La sombra de la venganzaLos oficiales se marcharon, dejando a otros agentes vigilando a Alejandro y Adrien. Mientras caminaban por los pasillos del hospital, uno de los agentes se acercó a su superior con el ceño fruncido.—Jefe, ¿quién cree que es el responsable de este ataque? —preguntó con voz grave.El superior se detuvo un instante, observando la puerta del quirófano donde Camila luchaba por su vida.—Mi hipótesis recae sobre Alejandro Ferrer. Quizás, al enterarse de la demanda de divorcio, decidió tomar una medida drástica. Tal vez mandó a alguien a matarla y luego, arrepentido, intentó salvarla.—Pero jefe, él estaba allí... —insistió el agente, confundido.—Eso no significa nada. Puede que haya cambiado de opinión al último momento.—¿Y el otro hombre? —intervino otro oficial—. Era su boda. ¿No cree que él tenga más razones para deshacerse de ella?El superior suspiró, sin responder de inmediato. Sabía que ambos tenían razones para ser sospechosos.Mientras tanto, en una lujo
Decisiones y sombras del pasadoSandra colgó la llamada y su mirada se apagó. Sus labios temblaron levemente, y sintió un nudo en el estómago al procesar la verdad: Andrés estaba buscando a Camila. ¿Por qué? ¿Qué significaba eso? Su corazón latía con fuerza, y sus manos apretaban el teléfono como si pudiera exprimir respuestas de él. Su mente bullía en mil pensamientos hasta que la voz de Emma la sacó de su ensoñación.—¿Sucede algo, Sandra? —preguntó Emma, observándola con atención. —Parece que hubieras recibido una mala noticia.Sandra forzó una sonrisa y negó con la cabeza.—No pasa nada, solo estaba recordando algo —respondió con voz calmada, aunque su interior estaba en completo caos. Miró a Emma y decidió cambiar de tema. —Se me había olvidado decirte que mañana saldré con un amigo y no sé a qué hora regresaré. ¿Puedes estar pendiente de Melody?Emma le sostuvo la mirada por un momento, como si intentara leer lo que realmente pasaba por su mente. Luego asintió lentamente.—No te
Andrés tenía las manos apretadas en puños, la frustración ardiendo en su pecho. No podía creer que Sandra le hubiera colgado sin dejarle explicar. Se pasó la mano por el rostro y dejó escapar un suspiro cargado de rabia y frustración.—Ahora ella piensa que vine a buscar a Camila… —murmuró entre dientes, guardando su teléfono en el bolsillo.Las horas transcurrían lentas y desesperantes, y aún no había noticias sobre el estado de Camila. La tensión en el hospital era palpable. Alejandro y Andrés permanecían en un rincón del pasillo, observando cada movimiento de los médicos y enfermeras que entraban y salían del quirófano.El sonido de pasos rápidos resonó en el pasillo y todos voltearon. Era el padre de Adrien, que llegaba apresurado. Al ver a su hijo, caminó directamente hacia él y lo tomó por los hombros con fuerza.—Hijo, ¿estás bien? —su voz sonaba ronca por la preocupación.Adrien lo miró con los ojos cargados de angustia.—Papá, tengo miedo de perderla. —Su voz se quebró y sus
El aire dentro del quirófano era denso, cargado de tensión y de la urgencia de salvar una vida. La iluminación blanca y potente reflejaba la gravedad de la situación. Sobre la camilla, Camila yacía inconsciente, su cuerpo inmóvil y pálido contrastaba con el rojo vibrante de la sangre que se deslizaba lentamente por la sábana quirúrgica. El sonido de los monitores cardíacos resonaba en la sala, cada pitido marcando un latido de esperanza o una amenaza de pérdida.—¡Necesito más succión aquí! —ordenó el cirujano principal, el doctor Ramos, con voz firme pero serena.Una enfermera de inmediato movió el tubo de succión, aspirando la sangre que dificultaba la visibilidad en la cavidad torácica. El médico asistente extendió su mano sin apartar la mirada de la herida abierta.—Bisturí —pidió con determinación.La instrumentista, con precisión mecánica, colocó el bisturí en su palma. Con un movimiento experto, el doctor realizó una incisión más profunda para acceder a la bala alojada cerca de
