La sangre

Como siempre el almuerzo de mamá estuvo exquisito: un pasticho de carne suculento, Emanuel comió su parte compitiendo con papá, mamá sirvió partes casi iguales, el humo que surgía  de los trozos iba acompañado de un aroma de hierbas y condimentos deliciosos, también horneo pan con ajo y mantequilla, batió jugo de guanábana y coloco pedazos de torta de chocolate en cada uno de los extremos de la mesa del comedor, un almuerzo de deleite fue el que nos dimos.

El resto de la tarde pasó lentamente, teníamos un televisor en la sala para toda la familia, la poca señal que llegaba alcanzaba solo para ver dos canales, para Emanuel era suficiente, se deleitaba con cualquier caricatura y más de una vez había caído desternillado de la risa

            Papá se encargaba de revisar la clase del día siguiente, repasaba las tareas con Emanuel y algunas veces se ocupaba de adelantarme algún problema de matemáticas. Luego de la conversación que tuviéramos camino a casa la curiosidad en mi interior siempre había existido en mi interior se encontraba agrandada. Tenía que recordar los nombres de los abuelos como papá y mamá, los padres de mamá se llamaban Leticia y Gilberto, los otros serian simplemente mamá y papá. Por otro lado, ahora que veía a mi familia en cada de sus ocupaciones recordaba las palabras de la maestra de quinto grado: La sangre es más espesa en el agua. ¿Qué significaba? ¿Qué no podíamos olvidar por quienes habíamos venido al mundo? ¿Qué la familia era y sería por siempre parte de cada uno de nosotros? Tenía dolor de cabeza de tanto pensar en lo mismo. Mamá decía que: el pasado venia en busca del presente, había escuchado eso una vez de mamá cuando se lo dijo a papá una vez cuando este limpiaba la bicicleta de Emanuel. ¿Se trataría de lo mismo? Quizás mamá si necesitaba saber de esa familia que habíamos dejado atrás. Tal vez para papá finja una tranquilidad que no poseía.

            Cerca de las cinco de la tarde mamá salió con su regadera al pequeño jardín de la entrada para consentir sus flores, llevaba puesto un pantalón pescador beige y una franela larga naranja, lucía muy juvenil aunque contaba ya con treinta dos años, llevaba el cabello negro y lacio recogida con una diminuta cola, años antes lo había llevado largo pero en cuanto cumplió treinta, decidió que los años se le notarían más teniéndolo así, me descubrió en la entrada y me sonrió.

-Acompáñame, voy a deshacerme de las hojas marchitas. – Yo bajé los tres escalones que separaban la entrada del porche, por esa calle pocos carros transitaban, uno que otro vecino que iba o venia, la mayoría no tenía carro pues las mayoría de las familias eran muy modestas. – Nunca debes descuidar el jardín, las flores son muy delicadas, mucho sol se queman, mucho agua se ahogan.

La escuchaba atenta, tenía unas manos delicadas que pasaba por el talle de las plantas y arrebataba las hojas marchitas, luego acariciaba las flores y por sectores las regaba.

-Mamá ¿Eras feliz cuando eras pequeña?

Se volteó de pronto, me pareció que leía mi mente.

-Muy feliz. – Respondió con una sonrisa.

-Cuando conociste a papá… ¿supiste de una vez que estabas enamorada? ¿Qué él era el hombre de tu vida?

-¿De dónde sacas esas cosas María? – Mamá sonrió

-No tiene nada de malo, voy a cumplir doce años mamá

-Tienes razón, tendrás curiosidades, tus amigos y tu hablaran de chicos, por favor María Victoria prométeme que tendrás prudencia, tu suerte será para ti misma no para mí, y tu felicidad será la nuestra

-Respóndeme entonces mamá. ¿Cómo supiste que papá era el hombre de tu vida? ¿Por su físico, su voz, por qué mamá?

Mamá rio ingenua

-Por muchas razones hija, cuando conocí a tu padre era un hombre solitario, mamá tenía toda la vida visitando su casa para confeccionar la lencería, año tras año realizaba ocho o diez confecciones nuevas, siempre iba sola, pero cuando cumplí los dieciocho años decidió que era hora de que aprendiera su oficio ahora que había salido yo de secundaria y comenzaría los estudios de enfermería. No fue amor a primera vista porque tu padre tenía un hermano gemelo. - ¿Gemelo? Me salto el corazón, papá no menciono nunca que Joel era su hermano gemelo – Joel, así se llama tu tío, no sé si lo hemos mencionado antes, aunque temo que no, Arturo no le gusta hablar de su familia. – No quise interrumpir su historia pero luego le preguntaría ¿Por qué a papá no le gustaba hablar de su familia? – Bueno, en fin, tu abuela…

-¿Cuál es el nombre de la abuela mamá?

