Apenas abrí los ojos, bostecé. El trinar de los pájaros me llenó de optimismo, escuchar los chillidos de Emanuel mucho más, me encantaba los días sin clases, a pesar de que en los consejos de maestros mi padre debía asistir al colegio. La Directora Monroy se encargaba de acondicionar un aula para la reunión, cosa que tardaba alredor de tres horas. Me levanté de un golpe y corrí al baño con mi traje de baño verde manzana en un brazo, una falda floreada con tonalidades verdes y rosa y apenas una franelita ligera sin mangas color blanco para cambiarme luego de ducharme el cuerpo. Mamá seguramente hacia los quehaceres porque algo la escuché cantar, papá ya había partido. Me duché, me cambié y con una liga color fucsia recogí mi largo cabello castaño bien arriba en la cabeza, se alargaron mis ojos y contemplé su color verde esta mañana algo opacos, sonreí y luego salí descalza. Cantarruteaba feliz por el pasillo, me moría de hambre.
-Mamá…-Me paralicé, mamá se hallaba apoyada en el fregadero, la frente la tenía apoyada a mitad del brazo y sus piernas parecían flaquear.- ¿Qué te pasa mamá?
-No sé.-trató de levantar la cabeza y no pudo, soltando una risita.-Ya está pasando, fue un mareíto.-Yo sólo acariciaba su lacio cabello, lentamente mamá fue levantando la cabeza, busqué en ellas rastros de la sangre que anteriormente había caracterizado el mareo anterior pero no había nada, mamá hizo un esfuerzo y me enfocó, tenía ojeras oscuras y una palidez intensa, Puedes creer que todo se me ha puesto negro María?-Levantó la mano y tomó mi rostro, me pareció que todavía una nube ensombrecía su visión.-Todo María, no fue un mareo fue perdida de la visión y no puede ser que los años estén haciendo su trabajo.-Rió.-No tengas miedo hija, ya me siento bien y te veo…perfecta.
Me sentí más tranquila porque ya su mirada parecía clara, y enfocaba perfectamente.
-Creo que debes ir pronto a ver un médico mami.
-Opino lo mismo.-Ambas reímos.-Ahora a comer, Emanuel ven a comer. La señora Núñez llegara en una hora, vamos, vamos.
Emanuel obedeció a toda prisa. Luego del desayuno tomó su tobo, con pala y figuras de caballitos de mar, también su toalla querida color naranja y calzando sus sandalias negras aparición en la cocina.
-¡Listo el marinero! –Mamá y yo lo miramos divertidas, el lacio cabello le caía en los ojos y tenía una sonrisa de oreja a oreja que descubría los dientes faltantes.
Me levanté de la mesa en donde había estado ayudando a mamá a escoger unos granos y tomé mi bolso con todo lo que requería para un día en la playa.
-Te advierto Emanuel.-Comenzó con tono amenazante mamá.-Que si tu hermana viene aquí con una queja, cualquiera que sea quedan suspendidas tus visitas a la playa a menos que asistamos tus padres, nada de fastidiar a las niñas, nada de querer nadar lejos, y mucho protector en la piel.
-Así será capitana.
Emanuel se llevó la mano a la frente como saludo militar.
-Ahora que Dios los acompañe y tómale fuerte la manso a tu hermana.-mamá nos despidió en la entrada y ambos, tomados de la mano salimos a la calle. Íbamos tan contentos que cualquier magnolia del camino nos envidiaba, los turpiales del camino, que se posaban en los árboles frondosos d ella casa del doctor Caster, cantaron al escucharnos entonar canciones infantiles que tuvieran que ver con las visitas a la playa. Danzábamos tomados de la mano, yo sola cargaba el bolso en donde reposaban nuestras cosas. Traté de olvidar que debía ir a casa de Gloria para buscar la balsa, si alguien estaba interesado en navegar es no era y, sin contar que tan sólo mi hermano y yo sabíamos nadar. Seguramente se enfadarían conmigo, pero sino la encontraba en la playa disfrutaría el día completo con Emanuel.
Después de la plaza, a cinco metros se hallaban las escaleras altas que daban a la playa, Emanuel fue el primero en descender, sin fijarse en Gloria y Silvana que bajo un árbol de uvas de playa me miraban con los brazos en jarras, apenas la vi quise sonreír pero me, fue imposible, las había traicionado quizás por no acompañarlas a buscar la balsa, y a su lado nada había. Emanuel tiró una cantimplora en la arena y entre gritos y saltos, lanzando las sandalias al aire que caían en la arena en diferentes posiciones, entró en el mar, donde menos de seis personas disfrutaban del agua.
