EL ANUNCIO QUE QUEBRÓ SU ALMALos pasillos del hospital estaban en completo silencio, solo interrumpidos por el sonido de pasos apresurados y el incesante pitido de las máquinas que mantenían con vida a los pacientes. La tensión se respiraba en el ambiente. En una de las habitaciones, los doctores enviados por Álvaro terminaban su labor. Habían preparado todo para hacer creer que Camila había muerto. Uno de ellos salió al pasillo con el rostro serio y se acercó a la enfermera encargada.—Por favor, informe a los familiares que la paciente Camila Morales ha fallecido. Hicimos todo lo posible, pero no respondió al tratamiento.La enfermera sintió un nudo en la garganta y asintió con pesar. Saldría a dar la terrible noticia sin saber que todo formaba parte de una conspiración.Mientras tanto, en la entrada del hospital, Alejandro bajó del auto con paso acelerado. Su corazón latía con fuerza. Sabía que Camila estaba grave, pero se negaba a aceptar la posibilidad de perderla. Caminó con pa
Adrien se quedó inmóvil junto al cuerpo de Camila. Sin darse cuenta, sus lágrimas comenzaron a caer, deslizándose lentamente por su rostro. Su pecho se agitaba por la impotencia, por el dolor que le perforaba el alma. Apretó los puños con fuerza y cerró los ojos, como si al hacerlo pudiera detener el temblor que se apoderaba de su cuerpo.Alejandro, con la mirada enrojecida y la respiración agitada, lo vio inclinarse sobre ella y sintió una punzada de rabia e indignación recorrer su cuerpo. Dio un paso adelante y con voz ronca, cargada de dolor, le dijo:—No te acerques a ella.Adrien levantó la mirada, su expresión era un reflejo de su propia miseria. Tragó saliva y con voz baja, pero firme, respondió:—Creo que no es el momento ni el lugar para esto, Alejandro.El silencio que siguió fue denso, casi sofocante. El ambiente en la habitación era sombrío, con la tenue luz del pasillo filtrándose a través de la puerta entreabierta. Se respiraba dolor, un sufrimiento que parecía impregnar
- EL ENFRENTAMIENTOAdrien salió de la habitación con los papeles firmados en la mano. Su rostro estaba tenso, sus labios apretados en una línea delgada mientras se dirigía con pasos firmes hacia la salida del hospital. Sabía que cada segundo contaba, pero justo cuando estaba a punto de avanzar por el pasillo, una sombra se interponió en su camino.Andrés.—Entrégame el informe —dijo Andrés con voz firme, clavando sus ojos oscuros en los de Adrien—. Nosotros nos haremos cargo.Adrien esbozó una sonrisa ladeada, pero en sus ojos había un destello de cautela. Sujetó con más fuerza los papeles y dio un paso hacia un lado, intentando esquivar a Andrés, pero este se mantuvo firme, bloqueando su salida.—Lo siento, Andrés —dijo Adrien con una calma forzada—, pero yo tengo el informe y soy quien está autorizado para sacar a Camila de aquí y llevarla con su madre.Antes de que pudiera reaccionar, Alejandro se abalanzó sobre él, sujetándolo con fuerza por el cuello de la camisa. Sus ojos estab
Un silencio sepulcralEl hospital parecía más frío que nunca. Los pasillos, iluminados con luces blanquecinas, proyectaban sombras alargadas en el suelo. Alejandro se dejó caer en una de las sillas metálicas de la sala de espera, su cuerpo pesado por el cansancio y el dolor. Su mirada estaba perdida, fija en el suelo, como si esperara que todo esto fuera solo una pesadilla de la que despertaría en cualquier momento.Carlos Ferrer, su padre, lo observó con el ceño fruncido. Ver a su hijo en ese estado le dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir. Se acercó y apoyó una mano firme en su hombro.—Hijo, vámonos a casa. Ya no hay nada que podamos hacer aquí.La voz de Carlos era serena, pero con un matiz de resignación. Sabía que Alejandro no se rendiría fácilmente, pero quedarse en aquel lugar solo lo destrozaría más.Andrés, que hasta ese momento había estado en silencio con los brazos cruzados, suspiró con pesadez.—Mi tío tiene razón, Alejandro. No podemos hacer nada aquí. Lo mejo