Mamá rió, rió tan fuerte que un escalofrío me sacudió

-Disculpa que me ría hija, pero tu padre me ha prohibido siempre mencionar los nombres de tus abuelos y ahora que estas crecida y sientes curiosidad por saber de dónde vienes corrobora mi actitud ante su negativa de exponer la realidad. – Levanto la mano y me hizo una caricia en el cabello. – Tu abuela se llama Orquídea, Doña Orquídea de Ríos la llamaba mamá y casi todo el mundo, Joel acompañaba a Doña Orquídea en casi todas sus reuniones, me entere después que ella lo había escogido a él como su compañero porque tu abuela nunca tenía tiempo para sus reuniones y tu padre no simpatizaba con el carácter de su madre y mucho menos con el de su hermano. Así que primero conocí fue a tu tío, y una hora y media después conocí  a tu padre, en realidad salí huyendo de la salita de estar en donde mamá y Doña Orquídea hablaban de los nuevos diseños.

-¿Huiste?

-Sí. – Me tomo de la mano con fuerza y fijo en mí sus ojos oscuros. – Nunca he apoyado a tu padre en no contarles ni a ti ni a tu hermano el carácter de su familia, pero debes prometerme que no permitirás que tu tío Joel se acerque a ti

- ¡Mamá! – Se humedecieron mis ojos y solo lo descubrí cuando las lágrimas corrieron por mis mejillas, era tal el terror en mis ojos que me llenaron de miedo.

-Siente miedo si hija, él aprendió muy bien las malas artes de tu abuela Orquídea, es cruel y taimado, ese día huí de la salita porque su mirada perversa no la apartaba de mí, cuando encontré a tu padre me sorprendió el parecido pero al mirar sus ojos verdes tan diferentes, escuchar su voz descubrí que se trataba de Dios y el Diablo.

-¿Entonces si fue amor a primera vista? – Me había calmado pero las lágrimas no cesaban estaba arrepentida de haber iniciado aquella conversación

-Entonces sí – Se suavizo su mirada – A partir de ese día descubrimos que teníamos muchas cosas en común y nació el amor

-Pero tú eras la hija de la costurera

-Así es, los Ríos son una familia reconocida y a los Alfares sólo los conocían las dueñas de casa cuando solicitaban sus servicios

-Que hermosa es tu historia mamá. – Dije esto sin sentirlo porque a pesar de los pequeños rayos de luz que habían iluminado su rostro cuando hablaba de papá, el resto del tiempo sólo estuvo rodeado de sombras. Ya no sentía mis piernas por la posición en la que estaba sentada en el quicio de la casa  y la charla de mamá me había preocupado. – Pero aun así mamá, creo que exageran con respecto a la familia de papá, el tiempo ha pasado y tú misma has dicho que solo el tiempo cura las heridas, tal vez ellos deseen volver a ver a papá y conocer a sus hijos.

-Nosotros no somos importantes para ellos María Victoria

-No puedes asegurarlo

-María… - Escondió mi cabellos detrás de mí oreja. – Debes prometerme lo que te dije antes, no te acerques a Joel y si alguna vez él intenta acercarse a ti huye

-¿Cómo? Mamá me asustas

-Reconocerás en su mirada que a pesar de ser idéntico a tu padre, no se trata de él

La miraba directamente a los ojos, brillaban y ya no eran los ojos de mi madre, mi madre  cariñosa y atenta, la buena cocinera, la que levantaba a Emanuel cuando convulsionaba o tenía fiebre.

-Te lo prometo mamá, y si por alguna razón no puedo huir de él me defenderé de cómo las buenas

-Así se habla, tengo fe en eso

Sonrió y la presión de sus labios se alejó, sus ojos volvieron a ser tenues y dulces ¿Dios y el Diablo? ¿Era tanta la maldad de mi tío? – Mamá hizo un gesto para levantarse y cuando intente secundarla una gota de sangre cayó en mi mano, la miré a ella de inmediato, en otras ocasiones había sangrado por la nariz y ella siempre dijo que era la presión, se llevó la mano a la  cara y se cubrió la nariz.