-Últimamente estas muy extrañas María Victoria, te esperamos casi media hora.-explotó Gloria.
-No podía acompañarlas porque venía con Emanuel, el pobre se sintió tan mal ayer que no pude negarme a traerlo, y como lo de balsa era un secreto.-Me disculpé.
-Si era un secreto.-Ambas se hicieron a un lado y detrás de ellas apareció la balsa negra con una cuerda amarilla en forma de trenza.
-¡Oh, por Dios! _me llevé la mano derecha a la boca.- ¡La trajeron!
-Sí, la trajimos…las…dos…solas.-Cada palabra Silvana se encargaba de resaltarla.-Y ahora traes a tu hermanito.
-Sí, ese soplón.
-Lo siento, lo dejaremos para otro día.-Mientras hablaba no quitaba la vista de la balsa y de ellas que querían matar matarme.
-Eres una amiga traidora.
-No, no digas eso Gloria, yo…
-No dejaremos esto para luego
Me fijé en sus trajes de baño, Silvana por supuesto estrenando uno de dos piezas color lila que acentuaban su color de piel tostada por nuestras visitas a la playa, sería frustrante que no pudiéramos estrenar la balsa de unos cinco puestos.
-¡Nadar, nadar, na…-Emanuel venía gritando desde el agua y se detuvo junto a nosotros, con los cabellos empapados pegados al rostro, el short azul marino se pegaba a su cuerpo y una sonrisa de dicha de loca felicidad se borró de sus labios-¿un bote?...-Me miró con los ojos lo más grandes que pudo abrirlos.-María Victoria un bote.
-No Emanuel, es una balsa.
-Y esperando que no vayas a repetir a nadie que la hemos traído.-casi le grito Gloria.
-¡Una balsa, una balsa, vamos a subirnos y a columpiarnos en las olas! –Emanuel no escuchó para nada las palabras de Gloria, su clímax era tan que llegó a tomar la trenza y a gritar con ella sosteniéndola mientras trataba de moverla.
-¡Espera niño!-Silvana le arrebató la cuerda.-Esto no es para niños, merece más cuidado.
-Emanuel hazte a un lado, Silvana tiene razón.
-Yo sé lo que hago, y tú también María, diles, diles que papá nos ha enseñado a maniobrar los botes, que nadamos como peces.-Me miraba inquieto mientras aún trataba de alcanzar la cuerda nuevamente.
-Me da igual lo que sepan o no, María Victoria…-Gloria y Silvana, tenían las manos en las caderas y me miraban, secas hasta ahora, como si un alíen las abordara y yo tuviera el arma lacónica que lo acabaría.
-Emanuel se portará muy bien-terminé diciendo atrayendo a Emanuel hacia mí por los hombros.-Tampoco dirá nada de lo de la balsa ¿cierto Emanuel?
-Cierto.-Respondió seriamente, le creí.-Pero si han de salir en balsa debemos hacerlo ya, porque en unas tres horas soplara el viento muy fuerte.-Emanuel miró el horizonte como si quisiera adivinar algo.
-Tonterías, el viento es cálido y el sol brilla bien arriba.-Gloria negó con la cabeza la teoría de Emanuel y lo cierto era que las nubes grises se hallaban tan lejos que ni se veían, la brisa era tan cálida y pegajosa que no avisaba lluvia, aunque Emanuel y papá pasaban la mayoría del tiempo hablando de los cambios a la hora de pensar en navegar, quise pensar que aquel día un sol excelente nos bañaría y broncearía para dormir cansados, con arena en lugares del cuerpo en donde se hace invisible y casi imperceptible.
-Yo sé lo que digo, bueno, voy a bañarme.
Como llegó se fue corriendo y saltando, pero esta vez antes de darse el chapuzón volteó a mirarnos, rió y continuó, se burlaba de nosotras y eso me causó mucha gracia.
-Entonces… ¿qué hacemos?
-Les pido disculpas de verdad.-Oculté la risa que Emanuel causara y las miré a ambas sobre todo a Silvana que parecía frustrada por no poder realizar su paseo.-No me miren así por favor, yo también quería pasear aunque les advertí que una balsa se aleja y que el no saber nadar…
-Tenemos una cuerda.-Interrumpió Gloria.-Y a dos expertos nadadores ¿No?-se refería a mi hermano y a mí.
Entonces juguemos un rato con la pelota, nademos y luego vayamos a los arrecifes.
