A las ocho de la mañana, llegaron Milly y Henry a buscarme. Me duché en el baño de la habitación y me vestí con ropa ligera y unos zapatos deportivos que Milly me había llevado esa mañana. También me entregó un bolso pequeño, que contenía mi billetera y mi teléfono. Uno de los choferes nos estaba esperando afuera del hospital y partimos rumbo a la consulta con el psicólogo. Cuando llegamos, Milly le preguntó a la recepcionista cuánto duraba la sesión, puesto que ella debía salir un momento con Henry a hacer unas cosas.—La duración va a depender de cómo venga el paciente, su estado mental y emocional, puede ser una hora o un poco más, porque será su primera sesión— le contestó la chica.—Mamá, vayan tranquilos. Si salgo antes, los espero, no hay problema— le dije tocando su hombro.—Está bien, Ivanna, pero no te vayas a ir sin nosotros, por favor, espéranos.—Sí, tranquila, acá estaré— le contesté.Una hora con quince minutos después, estaba saliendo de la consulta y no había rastros
Entramos a la empresa y las personas me recibieron con amabilidad. Traté de caminar lo más erguida posible, sin demostrar que, aún no me sentía en mi cien por ciento. Saludé a todos con un “buenos días” y aparenté lo mejor que pude. Era obvio que las personas no habían creído eso de las vacaciones largas. Yo era viuda ahora y eso no tenía mayor explicación. Sabía que en esos meses yo había cambiado mucho. Mi aspecto estaba distinto, eso lo tenía claro. Estaba mucho más delgada, ojerosa y pálida por la falta de sol. Algo había cambiado en mí internamente, de manera rotunda y eso era muy visible en el exterior.Cuando nos subimos al ascensor y se cerraron las puertas, Máximo tomó mi mano y la apretó fuerte. Fue su forma de decirme que no me dejaría sola en ese momento. Cuando el ascensor llegó al último piso, trató de soltarme, pero no fui capaz de soltar su agarre. Si me soltaba, me desvanecería entre el nerviosismo, la tristeza y la rabia por no ver a Arthur en su oficina. Al parecer
Las últimas semanas que estuve en casa, cada mañana a las seis en punto, llegaba Máximo para hacer una rutina de ejercicios juntos. Comenzábamos trotando en el prado de mi casa veinte minutos. Terminaba cansadísima, realmente estaba en muy mala condición física. Luego, seguía una rutina de abdominales, donde siempre competíamos por quién lograba hacer más abdominales y no había que olvidar las sentadillas, otra tanda de competencia, para ver quién lograba romper su propio récord del día anterior y luego continuábamos con más ejercicios. Así estábamos una hora, hasta las siete de la mañana, cuando él debía volver a casa de sus padres para desayunar e irse al trabajo. A veces desayunaba conmigo y luego yo lo acercaba a su casa en uno de los autos. Vivíamos cerca, pero después de comer, era muy mala idea seguir trotando. Así que, lo iba a dejar a la casa de sus padres y luego yo volvía a mi rutina diaria. Desayunar, jugar un rato con Aukan y Narciso, claro, cuando éste último quería; ves
Máximo me fue contando sobre su día mientras íbamos en el auto, era como si su confesión no hubiese cambiado en nada su actitud hacia mí. Me gustaba que fuera así, tan sincero y espontáneo.Una vez que llegamos a mi casa, le pregunté si se quedaría a cenar.—No creo que sea correcto, me declaré hace un rato y no quiero que pienses mal de mí.—Jamás pensaría mal de ti.—Sí lo hiciste, cuando mi mamá te contaba sobre mis desenfrenos— me reí, porque era verdad.—Bueno, sí, pensé que eras un idiota, pendejo e irresponsable, pero has madurado y has cambiado, eso es algo bueno.—Lo sé… Tú me hiciste cambiar— lo miré y vi en sus ojos mucha ternura.—Entonces… ¿Te quedarás a cenar? ¿O no quieres? — le dije cambiando de tema.—Solo si tú quieres.—Me pediste que no te alejara— le contesté siendo obvia.—Y yo no me quiero alejar… Nunca— le sonreí, porque a pesar de todo, tampoco quería que se alejara de mí —Está bien, entremos— me contestó. Nos bajamos del auto y entramos a casa juntos.Durante
