Al día siguiente Lucrecia despertó a las cinco de la mañana, fue al computador y vio otro correo más. No dejaban de llegar y ella fingía que no lo hacían, que no tenía miedo, pero su suegra o la persona a la que le pagaba para atormentarla estaba siendo más cruel aún.
—Eso es fuerte, te están amenazando—dijo Marcela.
—No, qué no… Mi suegra es una pesada, me quiere asustar.
—Te mandó un correo en el que dice que tienes los días contados —Olivia se unió a ellas.
—Desde cuándo está pasando esto. —preguntó preocupada. —¿Por qué?
—Me odia porque soy heredera universal de todo ¿su dinero? En fin, si me muero todo es de mi hija y mi abogado tiene evidencias para mandarle a la cárcel, allá ella.
—Estoy hay que pararlo. Voy a llamar a Sebas y Cash.
—No, no, Olivia, todo estará bien, de verdad. Sabes hace cuánto no tengo amigas, una salida o un día de no ser una perra. Voy a practicar yoga contigo
Alonso sacó del agua con ayuda de sus amigos. Mily llamó de inmediato a su padre, él le dijo que estaba de camino con una ambulancia. Alessandro había enseñado a sus hijos algunas cosas que ninguno de ellos quería saber, RCP era uno de ellos, Alonso, intentó sacarle el agua de los pulmones a Priscila y con éxito lo logró al igual que hacerla despertar. —Pri, ¿qué tomaste?—preguntó Sebastian. —Uhh. —¿Tienes que decirme la verdad para que pueda ayudarte—pidió Alonso.—¿Intentaste suicidarte? —Dolor. Ansiedad—Respondió mientras tocía en busca de aire. — Maleta rosada —Isabela fue corriendo en busca de la maleta y no encontró los medicamentos, fue al baño, buscó en los cajones y revió todo, pero no estaban. —Sacó la maleta de mano para que le ayudasen a buscar, ella y Franco estaban desesperados, Samuel se acercó y buscó el forro, encontró las pastillas, codeína y fluoxetina, también encontró unas tafil y quetapina para d
Pamela Soto estaba en la sala de espera del Pieth, vio a los amigos nuevos de Lucrecia y tomó asiento. La joven apareció con el rostro serio y se acercó. A la mujer, ella sonrió y una risa se le escapó. —¿Qué vas a hacer?—preguntó Pamela.—Pegarme. —Voy a destruirte, a ti y el buen nombre de tu padre. Voy a acabar contigo. Te voy a devorar en la corte, en tu grupo social, en cada aspecto de su vida. Ahora nadie va a registrar aquí nada. Mi hija tuvo una salida del camino—Repitió la frase de la mujer. —No se trata de mí o de ti, se trata de Priscila. —Te da vergüenza ser una mala mamá o que la niña intentase suicidarse. —No soy en una mala mamá. Mi hija no intentó suicidarse y si fue así, si mi hija tiene una enfermedad mental lo voy a abordar apropiadamente, no voy a mentir, ni esconder, mucho menos hacerlo sentir como que es lo peor que ha pasado. Estoy segura de que la mamá del año hubiese preferido cán
Lucrecia regresó al piso en el que estaba su hija y los Pieth le agradecieron por semejante cena, Sebastian había encargado ya su sushi apropiado para él ella se sentó a su lado y le dio un abrazo. —¿Por qué es esto? —Eres tan snob como Priscila. —Sabía que tenía que tener un hijo perdido en nuestro grupo. Los dos rieron. —Gracias. —Lu, somos familia., —¿De qué hablan ustedes dos? —dijo Carrick mientras le entregaba el sushi a Sebastian. Alonso se acercó y se sentó al alado de su amigo. —¿Recuerda a Silvia? Tiene un arquitecto de jardines que está enamorado de Lucrecia, la vio pasar y dice Silvi que casi se desmaya. —Bueno, no es muy hombre si casi se desmaya —Agregó Alonso. —Yo veo a Julianne. Y tengo micro desmayos, pero no le digan. —Sebastian rio y Lucrecia le acarició la mejilla a Carrick mientras le veía divertida. —No le creas. —Que sí, que sí. —Los dos rieron
Lucrecia tomó el albornoz nervioso y salió corriendo de su habitación a la puerta con el teléfono en la mano. Le escribió un mensaje al portero para que le diera una plaza de apartamento a Alonso. Ella se vio en el reflejo del elevador y tocó todos los botones para devolverse. Necesitaba un poco de maquillaje. El joven vio al portero salir, le indicó el espacio en el que podía aparcarse de los puestos de invitados, le dijo que la señora Salomón estaba bajando. Alonso le dio las gracias y encendió un cigarro mientras cambiaba de emisora. ¿De qué vas a hablar? ¿Qué viniste a decir? Lucrecia estaba bajando con las pestañas arregladas, las cejas enceradas, lo mínimo de polvos y una media cola. Se volvió estaba difuminándose el labial mientras pensaba lo poco que quedaba por decirse entre Alonso y ellas dos tenían un mal carácter y los dos querían cosas diferentes. De las pocas cosas en común que compartían era el amor indiscutible por sus hij