Y así lo hicimos, ambas sacudieron la cabeza y cedieron a mi idea. Quise preguntar cómo habían hecho pata traer la balsa, pero no lo hice, caer en la conversación me parecía suicidio. Mientras hablábamos de nuestras cosas, jugamos y nadamos, Emanuel hizo diferentes cosas, siempre lo miraba y contemplaba como sacudía su tobo y con su pala roja viraba la arena, trató de hacer castillos como papá lo hacía pero fracasó. Esta vez y para mi asombro, no nos molestó, al principio me parecía haberlo abandonado, pero estaba tan concentrado en sus tareas quemí presencia habría estorbado, mucho más con los comentarios de mis amigas. Luego de un tiempo se acercó rascándose la cabeza, arrastraba los pies y levantaba arena.
-Vamos a pasear en la balsa ¿sí o no? Tengo hambre María Victoria, dame algo, tengo mucha hambre.-Parecía una ametralladora indetenible.
-Ven.-Busqué el bolso y le serví un sándwich y el regreso y comenzó a comer, le ofrecí a las chicas y ellas tomaron todo contentas-¿Vamos?
La euforia presentada durante días y en los primeros momentos d nuestra llegada a la soleada playa se opacó, Gloria Silvana se miraron.
-Vamos.-Se levantó Silvana decidida, gloria luego, tomaron sus cosas y la ocultaron detrás del árbol de uvas de playa. Emanuel tomó un sorbo de agua y se levantó, fue él quien tomó la balsa con ambas manos y la arrastro al mar, las niñas lo miraron asombradas de cómo tenía fuerzas y destreza, también se ató la cuerda al brazo y entonces las miró.
-Este paseo no debe durar más de una hora, pronto soplará una brisa fuerte y esta balsa comenzará a batirse.
Las niñas esta vez no objetaron nada, subieron descalzas a la balsa con tanta lentitud que bien pudo haber pasado la hora yo las seguí y con una fuerza muy masculina Emanuel empujó la balsa. He aquí las enseñanzas de papá, me dije, decisión y fuerza. La balsa se balanceó en las aguas cristalinas del mar, la brisa perfumada nos bañó cálida y lentamente nos alejamos de la playa, Emanuel era el autonombrado capitán, y sus marineras alocadas veíamos el horizonte como la promesa de muchas aventuras, los arrecifes se aproximaron a sólo diez minutos de habernos separado de la orilla, no había mucha profundidad en sus alrededores, el mar chocaba contra las rocas limpias. Las aves salpicaban el agua en busca de sus presas, nos miraban extrañadas, Emanuel manejaba como experto la pértiga mientras nosotras nos dábamos la gran vida con la vista al sol y de vez en cuando señalando los pececitos que se movían e las cristalinas aguas.
-Toma la pértiga María.-Me dijo Emanuel, cuando la tomé se lanzó el agua sosteniendo la cuerda amarillo brillante y llegando a una de las rocas consiguió una con un enorme pico saliente y allí la amarró.- ¡Pueden bajar ahora!
-¡Biennnn! –Grité feliz y tirando la pértiga en la balsa me lancé en un limpio clavado de cabeza, el agua me recibió exquisita, mucho más fría que la de la orilla, mucho más clara. Salí tomando aire y apartando el cabello de mi frente y ojos, a unos dos metros se encontraba la balsa con Silvana y Gloria mirándome temerosas.- ¿Qué les pasa? ¡Vamos, al agua que no hay ni un metro!
Rieron entonces sin temor y bajaron con tanto cuidado de la balsa que casi la voltean, sus traseros quedaron con las marcas de la balsa, entre lo caliente del plástico y las tardanzas que hubo antes de entrar al agua.
-Pueden estar de frente a la playa.-Anunció Emanuel quien saltaba por las rocas.-aquí atrás el agua es profunda.
Estábamos locas brincando en el agua, viendo los peces de varios colores rodearnos, parecían tan seguros a nuestro lado, en varias ocasiones las abandonaba porque ellas no se sumergían en lo más profundo y Emanuel y yo nos divertimos tratando de atrapar peces amarillos y azules, pequeñas langostas atravesaban el cual que daba al río. Cuando salí buscaba a las chicas y las veía sobre las piedras retozando, el sol tremendo que había calcinado nuestras pieles ahora comenzaba a ocultarse tras un grupo de nubes que venían del norte, al principio no le di importancia, estaban muy lejos de nuestras cabezas, pero al sentir una brisa fría en mis brazos admiré que el pronóstico de Emanuel había sido muy acertado.
-No hemos pasado ni una hora.-chilló Gloria cuando e dije que debíamos irnos.
-Es mejor ahora, la orilla está lejos.-Insistí.
-Por favor María Victoria, ustedes no son los capitanes de este barco, quedémonos otro rato.
