El mesero llegó con una sonrisa profesional, sosteniendo su libreta y esperando las órdenes.—¿Han decidido qué van a ordenar? —preguntó cortésmente.Camila bajó la mirada a la carta nuevamente, aunque en realidad no estaba prestando mucha atención. Aún tenía en la mente las palabras de Adrien.—Eh… sí, yo quiero la pasta a la carbonara y una ensalada —dijo al fin, cerrando la carta.Adrien la observó con una leve sonrisa antes de dar su propia orden.—Para mí, un filete término medio con vegetales salteados —dijo con firmeza—. Y tráiganos otra copa de vino.El mesero asintió y se retiró con las órdenes.Camila respiró hondo y se atrevió a levantar la vista, encontrándose con los ojos oscuros de Adrien, que no habían dejado de observarla con intensidad.—¿Sabes? —dijo él, inclinándose un poco sobre la mesa—. Me gusta que seas directa, Valentina. Pero no creas que eso me asusta.Ella entrecerró los ojos, sintiendo que esa cena estaba tomando un rumbo peligroso.—No intento asustarte —r
Camila cerró la puerta de su habitación y apoyó la espalda contra ella. Soltó un suspiro profundo antes de quitarse los zapatos y dejarlos a un lado. Caminó hasta su pequeña cama y se dejó caer sobre el colchón con la mirada perdida en el techo.—Ese hombre… me confesó que le gusto —susurró para sí misma, sintiendo su corazón latir con fuerza.Se llevó las manos al rostro y cerró los ojos, intentando calmar la tormenta de emociones que la envolvía. Pero era inútil. La imagen de Alejandro invadió su mente de inmediato. Su mirada intensa, su forma de hablar, el modo en que la hacía sentir…—¿Qué voy a hacer ahora? —preguntó en voz baja, como si alguien pudiera darle una respuesta.Se mordió el labio con frustración y negó con la cabeza.—Si mi corazón ya le pertenece a Alejandro… entonces, ¿por qué me duele tanto todo esto? —susurró, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con caer.Abrazó sus propias piernas y apoyó la barbilla sobre sus rodillas.—¿Por qué no te enamoraste de mí, Aleja
Camila aún sentía su corazón latiendo con fuerza cuando miró a Adrien, sus ojos llenos de confusión y rabia.—¿Por qué lo hiciste? —le preguntó con la voz temblorosa—. ¡Te lanzaste sobre mí y pusiste tu vida en peligro!Adrien la miró fijamente, su respiración todavía agitada por la adrenalina.—Porque no iba a permitir que te lastimaran —respondió con voz firme.Camila sintió que su pecho se encogía. Se llevó las manos a la cara, tratando de calmarse, pero la rabia y el miedo la superaron.—¡Eso fue una locura! —gritó, golpeando el pecho de Adrien con sus manos temblorosas—. ¡Pudiste haber muerto! ¡No puedes hacer algo así!Adrien no se movió. La dejó descargar su frustración, hasta que finalmente la tomó de los brazos con suavidad y la acercó a su pecho.—Calma, Valentina… ya pasó.Camila intentó apartarse, pero su cuerpo no respondía. La tensión, el miedo, todo fue demasiado. Sintió un mareo repentino y su vista comenzó a nublarse.—No… me siento… bien… —Susurró antes de desplomars
Camila abrió lentamente los ojos, su visión borrosa por el cansancio y el calor que la invadía. Miró alrededor, desorientada, y vio una silueta masculina junto a la cama. Su corazón se aceleró y, sin pensar, sus labios pronunciaron un nombre que había intentado olvidar.—¿Eres tú, Alejandro...? —su voz sonó débil, casi como un susurro—. ¿Viniste por mí...?Adrien frunció el ceño. Se acercó y la observó detenidamente.—Soy yo, Valentina —respondió con suavidad—. Soy Adrien.Camila parpadeó varias veces, confundida. El sudor perlaba su frente y sus mejillas estaban sonrojadas. Adrien extendió la mano y tocó su piel con el dorso de los dedos. Estaba ardiendo en fiebre.—Maldición… —murmuró con preocupación.Se puso de pie rápidamente y salió de la habitación. Buscó una toalla y un bol con agua fría, regresó a su lado y, con movimientos cuidadosos, comenzó a colocarle paños húmedos sobre la frente. Camila se removió en la cama, inquieta, su respiración agitada.Adrien la observó en silenc