-Llama a tu padre María me siento mareada

Antes de moverme mamá se desplomo, por mi culpa, por hacer tantas preguntas.

-¡Papá…!

El Doctor Caster vivía a tres casas de las nuestras, él y su esposa, la señora Leticia, habitaban solos en la casa, eran nuestros mejores vecinos, ambos americanos que adoraban nuestro país, papá nunca nos había dotado de un auto, más el Doctor solía cedérselo cada vez que queríamos salir de vacaciones o simplemente ir a la ciudad, el Doctor Caster le había insistido varias veces a papá para que pasara el carro a nuestra casa porque el ya no gustaba de conducir, la pareja se trasladaba en taxi o iban caminando a los diferentes lugares, papá tomaba el auto cada vez que lo necesitábamos pero nunca lo paso a nuestra casa.

Papá había salido de la casa con una velocidad increíble, cuando vio a mamá desplomada en mis brazos, con la poca fuerza que yo podía sacar, palideció. Para él fue como levantar una de las almohadas desinfladas de Emanuel, la metió a la casa y fue directo al cuarto, mamá aun sangraba por la nariz pero él no paraba de besarla. Emanuel grito muy asustado.

-¡Mamá, mamita abre los ojos! – No hizo falta que papa me ordenara que hacer, sabía que debía ir a buscar al Doctor Caster de inmediato, mientras corría por la acera las lágrimas empañaban mi visión, nunca había visto a mamá tan pálida y menos inconsciente, me culpa mil veces por haber sido tan insistente, por haber traído a ella algún recuerdo preocupante, algún deseo odioso de venganza o traer el miedo a su mente causando el desmayo. El Doctor Caster se alisto de inmediato y con sus pantuflas salió a la calle contaba quizás con unos cincuenta años de edad, era alto y erguido, su cabello parecía no envejecer, aunque sus bigotes poblados si estaban algo grises, ojos azules y una boca bien delineada. En otras ocasiones había tenido que ir corriendo a casa, Emanuel solía tener fiebres muy altas y tras ellas una segura convulsión así que el Doctor llegaba a casa rutinariamente.

Ahora mamá se encontraba a solas con él en su habitación, cuando llegamos ya había recobrado el sentido y tras mirarnos sonrió, yo me tranquilicé, casi no tenía aire así que me desplome en el mueble de la sala junto a Emanuel, papá caminaba de un sitio a otro, llevaba la camisa ensangrentada y una expresión muy triste en el rostro.

Emanuel sollozaba, retire el lacio cabello de su  frente y tome su mano.

-Tranquilo Emanuel, las personas suelen enfermar, nuestra madre no está exenta de eso, debes permanecer tranquilo para no ponerla nerviosa.

El levanto la carita redonda y con sus oscuros ojos cristalizados me miró, era más ánimo para mí que para él.

-¿Le dolerá eso a mamá?

-No creo. – Busque a papá y lo encontré parado en la cocina, apoyado en la ventana contemplaba el anochecer por la ventana. – Mamá siempre se ha quejado del calor, seguramente el rato que pasamos en el jardín la irritó.

Pareció convencido, yo me levante con cuidado y fui a la cocina, temía acercarme a papá pero me aproximé

-Papi  - No sé qué tan bajito hable, casi ni me escuché pero él se volvió a verme

-Dime hija. – Tenía los ojos enrojecidos y un semblante de preocupación.

-Quería decirte que me siento muy mal por lo que le ha pasado a mamá, ella y yo estábamos hablando de ustedes

-¿De nosotros?

-De ustedes, sí. De cuando se conocieron, de su primer amor, ella me… - Estallé en llanto. – soy culpable papá, no debí insistir en que me hablará de tu familia, pero yo tenía tanta curiosidad.

-No, no María Victoria. – Creo que por un momento dejo de pensar en mamá y se acercó a consolarme, cuando me abrazaba yo podía descansar mi rostro en su pecho, escuchar su corazón y sentir su rico abrazo paterno protegerme – Tu madre no ha enfermado por tu culpa, despreocúpate pequeña mía – Me tomo por la barbilla y levantó mi rostro. No llores, - secó mis lágrimas con cariño. – si tu madre te ve con los ojos hinchados comenzara a ponerte compresas de manzanilla, a darte desinflamatorios y pare de contar. –reímos los dos y justo salió el Doctor Caster de la recamara de mamá. Papá acudió a él de inmediato, yo  lo seguí y Emanuel nos alcanzó.