Desperté de repente. Estaba soñando con Arthur. Hace tiempo no lo hacía. Estaba de blanco como siempre, en un prado extenso. Me miraba a lo lejos, pero no me llamaba. Simplemente caminaba en dirección a donde yo estaba, sentada en un columpio que colgaba bajo un árbol grande y cargado de verde. De un verde claro intenso. La brisa levantaba mis cabellos y los de Arthur. Su barba se veía hermosa, él se veía hermoso. Cuando estaba mucho más cerca de mí me gritó “te amo, Ivanna” y me sonrió, con esa sonrisa que solo me pertenecía a mí. “Te amo, Arthur” le grité. Me sentía feliz. “Debes volver, amor” me gritó mientras caminaba hacia mí con su sonrisa. “¿Por qué?” le grité, no entendía a qué se refería. “Debes volver” seguía gritándome. Cuando me quise bajar del columpio para correr y alcanzarlo, desperté de golpe.Ese sueño fue distinto. Muy diferente a los otros que había tenido con Arthur hace un tiempo atrás. Ahora me hablaba directamente. No fue una conversación como tal, pero lo sentí
Durante la mañana, estuve ocupada con muchas reuniones. Debía ponerme al día con todas las empresas. Había estado ausente por mucho tiempo. A las dos de la tarde, ya tenía todo ordenado, sabía cómo estaba cada empresa y todo lo que debía hacer desde ahora en adelante. Solo recibí un mensaje de Máximo en la mañana, pidiéndome que le avisara, apenas llegase a la oficina, si es que había llegado bien. Solo le respondí el mensaje con un “eres un amigo muy controlador. Llegué bien”, pero no me contestó. Quizá estaba muy ocupado.A las cinco con treinta minutos de la tarde, estaba lista para partir a mi junta “solo de chicas”. Pero sabía, en el fondo, que Máximo encontraría la excusa para llegar al lugar. Me subí al auto, salí del estacionamiento y emprendí marcha hasta el bar, donde siempre nos juntábamos con las chicas durante esos años. Comenzaba con un after hour a las seis de la tarde y a las diez de la noche se transformaba en una discoteque. Era un lugar muy concurrido y popular. Era
Los días siguieron pasando, entre el trabajo, las empresas, las juntas con las chicas, las visitas y salidas con Máximo a cenar, a almorzar o simplemente a caminar. Todos los sábados, a las nueve de la mañana, debía estar sentada en la consulta con el psicólogo, por recomendación expresa de él. Por un momento, quise abandonar la terapia, pero me dio miedo volver a retroceder, así que, continué yendo. Máximo me llevaba cada sábado, luego almorzábamos en el centro y en la tarde nos bañábamos en la piscina de mi casa.Para mi cumpleaños, el dieciocho de julio, Máximo me invitó a desayunar al centro de la ciudad. Era domingo y había un clima exquisito. Después del desayuno paseamos por el centro tomados de la mano. Parecíamos una pareja feliz, conversando y riendo por cualquier cosa. Cuando llegamos a mi casa, había muchos autos afuera. Me asusté por un segundo, pero luego recordé que era mi cumpleaños y de seguro Milly y Henry habían preparado alguna sorpresa en complicidad con Máximo.—
La siguiente semana fue maravillosa. Compré una editorial alemana que estaba casi en la quiebra y por un muy buen precio. Los abogados no aguantaron más sus vacaciones y regresaron una semana antes. Me enojé mucho con ellos, porque les había pagado un viaje en crucero por tres semanas para que se desconectaran de todo, pero no dio resultado. Estos hombres nunca paraban. Según me contaron, a las dos semanas, se miraron entre los tres y se preguntaron “¿qué hacemos acá?”. Se despidieron de sus familias, quienes se quedaron otra semana más en el crucero y ellos se bajaron en una parada que el barco había hecho en Europa. Tomaron el primer vuelo de vuelta y el lunes, un día después de mi cumpleaños, aparecieron en la oficina. Creo que les grité un poco. Lucía no se aguantó la risa y yo me enojé con ella también. Los abogados me pidieron disculpas, pero, realmente, no querían seguir de vacaciones. Me dijeron que no los obligara, porque el trabajo era su vida. Terminé aceptando y diciéndole