-Me temo que no podemos, por favor, las ayudaré a subirse a la balsa.-Miré hacia la balsa, comenzaba a levantarse ola tras ola un poco más, ellas no parecían notar que cuando llegáramos apenas si se movía, pero los arrecifes, pero los arrecifes eran tan traicioneros que arrastraban por debajo enredando las piernas y si no se sabían defender uno caía en aquellas enredaderas hasta ahogarse.
Emanuel las miró y se encogió de hombros, total él y yo estábamos a salvo mientras que no se picara más el agua.
Esperé un rato más y luego me acerqué a mi hermanito que jugaba con unos cangrejos, nos divertimos un rato tratando de hacerlos caminar de frente, pero los pobres de lado iban de espalda.
-Llevémoslos para que mamá haga ese sabroso hervido.
-Si lo hacemos mamá nos descubrirá.
-Yo le diré que lo tomé en las orillas.-No me dejó responder, comenzó a tomarlos con una habilidad única y luego de golpearlos los dejó sobre las rocas, tenía ya cinco y se lanzó al agua, subió a la balsa y trajo su franela celeste, la tendió sobre la piedra y colocó ahí los cangrejos, luego los cubrió y amarró la franela.-¡Listo!-rió y me contagié, no había más que imaginar la cara de mamá cuando Emanuel abriera la franelita y le mostrara los cangrejos tan rojos y tan desmayados por los golpes que les dio. Después miré a las chicas que ni cuenta se habían dado de nuestra caza.
-¿No creen que ya es hora de partir?-Negaron con la cabeza sin abrir los ojos, sus cuerpos se hallaban tendidos frente al sol, un sol que ya se esfumaba cubierto por las grises nubes del nubes.-Mi hermano y yo nos vamos.-Se incorporaron y nos miraron.
-No se atreverán.
-Claro que si Gloria.-Aseguró Emanuel y con la franela en la mano fue hasta la piedra donde amarrara la balsa y la sacó sosteniéndola. Al verlo me pregunté ¿Cuándo había madurado y crecido mi hermano? ¿Dónde estuvo ese carácter determinante todo este tiempo? Co una sonrisa sarcástica en su rojo rostro las miró y de pié se lanzó al agua, yo hice lo mismo ante las espantadas miradas de mis amigas que hasta ese momento pensaron que habían ganado la situación.
-¡María Victoria, detente!
-No, es hora de irnos ¿acaso no se han dado cuenta de que el mar está picándose ya?
-No debe ser mediodía.-Silvana replicaba con la manos en las caderas.
Emanuel miró su reloj contra agua y anunció:
-Una y cuarto, vamos María Victoria
-¡No, no esperen! –Gloria se sentó en la roca y comenzó a descender, una baja de medio metro la bajó en casi quince segundos y lo mismo le pasó a Silvana
-¡Es mi balsa!
-Emanuel y yo nos podemos ir nadando.-Si querían ser pesadas yo sería pesada, a pesar de que mi hermano y yo estábamos en el interior de la balsa.
-No, no, no escuches a Gloria, espérame por favor maría Victoria.
Silvana llegó junto a Gloria como si fueran un par de tortugas acuáticas que han sido extraídas de su hábitat. Yo tampoco quería irme pero era evidente que para visitar un lugar así, donde el mar tomaba un lugar verdoso y brillante, donde las piedras parecían salpicar oro y las aves se acercaban tanto como los peces, debía ir con sólo mi hermano, él y yo llevábamos una crianza diferente a las de estas niñas cuyos padres no le mostraban el mismo amor que el que nos mostraban a nosotros.
Entre Emanuel y yo las ayudamos a subir, casi se voltea la balsa, Emanuel no hacía más que reír de ellas.
-Parecen una viejas.-decía sin parar de reír, una vez en el bote ambas se acomodaron perdiendo el equilibrio.
-¡Cállate niño!- Silvana se balanceaba tras y adelante.
-¡El Capitán no permite motines en su barco! –Exclamó Emanuel señalando el horizonte, batiéndose con la balsa que soplaba y golpeaba la balsa tras las olas.- ¡La tripulación alerta, el viento sopla a estribor y balancea el barco, sentados todos!
-¡Si Capitán! –Exclamé yo siguiendo el juego. Tomé por los hombros a Gloria y a Silvana y las empujé para que se sentaran. Emanuel hizo lo mismo y con la pértiga enfiló a la arena.-No pueden negar que nos fue de maravilla.
-Fue maravilloso para ustedes que se perdieron en el agua por casi una hora.-Se quejó Gloria, Silvana miraba fijamente la orilla, como si mi hermano remara demasiado lento.
-Nuestro próximo paseo a la playa será para enseñarles a nadar.-les dije con el mismo tono de himno que utiliza con Emanuel.