-Está dormida. – Dijo para comenzar, dejó el maletín sobre la mesa de la sala, se subió los pantalones del muslo y tomo asiento. – Siéntense ¿Puedo fumar? – No espero la respuesta aunque papá iba a decir que sí, sacó un cigarrillo, lo encendió, aspiró y botó el humo. – Lourdes no está bien Arturo, quiero hablarte de su salud en presencia de los niños porque ellos deben colaborar. Papá se fue sentando lentamente sin desprender los ojos del doctor. – No tienes por qué alarmarte que no es tan grave, por lo menos por ahora, por sus síntomas presiento debe de tener alguna molestia, por decirlo así, - Nos miró. – a nivel de la cabeza. Ella tiene una vida muy tranquila, tú la hacer muy feliz, sus hijos son maravillosos, no tienen problemas económicos, no pueden ser problemas de tensión. Recuerda ella que de pequeña sangro por la nariz en varias ocasiones, todas cuando visitaba el mar, ella asegura que sufre de cierta irritación, yo en varias ocasiones le he aconsejado se realice unos exámenes para corroborar eso. – Sacudió la ceniza del cigarrillo con un golpecito del dedo índice, volvió aspirar y esta vez hablo al mismo tiempo que el humo escapaba de su boca, entrelazándose con los bigotes. – Las enfermedades llegan en ocasiones por descuidos propios, Lourdes es una muchacha joven, fuerte, le he exigido, así es, ¡exigido, y eso va contigo también Arturo! Que después de que se termine el periodo escolar, que para eso falta un mes, vaya a realizarse la lista de pruebas que le he dejado escritas sobre la mesita. ¡Nada de vacaciones! – Grito esta vez más fuerte – Hasta que no me entregue los resultados

-Está bien. – Respondió papá autómata, apoyando al doctor, Emanuel me miró con tristeza, seguramente por lo referente a las vacaciones

-Ahora me voy. – Se levantó y más atrás lo hicimos nosotros. – Déjenla descansar, tu Victoria, ya tienes edad para ayudar a cuidar a tu hermano, que se acerque lo menos posible a la cocina, o a la plancha, y en cuarenta días espero tener los resultados en mis manos.

Papá asintió, el doctor tomo su maletín y luego de hacer un cariño en la cabeza de Emanuel sonrió.

-Y tu campeón, cuida a tu madre

-Sí señor. – Respondió el niño con un tono más maduro que lo habitual. El doctor abrió él mismo la puerta, lanzó el cigarrillo afuera, miró a papá haciendo un gesto y salió.

-Gracias Doctor Caster. – Logré decir

-Oh… si gracias doctor. – Secundó papá, el doctor sólo hizo un gesto con la mano mientras caminaba.

Los tres entramos en la habitación haciendo el menor ruido posible, para nuestra sorpresa mama estaba de pie, cambiada y optimista

-¿Qué les pasa, por qué esas caras?

-¿Por qué te levantaste Lourdes? – Papá acudió tan rápido a ella que quedamos atrás

-Porque me siento bien. – Dijo sonriendo mientras se dejaba abrazar por papá, se veían tan bellos que tuve que sonreír. – Y ahora que el médico los ha sermoneado, que ya pasó la sangre, mira la cama, cámbiate Arturo querido, ¡este lleno de sangre! Bendita irritación, vamos a comernos la pizza prometida ¿me ayudas Emanuel?

-¿Ya te sientes bien mami? – Emanuel la abrazo por la cintura cuando salimos de la habitación

-Me siento de mil maravillas hijo, es la sangre de siempre, la sangre de siempre

Permanecí atrás y los vi salir a la cocina, luego recogí las sabanas y cuando iba al patio los vi una vez más, papá estiraba la masa y Emanuel servía de asistente de mamá. Mi familia era bella, me recreaba mirándola, mientras caminaba deseaba calmar los latidos de mi corazón, la angustia que había traído el desmayo de mamá ¿Será tan insignificante la enfermedad de mamá? Pensé, deseaba que los días transcurrieran rápido, terminara el año escolar y mamá se realizara todos los análisis. También pensé en la familia de papá, ahora tenía un nombre: Orquídea y el abuelo eran solo papá, me esforzaría para no ahondar más en el pasado.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo