Alice estaba entretenida viendo a la rubia toda coqueta hablando con Scott, hasta que lo vio girarse bruscamente en su dirección con una cara de sorpresa, entonces fue consciente de lo que sucedía a su alrededor. Christopher arrodillado bien allí a sus pies con una cajita de tercio pelo abierta, dentro un anillo con una piedra de diamante enorme, la música se había parado y todos los invitados los miraban con expectación. –Alice mi vida, ¿quieres casarte conmigo? – Christopher tenía la más hermosa de las sonrisas dibujada en la cara. Era un hombre moreno extremadamente atractivo y Alice podía ver aquellos ojos marrones llenos de esperanza, esperando una respuesta de ella. Cualquier mujer en su lugar se hubiera lanzado a su cuello saltando de felicidad, pero Alice seguía petrificada con la actitud de Scott y aceptar la propuesta de matrimonio de un hombre mientras que estaba mojada por otro debía ser la cosa más cruel del mundo. Alice vio como Christopher levantaba un poco más el ani
Alice llegó a la entrada del restaurante y le pareció extremadamente raro que no hubiera una cola enorme para entrar, como era de costumbre. Era uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad y todos tenían conocimiento de que era el favorito de la familia Bush, por lo tanto, siempre habían clientes. Dos hombres enormes estaban en la entrada, debían ser de la seguridad, otra cosa fuera de lo común porque nunca había seguridad en la entrada, a menos que hubiera alguien importante en el restaurante aquella noche. Alice pasó la puerta giratoria de la entrada principal y una chica muy elegante la recibió con una amable sonrisa. –¿Señorita Johnson? – la chica preguntó y Alice dudó unos segundos, luego asintió. –Sígame hasta el Cabinet Room, si es usted tan amable. –Disculpa, pero creo que hubo una equivocación, yo reservé una mesa normal en la azotea… –Su prometido realizó unos cambios en la reserva señorita. Reservó todo el restaurante para vosotros esta noche, me imagino que será
Scott estaba perdido en placer enterrado profundamente en la boca de Alice. Se había olvidado del mundo, solo era capaz de escuchar sus gemidos, ver las maravillosas lágrimas que saltaban de sus ojos y su mirada llena de lujuria. Era un milagro que no se hubiera corrido solo con el roce de su lengua y la presión de su garganta alrededor de su miembro lo tenía en un abismo listo para caer. Sentía una fuerte presión subiendo hasta la punta de su pene y enredó sus manos en los cabellos de Alice para hundirse más en su boca. La vio sonreír con malicia y no pudo soportar más, se dejó ir echando la cabeza hacia atrás cerrando los ojos y gimiendo de placer. Respiró profundo mientras la veía limpiarlo cuidadosamente con su lengua para no perderse nada. Amaba eso de Alice, que delante de todos era una mujer elegante y sofisticada, pero cuando estaban solos era otra persona. Era una mujer que no sentía miedo ni vergüenza en dejarse llevar por sus instintos más primitivos, era una completa per
Pitt había llevado Alice a casa y ella aceptó sin protestar, no estaba en condiciones de rechazar su oferta. A parte de que no dejaba de temblar, se había quedado sin su vestido. Por suerte su gabardina era lo suficientemente grande para disimular su desnudez. Cuando Alice entró a su departamento lo último que hubiera deseado era encontrar a su conciencia personificada. Candy estaba sentada en el sofá con uno de sus pijamas puestos y viendo la tele. –¿Candy que estás haciendo aquí? – Alice preguntó con cansancio. –Tú me has pedido que viniera, ¿no te acuerdas? Ya lo sabes, para ser tu excusa caso Christopher quisiera llevarte a su casa, pero ahora que te veo creo que no necesitaron una casa, ni una cama. – Candy la miraba de arriba abajo incrédula, mientras sujetaba con las dos manos una taza de chocolate caliente. –¿Qué te pasa en las piernas? Parece que estás empezando a dar tus primeros pasos. –Se burló y vio como Alice ponía los ojos en blanco. Alice bajo la cabeza y se dio l