-Hace frío.-Silvana se cobijó los brazos con sus manos, luego unió sus rodillas y miró al frente, Gloria en cambio comenzó a jugar el agua sacando su mano fuera de la balsa, a pesar de que el clima había variado, Emanuel iba a la orilla con mucha calma. Todavía se veía lejana cuando Silvana hizo un ruidito.-esto…esto… ¿qué es?-el color empapado de la franela de Emanuel me hizo anunciar lo que sucedería a continuación.
-¡Suéltala! –Gritó Gloria con tanto terror que de inmediato Silvana empujó la franela con los pies, una frente a la otra comenzaron a espantar los cangrejos que ya fuera de shock comenzaban a defenderse de su ataque. Emanuel trató de mantener el equilibrio en la balsa pero fue inútil, yo tomaba con ambas manos, brazos abiertos, la balsa de lado a lado, él con la pértiga remaba en un círculo pero Gloria y Silvana espantadas por los cangrejos pateaban e inevitable te la balsa se volteó del lado izquierdo. Mi instinto de supervivencia me hizo girar bajo el mar y salir a flote donde encontré a Emanuel con una mirada enfurecida tratando de voltear la balsa.
-¿Dónde están tus amigas?
-Ayúdame Emanuel, ellas no saben nadar.-El agua no era profunda pero ellas seguramente lo consideraban gran cosa. De pronto Gloria asomó su cabeza a unos tres metros, tratando de sobrevivir a una ola y muy al extremo Silvana gritaba flotando un poco más. Emanuel se asió la cuerda en la muñeca y se impulsó hacia Silvana, yo por mi parte sostuve a Gloria y con problemas logré que se mantuviera a flote.
-¡Ayúdame María, ayúdame!
-¡Cálmate Gloria, te ayudaré a subir-La tomé por los brazos y tragando yo también agua logré llevarla a la balsa, estando ahí tomé un poco de aire y al mismo tiempo de defenderme de las manos de Gloria que en medio de la desesperación trataba de hundirme.-Voltearás de nuevo la balsa Gloria, cálmate.-Me miró desquiciada pero intentó calmarse, pensé en Emanuel, él era más pequeño y el mar había enfurecido de repente, cuando me volví a verlos daban vueltas en mitad del oleaje, Silvana gritaba y él trataba de tranquilizarla, como pude hice que Gloria tomara el asa derecha de la balsa y la dejé para ayudar a Emanuel. Las brazadas me parecían eternas, también el movimiento de mis pies me parecían inútiles, pero en segundos que parecieron horas alcancé el cabello de Silvana y como pude la halé hasta apartarla de mi pobre hermanito que ya sin fuerzas mantenía los ojos cerrados.-¡Tranquilízate Silvana, voy a soltarte aquí mismo si no dejas de moverte!
No sé qué decía pero luego de escupir agua salada intentó tranquilizarse. Emanuel continuaba a mi lado, mientras yo arrastraba a Silvana a la balsa él nadaba lentamente detrás de mí.
-Ayúdame a subirla Gloria.-Le pedí a Gloria que ya en la balsa temblaba de frío y miedo. Silvana no paraba de quejarse y lamentarse, Gloria la tomó por los brazos y yo por el trasero la empujé.- ¿Puedes subirte sólo Emanuel?-le pregunté una vez que lo viera tan cansado, tosía y respiraba profundamente.
-Si.-Dejé que él subiera primero, todavía llevaba la cuerda amarrada a la muñeca, bajo ésta el rosetón era evidente. Subí detrás de él y al escuchar los sollozos asustados de las niñas me volví a verlas.- ¡Quiero silencio, Emanuel se siente mal y d esto que ha pasado las únicas culpables son ustedes!
Nada dijeron. Tomé la pértiga y me dirigí con más rapidez y ahínco a la orilla, me preocupaba la cara de Emanuel, había logrado zafarse la cuerda con la ayuda de Gloria y tirado boca arriba y los ojos cerrados respiraba con dificultad.
-¿Qué sientes Emanuel, qué te pasa?-Le pregunté angustiada, mi hermano era un pequeño héroe que ahora parecía fenecer tras el esfuerzo enorme por salvar a una chillona y caprichosa niña.
-Sólo rema María, rema y llega a la orilla.
La balsa pareció aparecerle motor luego de haber dicho aquello mi hermano. Gloria y Silvana remaban con las manos y las olas nos impulsaron más rápido a la orilla. Yo me lancé y toqué la arena con los pies descalzos, Gloria levantó la cabeza de Emanuel y le habló al oído para cerciorarse de que estaba vivo, ya no movía los brazos, parecía desmayado, el bronceado de su piel cambió a palidez, el cabello tan delicado se había secado.