Margaret estaba en el jardín, disfrutando del aroma de las flores mientras sostenía una copa de vino en su mano. El sonido de su teléfono la sacó de su tranquilidad. Suspiró con fastidio antes de contestar.—¿Qué sucede? Espero que me tengas buenas noticias.La voz ronca del otro lado de la línea sonó tensa.—La buena noticia es que encontramos a la chica —informó el hombre.Margaret entrecerró los ojos, esperando el resto de la información.—¿Y la mala? —preguntó, con impaciencia.—Fallamos. Ella sigue viva.Margaret apretó los dientes y cerró los ojos con frustración.—¿Cómo demonios pudieron fallar?—No fue nuestra culpa —se defendió el hombre—. Un sujeto apareció de la nada y la protegió. Mis hombres están escondidos, pero los están buscando.Margaret respiró hondo y masajeó su sien.—Escúchame bien —dijo con voz firme—. Si alguno de tus hombres es capturado, dile que diga que Alejandro Ferrer fue quien la mandó a matar.Hubo un silencio tenso en la línea.—¿Está segura de eso, se
Andrés llegó al jardín y vio a Margaret sentada en un elegante sillón de mimbre, con una copa de vino en la mano. Su postura era tensa, su mirada perdida en la nada, y su expresión reflejaba rabia y desesperación.Sin dudarlo, Andrés se acercó y, con un movimiento rápido, le arrebató la copa de las manos.—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó con dureza, sosteniendo la copa lejos de su alcance.Margaret lo miró con irritación y extendió la mano con exigencia.—No te metas, Andrés. Dame esa copa.—No te la daré —replicó él con firmeza—. ¿Qué quieres, Margaret? ¿Perder al bebé? Si lo pierdes, Alejandro se alejará de ti definitivamente.Margaret apretó los puños con rabia y su mirada se llenó de resentimiento.—¿Y de qué me sirve tener a este mocoso si él no me mira? —espetó con furia—. Él solo piensa en esa maldita mujer.Andrés suspiró, tratando de mantener la calma. Sabía que Margaret estaba desesperada, pero sus palabras lo hacían comprender hasta qué punto estaba dispuesta a lle
Al llegar al club, Alejandro y Andrés bajaron del auto y entraron al elegante recinto. Las luces tenues, la música suave de fondo y el aroma a licor fino creaban una atmósfera exclusiva y relajante.Alejandro caminó con seguridad hasta una de las mesas privadas y, sin dudarlo, levantó la mano para llamar al mesero.—Tráenos una botella de whisky —ordenó con tono firme.El mesero asintió y se alejó rápidamente. Andrés lo observó con curiosidad, notando la tensión en los gestos de su primo.—Parece que realmente necesitas un trago —comentó Andrés con una media sonrisa, tratando de aligerar el ambiente.Alejandro se dejó caer en el asiento y soltó un suspiro pesado.—Necesito algo más que eso… pero por ahora, el whisky servirá.Chocaron sus vasos en un brindis silencioso antes de dar el primer sorbo.Alejandro fijó la mirada en Andrés; su expresión era fría, pero en sus ojos ardía una tormenta contenida.—Quiero que seas sincero conmigo —dijo con voz grave—. ¿Sabes dónde está Camila?And
Andrés tomó su vaso de whisky con calma, lo giró entre sus dedos y bebió un sorbo antes de clavar su mirada en Alejandro.—Dime algo, primo… ¿Qué estás dispuesto a perder por conquistar a Camila?Alejandro lo miró con el ceño fruncido, su paciencia al límite.—¿De qué demonios hablas?Andrés sonrió con suficiencia, apoyándose en el respaldo de su asiento.—Escucha bien, porque no lo voy a repetir. Yo, por Camila… soy capaz de entregarte el 25% de la empresa.El silencio que cayó sobre la mesa fue inmediato. Ricardo, que estaba bebiendo, se detuvo en seco, mientras Alejandro entrecerraba los ojos, analizándolo.Era justo lo que había estado esperando. Un cuarto de la empresa… un paso más hacia el control absoluto del legado de su abuelo.Pero al mismo tiempo, la oferta de Andrés tenía un precio demasiado alto.Alejandro apoyó el vaso sobre la mesa con un golpe seco, su expresión cambiando por completo.—¿Quieres apostarla como si fuera un maldito negocio?—No es una apuesta, primo —rep