Las horas transcurrían lentas y agonizantes en la sala de espera del hospital. Alejandro y Adrien no dejaban de caminar de un lado a otro, sus pasos resonaban en el suelo de mármol con un ritmo inquieto, reflejando la desesperación que ambos sentían. A cada minuto que pasaba, la incertidumbre los consumía más. No sabían si Camila seguiría luchando o si el destino les arrebataría toda esperanza.Mientras tanto, en la cafetería del hospital, Andrés y Eduardo se sentaban en una de las mesas cercanas a la ventana. El aroma a café recién hecho impregnaba el aire, pero ninguno de los dos parecía disfrutar realmente de su bebida. Ambos estaban sumidos en sus pensamientos, intentando encontrar respuestas en un mar de dudas.—¿Crees que se salve? —preguntó Eduardo sin apartar la mirada del líquido oscuro en su taza.Andrés levantó la vista y observó al hombre con expresión seria. Se tomó unos segundos antes de responder.—Pues yo espero que sí, porque si no, su hijo tendrá que esconderse —dijo
En busca de justiciaEl pasillo del hospital estaba envuelto en un silencio abrumador, interrumpido solo por el zumbido lejano de los monitores en la Unidad de Cuidados Intensivos. Alejandro caminaba detrás del médico con pasos pesados, cada uno de ellos resonando en su mente como un eco de su desesperación. Su pecho se comprimía con cada segundo que pasaba sin saber si Camila abriría los ojos nuevamente.El doctor se detuvo frente a una puerta blanca con un pequeño ventanal. Le entregó a Alejandro un traje estéril para que se lo pusiera antes de entrar.—Debes ponértelo antes de ingresar. Solo unos minutos, por favor.Alejandro asintió sin pronunciar palabra. Sus manos temblaban levemente mientras se colocaba el traje, como si su cuerpo ya presintiera el dolor que estaba a punto de enfrentar. Una vez listo, el médico le indicó la puerta y él, sin dudar, la abrió lentamente.El sonido de las máquinas llenó sus oídos. Allí, en medio de un sinfín de cables y monitores, estaba Camila. S
: EL PESO DE LA VERDADAlejandro mantenía su mirada fija en la carretera, siguiendo de cerca el auto de Adrien. Sus manos apretaban el volante con fuerza, sus nudillos se volvieron blancos por la presión. Sentía una rabia contenida y un miedo que se mezclaban en su interior, formando un nudo en su garganta. La noche estaba oscura, y la luz de los faros apenas iluminaba el camino frente a él. Todo su cuerpo estaba tenso, esperando el momento de descargar su furia contra los responsables de lo que le habían hecho a Camila.El sonido del teléfono lo sobresaltó. Conectó el manos libres sin apartar la vista de la carretera.—¡Aló!—dijo con un tono seco y tenso.—Hijo, por fin contestas. Te he estado llamando—respondía la voz de su padre, Carlos Ferrer, al otro lado de la línea. Su tono era de preocupación.Alejandro apretó los dientes y suspiró antes de responder.—Discúlpame, padre, pero no podía contestar. ¿Qué sucede? ¿Para qué me llamas a esta hora?—Hijo, te llamo porque Margaret está
Sombras en la pantallaAdrien llegó a su mansión y, al acercarse, las enormes puertas de hierro se abrieron lentamente, permitiendo la entrada de los autos. La propiedad era imponente, con una arquitectura clásica que combinaba detalles modernos y lujosos. Los jardines estaban impecablemente cuidados, con fuentes de agua iluminadas por luces tenues que reflejaban en la noche.Alejandro miraba a todos lados con desconfianza. A su lado, Andrés hacía lo mismo, observando cada detalle, cada persona que se movía entre la penumbra de la noche. Ambos bajaron de sus autos, con sus cuerpos tensos y preparados para cualquier eventualidad. En la distancia, vieron a Adrien hablando con un grupo de hombres de apariencia ruda, vestíos de negro y con expresiones serias. Andrés entrecerró los ojos al reconocer a uno de ellos: había sido uno de los que contactó para encontrar a Camila. No dijo nada por el momento, pero guardó la información en su mente.Adrien los llamó con un gesto, indicándoles que