Rescate en la sombraLa morgue era un lugar frío, silencioso, donde la muerte se respiraba en cada rincón. Los cuerpos inertes reposaban en camillas metálicas, cubiertos por sábanas blancas. Solo el tenue zumbido de los monitores y el sonido intermitente de las gotas de agua cayendo en algún rincón rompían el abrumador silencio.En una de esas camillas, Camila yacía inmóvil. Su piel pálida, su respiración casi inexistente… Pero en su interior, la vida aún latía con debilidad.Los médicos que trabajaban en las sombras, ajenos a los verdaderos planes de Álvaro, se movían con rapidez. Uno de ellos colocó una máscara de oxígeno sobre su rostro mientras otro verificaba sus signos vitales.—Está reaccionando. —murmuró uno de los doctores mientras ajustaba los cables del monitor.—Asegúrense de estabilizarla. No tenemos mucho tiempo.Las manos temblorosas de una enfermera colocaron una vía en su brazo. La adrenalina recorría el ambiente, conscientes de que, si alguien descubría lo que estaba
Margaret caminaba de un lado a otro en su habitación. Sus tacones resonaban contra el piso de mármol, marcando el ritmo acelerado de su respiración. Miraba el reloj una y otra vez, frustrada por el silencio de su teléfono. ¿Por qué Álvaro no la había llamado aún?La inquietud crecía en su pecho, haciéndola apretar los puños. La noche estaba avanzada, y aún no tenía noticias sobre Alejandro ni sobre Camila. Tenía que saber qué estaba pasando.En ese momento, su teléfono sonó. La pantalla iluminó su rostro, mostrando el nombre de Álvaro en la llamada entrante. Con un movimiento rápido, respondió.—¿Por qué demonios no me habías llamado? —soltó con evidente molestia.Del otro lado de la línea, Álvaro soltó una carcajada burlona. En su mano sostenía un vaso de whisky, girando el líquido ámbar con calma, como si la impaciencia de Margaret fuera un simple entretenimiento para él.—No empieces, Margaret. No tengo tiempo para tus reclamos. —Su tono era despreocupado, como si disfrutara hacién
El pasillo estaba en penumbras cuando Margaret salió de su habitación. Caminaba con pasos ligeros, deslizándose en la alfombra como un fantasma en la oscuridad. Su bata de seda se ceñía a su cuerpo, y su largo cabello caía en ondas perfectas sobre sus hombros.Con una sonrisa fría, empujó la puerta del cuarto del bebé y entró con sigilo. El pequeño Alejandro dormía plácidamente en su cuna, su respiración pausada llenando la habitación con un ritmo suave.Margaret se acercó despacio, observándolo con detenimiento. Sus pequeños puños estaban cerrados, su piel era suave y rosada, y su pecho subía y bajaba con cada respiro tranquilo. Era perfecto.Una sonrisa llena de ambición curvó sus labios mientras acariciaba con delicadeza la mejilla del bebé.—Pronto, hijo mío… —susurró, con una voz cargada de determinación—. Tu padre solo tendrá ojos para ti y para mí. Ya lo verás.Sus dedos recorrieron la diminuta mano del bebé, que se agitó ligeramente en sueños. Margaret retiró la mano con suavi
Adrien estaba sentado en el helicóptero, su mirada fija en el horizonte nocturno mientras las luces de la ciudad parpadeaban a lo lejos. El sonido constante de las aspas resonaba en sus oídos, acompañado por el peso de la responsabilidad que llevaba sobre sus hombros. De repente, su teléfono vibró en su bolsillo. Rápidamente, lo sacó y vio el nombre de uno de sus hombres en la pantalla.—¡Alo! —contestó con firmeza.—Señor, ya estamos en la casa de la madre de la señorita Camila.Adrien enderezó su postura, sintiendo una mezcla de alivio y tensión. Todo dependía de lo que sucediera en los próximos minutos.—Perfecto. Pásamela.Hubo un silencio breve y luego el sonido de pasos y murmullos al otro lado de la línea. Unos segundos después, una voz femenina, temblorosa y cargada de preocupación, respondió:—¡Aló! ¿Quién es usted? ¿Por qué hay hombres armados en mi casa?—Señora, sé que no me conoce, pero necesito que me escuche con atención. No tengo mucho tiempo para explicaciones detalla