Lucrecia y Alonso despertaron a las cuatro de la mañana. Alonso se disculpó para salir a una terraza y fumar un cigarro. Lucrecia se puso su camisa y fue a la cocina a poner un poco de café. Los dos necesitaban un espacio para la noche intensa que había compartido, era la combinación de sentimientos, de miedos y de sensaciones. Lucrecia le sentía todavía la sensación de las caricias de Alonso en su piel, no había lugar que no hubiese tocada ni parte de su cuerpo que no hubiese disfrutado de sus atenciones. Alonso por su lado mientras fumaba le observaba frotándose un pie contra el otro mientras se abrazaba a sí misma, no recordaba que el sexo fuese tan intenso como ara hacerle perder por completo la cabeza y después noquearle por horas. El joven salió de su escondite y fue hacia su secretaria la cual estaba sirviendo cafés. —Buen día. —Buen día—Dijo la joven y le dio el café con una sonrisa, pero su actitud era distante. —Creo que
Lucrecia salió del loft de Alonso y fue por su hija, la cual estaba jugando cartas con Olivia, las dos la vieron en una gabardina larguísima y grande. Olivia no se pudo resistir y preguntó a qué se debía el conjunto tan masculino. Ella les dijo que se había quedado dormida y uno de sus vecinos se lo presto. Priscila le dio las gracias nuevamente a Olivia, le dio un beso, y un abrazo. Su mamá hizo lo mismo. —Qué lindos tus vecinos.—comentó la pelirroja sarcástica.— ¿Sabes a quién no encontrábamos? —No tengo idea, pero, este es el primer abrazo que no disfruto. —Alonso. —Jumm. —Jumm—Respondió Olivia. Las dos se separaron y Olivia dejó claro que Priscila siempre era bienvenida, la joven sonrió y Lucrecia le vio divertida. —Siempre hay vino en esta casa. —Pobrecitos, Lucas y Luciano.—Dijo mientras le veía la barriga.—Van a salir tan borrachos. —Adiós. Me gustan los nombres, eso es lo peor —Respondió la m
Lucrecia y Pri fueron a un día de chicas a la feria. De verdad que se rieron y no tuvieron tiempo de sentirse mal por la humillación que habían vivido en el restaurante. Lucrecia arrastró a su hija a una de las cabinas, se tomaron fotos divertidas y las dos volvieron a funcionar la máquina para que ambas tuviesen su propia línea. Pri le regaló a su mamá la versión seria y elegante de la sesión y Lucrecia aceptó las suyas, la mamá y la hija fueron por dos tarros de palomitas de maíz mixtas, caramelo, mantequilla, las favoritas de Pri, antes de volver a casa. Lucrecia en su viaje en taxi estaba un poco triste y Pri lo notó. Se sentía avergonzada, ridícula y desilusionada por haber intentado, amar le parecía más una ilusión cada segundo que pasaba se daba cuenta de que no estaba lista y el amor en sí no estaba enamorado de ella. Cuando llegaron a casa la joven tomó la mano de su hija y le dio las gracias por una tarde de aventuras y más aventuras. En el elev
Alonso estaba conduciendo velozmente por la ciudad, sin rumbo alguno hasta que encontró una floristería y verduleros juntos. Se aparcó y salió del auto. Fue primero a la verdulería les pidió las mejores peras, pequeñas y de otros colores. Después de verificar que estuviesen buenas las llevo a la floristería. Alonso sonrió a la dependiente y le preguntó si podía hacer un arreglo con peras la mujer dio y contestó puedo hacer un arreglo con nuggets de pollo. Los dos rieron y Alonso le pidió margaritas y lirios blancos. El hombre le dejó una nota a Lucrecia y dio la dirección de su oficina y su casa, fue muy enfática en que le dieran el arreglo personalmente sin excepción. Dejo una propina muy generosa y se fue al cementerio. Cuando estaba en el auto recibió una llamada de Verónica. —Verónica. ¿Qué pasa? —Tenemos un problema. —dijo agobiada.—Lauren y Samuel se escaparon. El guarda no pudo detenerlos. Se subier