No tuve necesidad de pedirles ayuda a las chicas, Silvana viendo la orilla tan cerca salió de la balsa a gatas y juntas bajamos a Emanuel de la balsa, Gloria termino de descender una vez que pudo soltarle la cabeza.
-Está cansado por el esfuerzo.-Les dije tan bajo que ni yo misma podía escucharme, el miedo se apoderaba de mi sin yo tener fuerza para resistirme, me temblaban las manos y las piernas, la playa había quedado solitaria al ponerse el día nublado, la brisa era helada y pequeñas gotas de lloviznas regaban la arena. Emanuel apretó las manos, abrió los ojos y clavados en mi exhaló.
-María voy a sufrir un ataque.
-No, no Emanuel, no me digas eso.-Antes de evitarlo cerró los ojos y su cabeza fue empujada atrás por un fuerte corrientoso cerebral. Silvana y Gloria gritaron aterrorizadas y se alejaron de mí. Había visto a mamá muchas veces auxiliarlo pero justo ahora no recordaba nada, sólo tomé la cuerda amarilla y sola, utilizando la fuerza que da el terror abrí su boca y la introduje horizontalmente para que la mordiera. Muchas veces lo llamé, dije su nombre sin aliento, todo aquel paseo irresponsable traería como consecuencia un regaño tremendo, una preocupación para mis padres y un dolor para mi hermanito.
La mano fuerte del doctor Caster me arrebató a Emanuel de las manos y con una habilidad tremenda lo auxilió, parecían sus manos bombas de aire y su voz el oxígeno que necesitaba Emanuel para recuperarse. El doctor Caster maldijo cuantas veces le fue posible mientras lo veía recuperarse, yo sequé las lágrimas mil veces ante la mirada de reproche que me brindaba el doctor ¿Cómo supo que estábamos ahí? Emanuel dejó de retorcerse, de estirar las piernas y restregar los talones en la arena. Me dolía el pecho de tanto llorar, al lado las chicas me habían tomado las manos y miraban perplejas la escena de mi hermano y el médico.
Las gotas comenzaron a engrosar su tamaño, lo que causó que se terminaran de empapar nuestros cabellos y se unieran a nuestras lágrimas. El doctor levantó a Emanuel con una gran fuerza, era un hombre robusto y decidido.
-Agua Victoria,-.Me dijo con voz potente, yo corrí al bolso escondido bajo el árbol y saqué el poco de agua que quedaba, corriendo lo llevé al doctor y este ayudó a Emanuel a beber el líquido. Parecía que nada le había sucedido, le costaba abrir los ojos pero alargó su mano hacia mí, la atrapé sin querer llorar pero los gemidos se escapaban de mi garganta inevitablemente.
-No llores María, ya estoy bien.-Lo afirmó con tanta convicción que calmó mi angustia, cuando miré a las chicas también habían parado de llorar. Emanuel comenzó a respirar con pausada normalidad y una vez que lo hiciera el doctor colocó en su cabeza mi bolso y se levantó buscando un cigarrillo en el bolsillo empapado de su chamase blanca.
-Victoria ¿podrías explicarme que pasó aquí?
Me incorporé viéndolo encender el cigarro a duras penas.
-Sin mentiras.-advirtió y el humo blanco y gris se escapó de su boca.
Yo le explicaré doctor.-Silvana se adelantó con mucha seriedad, se colocó a mi lado y tomando aire comenzó a hablar.-Gloria y trajimos una balsa, Emanuel nos llevó a los arrecifes y al regresar, por imprudencia nuestra…-Señaló a Gloria.- la balsa se volteó cayéndonos todos al agua, María Victoria y su hermano nos ayudaron a regresar a la balsa porque nosotras no sabemos nadar, pero yo…Tragó saliva antes de continuar, venia lo mejor.-me puse nerviosa y casi ahogo al niño, Emanuel fue un héroe, desde el principio se comportó como el capitán de la expedición y lo hizo muy bien.
-Si doctor.-Gloria intervino temblando también.-Nosotras no quisimos regresar cuando María y él no los pidieron y salimos asustadas de la balsa, no le diga a sus padres por favor.
El doctor nos miró, Emanuel ya había abierto los ojos y nos miraba, de pronto comenzó a reír como loco, me lancé en la arena de rodillas pensando que algo le ocurría pero cuando miré bien reía de nosotras.
-Arriba bribón.-Le dijo el doctor ofreciéndole la mano-¿Te duele la cabeza?-Emanuel negó con la cabeza.-Venía por la carretera y por tu cabello te reconocí Victoria, tú padre sabe que pasearía en una balsa?-negué ahora yo.-Maldita inventiva, vamos a casa.
