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Capítulo3 Julio César
Justo después de que Camila terminó de hablar, Sofía ya estaba fuera de la oficina, caminando hacia la sala de emergencias. Pronto, ambas llegaron allí, donde vieron a un grupo de personas reunidas. Se oían débiles sollozos entre la multitud.

—¡Por favor, salve a mi esposo, doctor! Se lo suplico. Sólo tiene 45 años. No puedo vivir sin él.

—No se preocupe, le estamos haciendo un examen ahora mismo. Sólo entenderemos su estado cuando estén los resultados de las pruebas.

Al ver eso, Camila jaló a Sofía mientras se escurría entre la multitud.

—¡Permiso! Llegó la doctora.

Al oír eso, los familiares de la paciente le cedieron el paso rápidamente, permitiéndole entrar a la sala de urgencias.

—¿Qué ha pasado?— preguntó de inmediato Sofía.

—El paciente tuvo un accidente de carro y ahora tiene una hemorragia cerebral. Estamos comprobando cuánta sangre ha perdido, pero su situación no parece muy optimista.

Aunque el médico que atendía la sala de urgencias no conocía a Sofía, decidió que no era necesaria una presentación cuando vio en su placa de identificación que era la subdirectora del departamento de neurocirugía.

—Aquí está el TAC de su cabeza—informó en voz alta una enfermera mientras les entregaba el informe.

Al examinar el informe, el médico de urgencias frunció el ceño y comentó al instante.

—La situación es muy grave. Dada la gran cantidad de hemorragia, está sufriendo una hernia cerebral debido al aumento de la presión intracraneal. Hay que operarle de inmediato.

Tras analizar el informe, Sofía asintió con un movimiento de cabeza y dijo.

—De acuerdo, organicemos una intervención quirúrgica.

—Pero...—empezó el médico de urgencias, algo apenado—, nuestro hospital no está capacitado para esta operación. La craneotomía no era una operación corriente. Enviemos al paciente a un hospital mejor—sugirió.

—La hernia cerebral está oprimiendo su centro respiratorio. Morirá en media hora si no le operamos de inmediato. ¿Seguro que podemos llevarlo a otro hospital a tiempo?—preguntó Sofía con seriedad.

—Pero aquí no hay médicos capaces de realizar esta operación. ¿Qué podemos hacer si no lo enviamos a otro hospital?—preguntó impotente el médico de urgencias.

—¡Yo lo haré!—declaró Sofía.

—¿Lo harás?—preguntó incrédulo.

Había oído cómo un médico externo había conseguido el puesto de subdirector del departamento de neurocirugía. Supuso que la mujer que tenía delante era esa persona. ¿De verdad era capaz de una operación tan compleja?

—¿Cirugía? ¿De qué operación se trata?—preguntó la esposa del paciente, que por fin se daba cuenta de la terrible situación. El pánico se reflejaba en su rostro.

Sofía le explicó pacientemente.

—Su esposo se encuentra en estado crítico. Debido a la hemorragia cerebral, la presión intracraneal es alta, lo que ha provocado una hernia cerebral. Hay que hacerle una craneotomía de inmediato.

—¿Qué?—preguntó la esposa y luego gritó—. ¡No! La craneotomía suena muy peligrosa. ¿Y si no se despierta?

Aunque Sofía llevaba una mascarilla, la esposa del paciente pudo darse cuenta por su voz de que era muy joven. ¿Sería capaz de realizar la operación una doctora tan joven como Sofía?

—Por favor, cálmese primero—intervino Sofía, levantando la voz de repente. Todos se callaron al instante.

—Comprendo cómo se siente ahora, pero no podemos perder tiempo dada la situación de su esposo. Debe ser operado de inmediato. Soy la doctora López, subdirectora del servicio de neurocirugía del Hospital de Guadalajara. Me encargaré de la operación de su esposo. Tenga la seguridad de que me esforzaré al máximo.

Ningún médico prometería jamás una cirugía exitosa.

—¿La doctora López? No había oído hablar de ella.

—Así es. Debe estar asustándonos. Probablemente su estado no sea tan grave.

—Ah, todo lo que hacen los médicos es mentirnos para poder ganar más dinero con la cirugía.

La esposa del paciente estaba lista para firmar el consentimiento de la cirugía. Sin embargo, al oír los murmullos de sus familiares, dudó.

—Creo que deberíamos trasladarlo a un hospital más grande—dijo uno de ellos.

—¡No, no se le puede trasladar!—advirtió Sofía con severidad mientras cogía el altavoz—. Se tarda al menos dos horas en llegar al hospital más cercano. Su esposo no tiene tanto tiempo.

—¡No le hagas caso! Sólo quiere asustarte. ¿Quién se cree que es? ¿Cómo podemos confiar en ella? Si quiere que le creamos, será mejor que el director del hospital responda por ella. Si no, deberíamos trasladarlo de inmediato a otro hospital.

Sus palabras convencieron a la mujer del paciente. Si el director del hospital respondía por Sofía, demostraría que era competente.

Sofía se sintió frustrada por toda la situación. Ahora no era el momento, el tiempo apremiaba.

Se sentía impotente porque no podía hacer nada para impedirlo. Sin embargo, si permitía que se llevaran al paciente, ¿no estaría sentenciándolo a muerte? Así que agarró el teléfono y se dispuso a llamar al director. En cualquier caso, la vida de una persona era más importante.

—¡Yo respondo por ella!—interrumpió una voz grave.

Todos se giraron para mirar el origen de la voz. Detrás de ellos había un hombre vestido con un traje negro entallado, que irradiaba confianza.

—Soy Julio César, el presidente del Grupo César. Si respondo por ella, ¿le parece suficiente?—preguntó mirando a la esposa del paciente.
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