su padre, lo observaba en silencio. Sentado en una de las sillas de la sala, con las piernas cruzadas y las manos entrelazadas sobre su regazo, analizaba cada movimiento de su hijo. Sabía que Adrien estaba luchando consigo mismo, pero también sabía que no había margen de error en este juego de poder.—¿Qué piensas hacer? —preguntó finalmente, con voz serena pero firme.Adrien detuvo su andar y soltó un largo suspiro. Cerró los ojos un instante, intentando organizar sus ideas.—Tengo que viajar —dijo con pesar—. Pero dejar a Camila aquí… no me gusta la idea.Su padre asintió lentamente.—¿Confías en los médicos que la cuidan?Adrien se pasó una mano
Adrien exhaló con fuerza, sintiendo el peso de la situación en cada fibra de su ser. Miró a su padre a los ojos, esos ojos que reflejaban preocupación y, al mismo tiempo, confianza en él. Eduardo cruzó los brazos, esperando la confirmación de su hijo.—Me tengo que ir, papá. —Ya es hora —dijo Adrien, su voz cargada de determinación y cansancio.Eduardo asintió lentamente. Sabía que no podía retenerlo, aunque su instinto paterno le pedía que lo hiciera.—El viaje es largo y la situación es delicada. No bajes la guardia, hijo.—Lo sé —respondía Adrien, con el ceño fruncido—. Tengo que estar allá. No hay otra opción.Eduardo suspiró. Se pasó una mano por el rostro, procesando la realidad que los rodeaba.—Ten cuidado, papá. Y, por favor, avísame si Camila despierta.Eduardo tomó a su hijo por los hombros con fuerza, buscando transmitirle la seguridad que quizá ni él mismo sentía en ese momento.—Tranquilo, papá. Yo estaré bien. Solo ocúpate de que nada le falte a Camila mientras no estoy
“La noticia que quebró el alma”La puerta de la mansión Ferrer se abrió con un chirrido sordo, casi como si la casa misma presintiera la oscuridad que se colaba tras sus muros. Alejandro, Andrés y Carlos cruzaron el umbral en completo silencio, arrastrando consigo un aire sombrío que impregnó el ambiente con una pesadez insoportable.Isabela los esperaba en la sala, de pie, con las manos entrelazadas al frente y una expresión de ansiedad dibujada en su rostro. Apenas los vio, su mirada se posó en el rostro de su hijo, y su corazón dio un vuelco. La palidez de Alejandro, sus ojos hinchados y vacíos, y la rigidez en sus hombros le hablaban de una verdad que aún no se atrevía a aceptar.—¿Qué sucede? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Por qué traen esas caras? ¿Sucedió algo?Carlos se acercó a ella con calma, aunque por dentro también estaba devastado. La abrazó con fuerza, como si ese simple gesto pudiera protegerla de lo que estaba por venir.—Cálmate, Isabela… —murmuró, acariciándole el
El amanecer era frío y silencioso en la pequeña casa de los Morales. Un viento suave rozaba las ventanas, y la luz tenue de la sala apenas iluminaba el rostro angustiado de Marta. Había pasado horas caminando de un lado a otro, sin saber qué hacer, esperando noticias, algo que la sacara de esa pesadilla que parecía no tener fin.De pronto, un golpe en la puerta la hizo dar un brinco. Su corazón se aceleró y, por un segundo, el miedo la paralizó. Caminó lentamente hacia la entrada, con las manos temblorosas. Al abrir, encontró a dos hombres vestidos de negro, de porte firme y rostro serio.—¿Señora Morales? —preguntó uno de ellos con voz grave.Marta asintió con la cabeza, con el rostro desencajado y los ojos ya humedecidos por el terror.—Venimos de parte del señor Adrien —continuó el hombre—. Él nos envía con instrucciones precisas… Todo depende de usted para que su hija siga con vida.Marta sintió que las piernas le fallaban, y tuvo que apoyarse en el marco de la puerta para no desp
La noche seguía cayendo con fuerza sobre el pequeño barrio donde vivía la familia Morales. Las nubes oscuras se arremolinaban en el cielo como presagio de que nada volvería a ser igual. En el interior de la casa, el ambiente estaba teñido de un silencio sepulcral, solo roto por el roce de los pasos y susurros de los hombres de Adrien que se movían con precisión.Dos de ellos llegaron cargando un ramo imponente de rosas blancas y una corona fúnebre con un listón negro que decía: “Siempre en nuestro corazón, Camila”. La escena comenzaba a parecerse a un velorio real. Las flores fueron colocadas con cuidado sobre el ataúd cerrado, cuya superficie brillaba bajo la tenue luz del salón. Nadie podría imaginar que dentro no yacía una joven fallecida… sino solo piedras fríamente distribuidas para simular el peso de un cuerpo.El hombre que parecía liderar al grupo se acercó con gesto serio a Marta, quien seguía sentada en la misma silla, con el rostro pálido y las manos entrelazadas, aferradas
El reloj marcaba las cinco de la madrugada. La mansión Ferrer se encontraba sumida en un silencio denso, como si el aire mismo se negara a circular con normalidad. Pero ese silencio fue desgarrado de pronto por un grito lleno de angustia, que retumbó en las paredes y estremeció hasta al último rincón.—¡¡¡CAMILAAAAA!!! —rugió Alejandro desde su habitación, con una voz tan rota y desesperada que erizó la piel de todos los que lo escucharon.Isabela se levantó del sofá de golpe, con el corazón encogido, mirando hacia las escaleras como si pudiera ver a través de los muros.—¿Qué fue eso? —preguntó con un hilo de voz, girándose hacia Carlos, quien se había quedado inmóvil, mirando hacia arriba con una mezcla de dolor y resignación.—Es Alejandro —dijo simplemente Carlos—. Está… está desahogando su alma.Andrés, que también se encontraba en la sala, se acercó a las escaleras lentamente. Observó hacia lo alto con una sombra de tristeza en sus ojos.—Déjenlo —murmuró—. A veces… solo se pued
El eco del grito de Alejandro aún resonaba en los rincones de la mansión. Aquella palabra, pronunciada con el dolor crudo de un alma hecha pedazos, había estremecido a todos.—¡¡¡¡CAMILAAAAA!!!!Las cortinas de los ventanales se mecían suavemente por la brisa nocturna que se colaba por una rendija mal cerrada. La mansión estaba bañada por una calma sombría, rota solo por pasos apresurados.Desde el segundo piso, bajaba Margaret, aun con su bata de satén color vino, visiblemente alterada por el escándalo. Su expresión era una mezcla de molestia y desdén, y su cabello estaba algo despeinado, como si hubiera salido de su habitación a toda prisa.—¿Qué es todo este escándalo? —preguntó con tono agrio, bajando los escalones con determinación—. ¿Por qué demonios Alejandro está gritando el nombre de esa maldita mujer?Isabela, que aún se encontraba en la sala, giró lentamente al escuchar la voz de Margaret. Sus ojos estaban enrojecidos por la angustia, pero su rostro mostraba una serenidad q