Scott estaba organizando todo para empezar a recibir la maquinaria para la expansión de la refinería y también tenía que revisar algunos contratos. Boris le enseñaba todo lo que necesitaba y él aprendía rápido, pero era un trabajo de toda una vida y él solo llevaba meses. Miró su a ventanal y se dio cuenta que ya era de madrugada. Tuvo que mudarse a Washington por Alice, quería estar cerca de ella, con los dos nombres que la seguían las veinticuatro horas desde hacía ya dos semanas, para él no era suficiente. Escuchó su teléfono sonar y se acercó para mirar la pantalla. –¿Qué pasa Danny? –Contestó con una voz ronca porque ya se caía de sueño. –¡¡TEMPESTAD SUBIENDO!! –Gritó Danny del otro lado de la línea y Scott se despejó al instante. –¿De qué hablas Danny, no puedes ser más claro? —Scott preguntó con impaciencia, odiaba cuando hablaban con códigos. –Alice está ahora mismo esperando el ascensor para subir en tu edificio. –¿Se puede saber qué hace aquí? –Scott preguntó enojado. –
Alice despertó escuchando las gotas de lluvia contra los enormes ventanales de la habitación de Scott. Estiró la mano para buscarlo en la cama, pero se dio la vuelta al darse cuenta de que estaba sola. Se sentó en la cama sujetando la sabana contra su pecho y miró alrededor. Era una habitación lujosa, pero a la vez muy fría. toda la decoración se resumía a los acabados en madera y el color negro mate. Alice salió de la cama y agarró una camiseta blanca que había sobre un sillón, con varias prendas de ropa encima. Sonrió al recordar la habitación de Scott en el granero, había una silla que cumplía la misma función. Llevó la camiseta hasta su nariz e inhaló aquel olor a tierra mojada, ese olor a motero de pueblo que no se le había quitado ni con el perfume más caro y Alice amaba ese olor. Salió de la habitación y observó que los grandes ventanales formaban una enorme pared de cristal compartida entre en salón y la habitación, se podía ver toda la ciudad, eran unas vistas hermosas. Sco
Todo el dolor, la desolación y el desespero que Alice luchó durante seis años para superar, Scott lo estaba probando en aquel momento. No sabía si se sentía culpable o si estaba a punto de maldecir a Dios por no permitir que tuviera un solo momento de paz en su vida. Acababa de abandonar un infierno y ya estaba entrando en otro. Era insoportable imaginar cómo sus vidas hubieran sido diferentes. Darse cuenta de que Isaiah tenía razón era abrumador. Alice y él habían pagado por los pecados de otros y habían pagado con el bien más preciado habían tenido, la vida de su bebé. –¿Cuándo paso? –Scott preguntó con la voz quebrada. Alice había ocultado su rostro entre las manos, y Scott podía sentir la aflicción de su llanto. Intentó consolarla, pero ella se alejaba. –¿Me... merecía esto…verdad? Estoy…pagando…no tenía derecho a…–Alice balbuceaba y verla así le provocaba a Scott un fuerte sentimiento de congoja. –¡No digas eso mi niña! Por favor no hagas caso a mis palabras, solo estaba enoj
Habían pasado horas desde que Scott y Alice habían decidido sacar sus verdades a la luz. Alice se había quedado dormida en sus brazos y Scott había decidido que estaría más cómoda en la cama, así que la llevó hasta la habitación. Los dos necesitaban descansar, no había sido un día fácil y los siguientes tampoco lo serían. Scott había intentado dormir, pero era imposible pegar ojo, entonces solo se había sentado en un sillón delante de su cama para observar a Alice durante horas. Alice abrió los ojos y parpadeó un par de veces intentando adaptar su visión, en la oscuridad de la habitación. Su mirada se encontró con la de Scott. Se miraron durante unos minutos, como si fuera la primera vez. Alice se levantó de la cama y caminó hasta Scott y se puso delante de él. Los ojos de Scott se quedaron a la altura de su vientre. Scott puso sus manos sobre sus caderas por dentro de la camiseta que Alice llevaba puesta. Ella no tardó en quitársela y terminar de desnudarse para él. Scott dejó un