Emanuel ya estaba de pie, tomó el bolso que estilaba agua y caminé detrás de ellos, temía que las piernas de mi hermano flaquearan al tratar de caminar, pero al contrario, caminí firmemente por la arena detrás del doctor que cavaba de tirar el cigarro lejos de nosotros. Atrás quedaron Gloria y Silvana, con la mano les dije adiós y ellas correspondieron, después subí las escaleras tomada de la mano con Emanuel y tratando de no quedar atrás al paso del doctor, que no parecía tan mayor, caminaba al paso de un muchacho ni siquiera respiraba cansado al culminar las escaleras.
-Parece que olvidaron lo que hablé con ustedes hace unos días.-Dijo limpiando las gotas de lluvia que escurrían por su somos.-Lourdes está en un estado de salud delicado, cualquier molestia la alteraría, lo mejor será no decirle nada de lo ocurrido, mientras tu Emanuel, llega, date un baño y recuéstate para que tu cabeza descanse, sabes dónde tu mamá guarda los medicamentos Victoria?-afirme con la cabeza mirándolo a los ojos mientras caminábamos bajo la lluvias un poco a tu hermano.
Dicho esto guardó silencio y con un paso apurado comenzamos a caminar hacia la casa, la lluvia molestaba un poco pero el alivio de ver a mi hermano mejor ahorraba energías a nuestro cuerpo.
Cuando entramos a la casa, por la parte trasera, la señora Núñez se despedía de mamá y papá, sus hijos ya se encontraban en la puerta, cuando nos vieron empapados se sorprendieron, daba igual pues el bronceado de nuestros cuerpos hacían contraste con los cabellos hechos lianas.
-¡Niños!-Mamá corrió hacia nosotros que la recibimos sonrientes.- ¡Están empapados!-tocó nuestros rostros, su rostro no era el mismo de siempre, le faltaba lozanía y contaba con ojeras profundas.
-¿Te sientes mal mamá?
-Un poco María.-Mintió, no era un poco, mi corazón dio un fuerte vuelco lleno de angustioso presentimiento, papá se hallaba en el fondo y la atajó cuando ella volvió a la sala.-Vayan a cambiarse, un baño Emanuel, ayúdalo María Victoria.-Dijo esto y se volvió a atender a la familia que se marchaba, papá nos miró de una manera tan extraña que me costó traducir su mirada.
Aun así y ganando tiempo, ayudé a Emanuel a bañarse y yo misma lo hice, fui la cocina sin que mamá y papá me descubrieran y extraje una píldora de las que Emanuel tomaba, cuando me dirigía a su cuarto, ya vestida y con el cabello sin aquel pegamento d ella lluvia y la arena, escuché las voces de papá y mamá en la salita después de la entrada, mamá se encontraba apoyada en el pecho de papá mientras él le acariciaba el cabello, me acerqué lentamente, esta vez no me oculté si no que quise enterarme de lo que sucedía.
Empeoró tu malestar mamá.-Sorprendidos se separaron, luego mamá sonrió y alargó la mano.
-Tengo dolor de cabeza hija, si tienes apetito dile a tu padre por favor.
-Está bien.-Mi mano se resbaló de la de ella una vez que la hube atrapado, caminé de espaldas y fui a ver a Emanuel. Pobre mamá, esperaba que el doctor nunca le dijera nada de lo sucedido en la playa.
Me hubiese gustado manejar el tiempo a mi antojo. Por un lado, mamá tenía días en que se levantaba desmejorada y por otro lado que los días en que se acercaba mi promoción llegaran a prisa para resolver por fin el suspenso de mis notas y también la serie de exámenes que mamá debía hacerse.Gloria y Silvana, luego de aquel día de playa, cambiaron su comportamiento con Emanuel, parecían verlos como un superhéroe, si se acercaba no le pedían que se alejara, o si intervenía o se burlaba de nosotras simplemente callaban. Pensaban que pudo haber muerto en el mar tras girar la balsa y si sólo convulsionó levemente fue un milagro de Dios, pues usualmente quedaba en cama lleno de cansancio. Nuestras conversaciones eran menos habituales ahora, nos absorbían los preparativos para el acto de promoción, la directora Monroy era muy exigente con las presentacio
Mamá se despidió de mí y de Emanuel con un beso en los labios, llevaba un sombrero color violeta con un ala ancha y un maquillaje ligero. Papá ya se encontraba tras el volante del auto del doctor Caster y bajó la cabeza para mirar a Emanuel. -Por favor Emanuel, como una sola vez. Emanuel y yo reímos de la advertencia de papá. -Puede comer cuantas veces quiera.-Lo consintió la señora Leticia con su típico acento extraño. Mamá nos lanzó un beso desde su mano y se alejó en el auto con papá. Así que a partir de ese día, lunes de julio, a las 8:00 de la mañana, se despejaría la incógnita de la enfermedad de mamá.<
A partir de ese momento no me cansaba de observar a mamá, papá cada vez lucía más triste, no paraba de halagarla, y si antes aparecía con presentes para ella, ahora casi a diario aparecía con detalles que si no eran costosos si eran muy delicados y significativos.Mamá y yo siempre habíamos pasado mucho tiempo juntas, pero ahora me dedicaba u tiempo precioso, yo limpiaba la casa con ella, ya no cocía, al entregar el trabajo d ella señora Núñez no continuó con esas labores, fue recogiendo poco a poco ese cuarto hasta que estuvo completamente ordenado. Estaba totalmente dedicada a sus clases de cocina en mi compañía, una variedad de comidas preparamos, también nos sentó una tarde a Emanuel y a mí para mostrarnos el uso adecuado d ellos cubiertos y aunque Emanuel se mostraba aburrido asimiló la clase más rápido que yo. Al d&iacu
Mamá y papá viajaban a Barcelona dos veces por semana, mamá trataba de ser fuerte y compartir el mismo tiempo con nosotros pero su cuerpo no se lo permitía, por otro lado su espíritu era tan fuerte que apostaba a la resistencia y después de superar los síntomas provocados por las terapias volvía a ser la madre afable de siempre. Emanuel lejos de imaginar lo que se avecinaba aprovechaba al máximo su compañía, los días de vacaciones eran pocas y hasta cuando llovía a cántaros él quería salir a jugar. Cuando cumplí los doce años el doctor Caster trajo una torta con crema y fresas y en compañía de ellos y míos padres soplé las doce velas rosadas.Anteriormente mis padres organizaban una celebración pero esta vez, debido a la enfermedad de mamá, nada de eso sucedió. Resultaba sorprendente, por un lado los not
Papá tomó al pequeño Emanuel por los hombros. -¿Qué dices Emanuel, cuál hermano? -Tu hermano papa.-El niño lo miró detenidamente.- Con sus ojos, tu cabello, tu voz. -¡Maldita sea! -¡Arturo, que dices! - Papá no la escuchó, fue al cuarto corriendo y sin calzar bien los deportivos blancos corrió fuera de la
La lluvia no daño a nadie. El doctor Caster revisó a mamá y si no la encontró bien tampoco mal. Nadie estornudó, nadie tosió y la lluvia continuó. Gotas y gotas sobre el jardín y los pequeños lirios blancos. Luego del almuerzo, cuando me disponía a tomar una siesta en compañía de Emanuel llegó el auto de la directora Monroy. Papá salió a recibirla con un enorme paraguas y ella a su lado entró al porche y luego a la casa. La observé a través de la ventana de mi recamara, no traía maquillaje y calzaba tenis azules oscuros ¿Dónde estaba su ropa señorial? Lo que habló con mamá nadie lo supo, pues lo hicieron en la habitación de costura. Cuando la directora salió parecía llevar zapatos de plomo, ni siquiera le sonrió a Emanuel, ni aceptó el paraguas de papá, su primo le abri&
Cuando iba camino a clases, en compañía de papá y Emanuel, pensaba en el relato de mi mamá. La vida podía ser muy cruel y de pronto hermosa, para mis padres la suerte había dado un giro violento, un giro que los había sumergido en el amor, un bálsamo de paz luego de rechazar a sus familias y de ser rechazados por ellos, su amor y el nacimiento de sus dos hijos les traía dicha. Pero ahora, mamá prendía que yo fuera fuerte, que fortaleciera y respaldara a mi familia, ¿con qué fuerzas? ¿Con qué edad? ¿Con qué supuesta madurez? Lucía cansada los mediodía, papá y yo hacíamos el almuerzo y muchas veces las cena, no quiso regresar a las terapias, así que el doctor Caster estaba en casa muy temprano en la mañana y bien
La directora nos ofreció su auto para ir a casa, sin embargo, papá no aceptó. Sin insistir se marchó escuché antes de irse que le hablaba a papá muy bajito: -Pueden tomarse la semana los tres, yo estaré al pendiente. -Gracias.-Papá continuaba con los brazos caídos hacia los lados de su cuerpo, la mirada perdida en el sueño. -Referente a lo que Lourdes me pidió… -Olvídalo.-Papá la miró y rotundamente negó con la cabeza. -Aun así iré